—¿Qué hacés tan temprano muchacha? Pensé que estabas en clase ahora —me pregunta sorprendida la chica de la cantina.
—El profesor faltó —le tiendo la mano —Mucho gusto, soy Ailin.
—El gusto el mío, soy Candela—sonríe.
Candela, «que bonito nombre», y yo pasamos un largo rato hablando sobre la vida en general, ella tiene 26 años y en las noches estudia administración de empresas, lo cual hace sentido de porqué maneja la cantina. Además me cuenta que también tiene una hermana como yo, solo que la suya es mejor y va en secundaria, con intención de ser abogada. También me cuenta que viene del interior, Tacuarembó, donde su madre aún trabaja de maestra. Acá, en la capital, vive con una amiga que estudia Ingeniería, como mi hermano, «le preguntaré si la conoce». Pero también hablamos del trabajo, seis horas en la tarde. Firmo el contrato y ya me pongo el uniforme: un delantal decorado con una pintura que no sé identificar, pero que tiene relojes que se derriten, y empiezo el turno.
***
Cuando ya pasa la primera hora, me pongo a acomodar los paquetes de galletas en los exhibidores del costado, de espalda a los clientes y de pronto siento como mi compañera de trabajo se remueve incómoda en el mostrador. Entonces escucho esa voz. Se me pone la piel de gallina y quedo inmóvil, incluso contengo el aliento. Me parece que si respiro él notará que estoy allí. En el momento en que Candela lo despide me atrevo a mirar sobre el hombro. Veo que se sienta en una mesa al fondo, contra la pared, y que lee atentamente un libro, cuyo título no distingo, mientras bebe su café.
—¡Dios, que bueno que está! —me susurra ella con un hilo de baba, cuando al fin deja de contemplarlo y se voltea a verme.
Me encojo de hombros y hago un ruido de indiferencia, para restarle importancia al comentario. No puedo negar que su belleza exterior es agradable de ver, sólo que no necesariamente se condice con su belleza interior, la cual puede ser totalmente inexistente.
—Es la primera vez que lo veo, ¿cómo se llamará? —habló más consigo misma que conmigo, aunque me mira para ver si le respondo, pero como no lo hago sigue atendiendo al siguiente cliente.
«¿Por qué todo el mundo pregunta eso? Yo que sé, que me importa».
***
El rato pasa y él ha estado ahí sentado casi sin moverse, al parecer estudia. Prácticamente no ha levantado la vista de la mesa, apenas un par de veces para mirar en nuestra dirección, pero estoy segura que no me ha reconocido. He estado escondida todo este tiempo, por eso estoy segura. Solo espero que el venir a la cantina sea la excepción y no la regla. Para cuando se va finalmente, ya es mi hora del descanso, así que también salgo.
—Oye pequeña —una voz familiar y cariñosa llega a mis oídos y enseguida la busco.
—Hola Ben, ¿en qué andas? —saludo a mi hermano, que está sentado en un banco en el costado del edificio de la biblioteca, me siento con él. Iba con jeans rotos y una remera de una banda de rock que desconozco pero creo que es la misma que le he visto a Alena. Una underground seguro.
—Acá, aireado el cerebro —. Se ríe mientras apoya la cabeza contra la pared— Hace 3 horas que estoy encerrado en esa biblioteca con un par de burros. Intentamos hacer una presentación sobre intoxicación por drogas, legales e ilegales. Resulta que las usan pero no las entienden —. Pone los ojos en blancos y suspira.
—¡Oye tío!
«Nah, es joda ¿no? Dale cámara escondida, ¿dónde estás? ».
El català se acerca a mi hermano sin prestarme atención, hoy lleva una camisa de leñador cerrada y el pelo chocolate revuelto. Benja lo saluda con el golpe de puño que usa con sus amigos, que usa con Max. Me hierve la sangre de sólo verlo, bufo por lo bajo y desvío la mirada. Entonces Benja me señala con una media sonrisa en la cara, el català me dirige sus impactantes ojos verdes y casi siento una quemazón cuando recaen en mí.
—Creo que ya se conocen, ¿no?— Benja me mira inquisitivamente sin dejar de sonreír. Este muchacho perfectamente podía asesinar con esa mirada, pero antes de que pueda responder, para evitar ser asesinada...
—Hemos hablado, pero no nos hemos presentado —me mira expectante el català, como desafiandome a que dijese algo. Casi siento que él sí notó mi presencia en la cantina.
—Esta es Ailin, mi hermanita —. Le hago un gesto de sonrisa forzada y él ríe— Ailin, este es Sebastià—. Él me tiende la mano, pero decido pararme y saludarlo con un beso en la mejilla.
Lo hago para molestar a Benjamín. No es que sea un guardabosque exactamente, aunque sí, lo hago porque él dice que el único que puede salir conmigo es su mejor amigo. Y eso me molesta, siempre me ha vigilado cómo si fuera una Muñeca de porcelana y eso me jode. Es una pequeña venganza por esta situación que me hace atravesar. Increiblemente el català se sonroja, o eso parece porque ahora su cara cambia de color.
—Bueeee~, -dice mi hermano en tono molesto—. Ailin, ¿no tienes cosas que hacer?
***
A la hora de la cena estamos todos presentes. Los cuatro hijos en la mesa. Muchas veces mis padres son cuestionados acerca de por qué nosotros, siendo todos mayores de edad, permanecemos en el nido. Ellos parecen no perturbarse pero, sé que les afectan. Es muy difícil entender la dinámica de una familia si no se es parte de ella, pero las personas se sienten libres para opinar, raramente se informan, sólo hablan.
Hoy es un día especial, y si será especial que ni siquiera Alena se atreve a faltar a la mesa. Salió de su habitación al mismo tiempo que yo, me miró y no dijo nada, pero lo vi en sus ojos. Hoy es un día de luto. No murió nadie, no recordamos ninguna muerte, pero es como si así fuera. Ciro llamó a la puerta de Benjamín quien salió en silencio.
Nadie habla. Nadie pelea. Nadie ríe. Nadie llora tampoco, porque las lágrimas ya se agotaron tras tantos años.
Hoy se cumplen 10 años desde que Dante salió por esa misma puerta para ya no volver. Se cumplen 10 años desde que somos 4 hijos a la mesa en lugar de 5. Dante estuvo en comunicación algún tiempo. Incluso nos visitó un par de veces pero en esencia, no volvió.
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Editado: 23.04.2021