Abaddona

Capítulo 11: El sueño

Se revolvió en la cama con desesperación, aún faltaban cinco minutos para las ocho y no podía conciliar el sueño, se sentía realmente inquieta, su vida había cambiado completamente desde que viera a Abaddona por última vez.

Ahora ella solo vivía para la llegada de la noche.

Suspiro profundamente, esperaba dormir rápidamente porque nada más en sus sueños podía ser feliz y es que cada noche de cada uno de los trescientos sesenta y cinco días que habían pasado; había soñado con él, eran unos sueños tan vividos, que podría jurar que eran reales, únicamente le llenaba de tristeza la cercanía del amanecer cuando él le decía que debían separarse, que tenía que despertar y dejar de soñar.

Cada noche mantenía el ritual acordado cumpliendo cada una de las reglas; se acostaba pensando en él y deseando con el corazón volver a verlo, sentirlo cerca, aspirar su aroma y es aquí donde empezaba la otra parte de su vida, una vida diferente, una vida ignorada por todos y que la hacía sumamente feliz.

Cerró los ojos y el recuerdo de su primera cita de ensueño llego a ella.

«Al llegar la noche, siguió las indicaciones del sueño anterior, se estiró en su cama mientras una especie de ensoñación se apoderaba de ella. Se sentía tan nerviosa que cuando sintió que cogieron su mano, se llenó de temor, creyendo que era otra de sus pesadillas.

— ¿Ary?, ¿Quieres irte conmigo por unas horas? —Le preguntaron.

— ¿Abbo? — Pregunto con miedo de abrir los ojos.

— ¿Quieres ir conmigo a dar un paseo cariño?

—Sí, sí quiero —respondió entusiasta mientras abría los ojos y contemplaba a su mejor amigo a su lado.

—Bien, levántate y sígueme que deseo mostrarte algo.

Arusa se levantó y lo siguió, en un rincón de su habitación había aparecido una puerta negra, llena de símbolos extraños que parecían grabados con fuego. Abaddona levanto el índice e hizo un trazo uniendo estas extrañas figuras, lentamente la puerta se fue abriendo.

—Vamos, sígueme y no te sueltes de mi mano.

— ¡Sí! —respondió ella emocionada.

—Ahora cierra los ojos, por favor.

Arusa cerró los ojos y se dejó llevar, escucho el abrir de la puerta y una ligera brisa movió su cabello, Abaddona la empujo suavemente hacia adelante mientras le pedía que abriera los ojos.

Abrió los ojos lentamente, mientras su corazón brincaba dentro de su pecho, una luz intensa empaño su mirada haciendo que la cerrara instintivamente, poco a poco se fue acostumbrando a la claridad y lo que vio la dejo maravillada, extasiada, simplemente era algo fuera de este mundo.

Una gran pradera se extendía a lo largo y ancho de donde estaba ella, flores de diferentes matices y formas inundaban el prado, el olor que emanaba de ellas la embriagaba, tenía ganas de gritar y saltar. La alegría había invadido todo su ser, miro hacia atrás hacia el camino por donde habían venido y lo único que vio fue una débil luz, mitigada por la claridad del lugar donde se encontraba, lo miro intrigada tratando de que Abaddona le explicara que era todo eso.

Mientras que por dentro pensaba que el mundo de los sueños era mágico, ¿Por qué, de que otra manera podría creerse que un paraíso similar existiera? ¿Será que los relatos del Edén eran ciertos? Su asombro no tenía límites, con ese cielo tan azul, sin nubes que lo ocultaran, ni el tan famoso smog que contaminaba las ciudades. El aire que se respiraba entraba en sus pulmones y sentía como estos se limpiaban por la pureza del oxígeno.

Su alma se sentía libre en ese paraje, era como si hubiera llegado a casa luego de un largo viaje, instintivamente miro a sus pies que estaban descalzos, con sus dedos trato de sentir la alfombra mullida que formaba el pasto bajo ellos.

—Ary —dijo Abaddona sacándola de su ensoñación— la luz que ves al final indica la salida, es el lugar por donde debes regresar; recuerda que por esta puerta entraste y por esta deberás salir cuando empiece a oscurecer.

— ¿Por qué? —pregunto ella, curiosa.

—Porque empezará a amanecer ahí donde tú vives y a anochecer aquí —respondió él— y deberás irte, no podrás permanecer aquí más tiempo del debido, pero mientras que estés en este sitio podrás hacer lo que quieras sin temor, pero jamás, óyelo bien, jamás te alejes de mi lado ¿entendiste?

—Si — respondió ella, absorta con tanta belleza.

Aquello era un paraíso, aves de infinidad de colores yacían en los árboles, todo tenía diferentes tonalidades de verde, árboles de todos los tamaños y flores que incluso ella no podía reconocer, empezó a saltar y gritar por la emoción de tenerlo cerca en ese paraíso y poder compartir con el ese momento.

Un árbol solitario se veía a la distancia, sentía que el árbol la llamaba como si hubiera estado esperándola por mucho tiempo.

Un ruido fuerte la distrajo hacia la izquierda, al mirar vio una gacela correr y luego detenerse a comer cerca de un arroyo mientras un león bebía agua fresca del mismo a unos cuantos pasos, ninguno de los dos se inmutó con la cercanía del otro, eso la dejo sorprendida, que lugar era ese, se preguntaba, ¿dónde estaban?, que el instinto de supervivencia animal no se veía reflejado, era como imaginarse el mundo antes del pecado, «fascinante» pensó.




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