A través del semestre

A un océano de distancia

Estaciono el auto frente a nuestra casa, la calle a esta hora ya comienza a tener el típico movimiento de la hora pico en la cual una gran cantidad de seres humanos se movilizan desde sus lugares de sufrimiento diarios a sus espacios de descanso nocturno. Mi hermano, quién paso la media hora de viaje desde la facultad sin emitir señales de vida, se baja sin mirar atrás.

«Que modales de miersh» pienso, pero la verdad no es nada fuera de lo usual. No me extraña, pues no necesariamente significa que le pasa algo. Benja simplemente vive en su burbuja, a veces, como todos nosotros, de hecho.

Cuando entro a la casa el aroma proveniente de la cocina me desvía de mi destino, mi habitación. Eso tampoco se cataloga "fuera de lo usual", nuestra madre es una gran cocinera. En realidad es un don de reciente descubrimiento, pues hasta no hace tanto las comidas caseras de esta casa las preparaba Juana, la empleada doméstica que viene una vez a la semana desde… bueno, básicamente desde que tengo uso de razón, e incluso antes.

— Cariño, ¿cómo estuvo el primer día? — pregunta sonriente mi madre. Lleva un moño impecable, pero no puede decirse lo mismo de su delantal. Ella lleva elegancia en la sangre, y salsa de tomate en las manos.

— Meh, la verdad es que no estuvo tan mal. Pero se sintió raro. ¿Qué cocinas? — me inclino sobre el desayunador para tener una mejor vista.

— Estofado — me responde y se me escapa un "mmmmm", mientras ella continúa: — sí amor, supuse. Extrañas a Max… —Asiento de inmediato— ¿Has sabido algo de Alena? —intenta sonar despreocupada pero se nota la mentira. Mi madre es así, simula que ya ha superado las desapariciones de mi melliza, pero no es capaz de engañarse ni a sí misma.

—¿Cuándo se fue? —Si mamá se atreve a preguntarme a mí (yo sería una de las últimas en recibir una llamada de Alena), es que realmente esta preocupada.

—Ayer en la mañana, para ir al trabajo — responde mientras saca una cucharada de estofado para probarlo.

—Ya le preguntaste a Benja, imagino — también decido probar un poco así que entro a la cocina en busca de una cuchara mientras me preparo para afrontar lo que viene.

—Sí, pero me ignoró — Deja de vigilar lo que cocinaba para mirarme un instante — Es que si llamo de nuevo a la policía… Probablemente me ignoren, justo cómo tu hermano —Se cubre el rostro con las manos.

—Tranquila mamá, ya volverá — la abrazo y acaricio suavemente su espalda — ya la conocemos, le gusta hacer grandes entradas y llamar la atención — me devuelve el abrazo y luego se separa, volviendo a la preparación en el fuego.

—Eso espero… Ve amor, haz lo tuyo y baja a cenar más tarde. —dice limpiándose las lágrimas con un pañuelo, obviamente ya ha llorando.

Es normal que mi melliza desaparezca, ella es así, libre. Además, siendo mayor de edad, ¿no es lo que se espera? Claro, pero mis padres son distintos, ellos quieren a todos aquí. Tienen miedo, o algo, de quedarse solos, supongo. Alena ya volverá, le encanta llamar la atención, y las entradas dramáticas le encantan más todavía. Y por muy despiadada que pueda parecer, al igual que Benja, es pura fachada. Sé, o al menos quiero creer, que jamás sería capaz de lastimar a nuestra madre yéndose sin avisar y, mucho menos, romper el vínculo de familia. Porque la familia es lo más importante.

«Excepto para Dante» — dice una malvada vocecita en mi cabeza.

***

Entro a mi cuarto y prendo la televisión. Ahí parada en mitad de la habitación busco algo para ver, pero no hay nada interesante, así que sólo lo dejo con una serie ya pasada de moda. Dejar la televisión prendida sin mirarla es una vieja y mala costumbre, creo que intento alejarme del silencio. Saco mis cosas de la mochila y las dejo en mi escritorio. Entonces veo el reloj en la pared y pienso que sería un buen momento para llamar a Max. Son cinco horas de diferencia, así que allá serían la una de la madrugada. No es tan buena hora, «igual lo llamaré».

Me pongo mi pijama de nubecitas y ovejitas saltando cercas, la comodidad ante todo. Entonces, ahora sí, busco mi celular pero no lo encuentro. Ahí es cuando empieza el baile de "dónde está mi celular", cuando tocas todo tu cuerpo buscando en todo bolsillo que tienes, varias veces, por las dudas. En la mochila, no. En el pantalón, no. En el abrigo que traía, no. Me pongo una campera sobre el pijama y salgo de la casa a toda velocidad, bajando las escaleras y cruzando todas las habitaciones de la casa como si me llevara un rayo. Afuera está refrescando. En el auto tampoco encuentro mi celular.

«Benjamín» — pienso, y justo en ese momento piso algo suave y húmedo, entonces notó que estoy en medias. Una enorme caca de perro fresca embarra mi pie, y automáticamente miro a la casa de mis vecinos desde dónde su perro malvado me mira con satisfacción. «Ya hablaré con ese perro mañana»

***

Sin detenerme a escuchar las preguntas de mi madre, que aún está en la cocina preparando quién sabe qué, me dirigo al cuarto de Benja, que está frente al mío. Llamo y enseguida abre la puerta, en calzoncillos. Mi reacción instantánea es poner los ojos en blanco

—Ponte algo baboso — le gritó y levanto mi mano para tapar la incestuosa visual.

—Meh. ¿Qué quieres? — se rasca la cabeza y bosteza groseramente.

—¿Has visto mi celular? — Pongo la mano, que no tengo levantada, en mi cintura, en un intento de hacerme la chica dura. En tanto, él se apoya en el marco de la puerta. Tiene su pelo rubio un poco largo y se lo acomoda.

—¿Crees que te lo robé? — finge cara de sorpresa, parece que disfruta bastante de mi intento de chica mala.

Me encojo de hombros. La verdad es que puede ser. Sin embargo, es una teoría con poco sustento, y poca lógica.

—Yo no lo tengo —dice cortante, se mete a su habitación y busca en el pantalón que llevaba hace rato —Ten mi celular. Llama al tuyo, quizás te lo robaron o lo perdiste — remata enfatizando la última posibilidad, a sabiendas que no es posible.




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