Academia de Asesinos Volumen 2

Capítulo XIX: Asedio al campus parte I

Como cada mañana, muy temprano, Kamata se prepara para salir rumbo al dojo que se ha preparado en el campus para aquellos estudiantes que, si lo desean, los fines de semana puede entrenarse como el chico. Así que antes de que tenga que ir a clases, camina rumbo al dojo donde Kotomi lo espera con un té y después de diez minutos inician el entrenamiento, primero con trabajo de respiración para fortalecer su resistencia y darle calma a la mente, luego hacer estiramiento para una buena sincronización del cuerpo y finalmente el choque con espadas de madera.

Después de varios choques con las espadas, Kamata siente una molestia en su hombro y detiene su avance. Kotomi baja el arma de entrenamiento y dice:

—¿Quieres que paremos por hoy? —pregunta.

—Siento un poco de molestia, eso es todo. —responde el chico.

—Si quieres…

—No, enserio, estoy bien. —levanta la espada con ambas manos, un estilo que no es para nada el que usa siempre.

Entonces Kotomi insiste:

—Será mejor que paremos por hoy.

—¡Puedo continuar!

—Tienes ese dolor en el hombro. Dale descanso porque si te sobre esfuerzas harás peor a tu cuerpo.

—¡Maldición! —se molesta y producto de la ira agita la espada y avienta contra el suelo.

Por el impacto del arma de entrenamiento, la espada que yace colgada como símbolo del club se cae al suelo. Kamata se inclina varias veces y pide disculpas:

—Perdón, perdón, perdón. Soy un grandísimo torpe.

—Tranquilo, no es la gran cosa.

—Deja que lo recoja.

—Yo no lo haría si fuera tu.

—Es mi culpa que se haya caído…

Apenas al tocarlo, siente como su cuerpo tiemblan y la sangre se congela, y rápidamente retrocede como si la espada que yace ahora en el suelo estuviera poseída por un ente de lo más siniestro. Es tal esa sensación de terror que retrocede varios pasos y suda una gran gota que cae por su frente hasta llegar al suelo.

Sumado a todo eso, los latidos del corazón se aceleran porque el simple tacto también hizo resonar una extraña risa en su mente:

—Eso mismo me paso también. No sé qué clase de arma sea, pero no es normal. Hiroshi me pidió encarecidamente que nadie debe tocarla con las manos desnudas.

—¿Se supone que es un regalo para el club de kendo? —cuestiona el chico.

—En teoría el tocar una espada con las manos desnuda, simboliza la desnudez del alma del espadachín frente al acero.

—¿Pero esto no es demasiado exagerado? Se siente como si estuviera maldita esta espada. —insiste Kamata en que es peligrosa.

—Pues parece que esta arma no es para cualquier y requiere un alma fuerte y predispuesta. —toma una pinza, de esas que usan los herreros, y camina hacia la espada tirada— En lo personal cada alma es fuerte a su manera y quizás la misma espada nos pone a prueba. Sea edad, origen, fortaleza…genero…—al decir esto último se pone nostálgica y triste.

—Eso es una idiotez.

—¿Uh? ¿a qué te refieres con eso? —se voltea Kotomi.

—La edad, origen o género. ¿Qué clase de imbécil inventó esa estupidez? Si eres fuerte de alma puedes considerarte como alguien que puede enfrentarse a cualquier cosa. ¿No es lo que nos enseñan aquí? Incluso los más talentosos, así como más determinados pueden ser mejores que los malditos nobles.

Por alguna razón lo que dice Kamata acaba por hacerlo ver muy tierno por parte de Kotomi y en respuesta a ello sonríe y tímidamente regresa hacia la espada y la toma con la pinza. Con mucho cuidado lleva el arma hacia la pared y lo coloca sobre el estante:

—Lo que dices es muy cierto. —se da vuelta y deja a un lado la pinza— Pero algunas cosas, aunque lo fuera terminan por verse imposibles. Por más obvias que fueran. —añade con ojos tristes que dejan inquieto a Kamata.

Ella sonríe después de eso, expresando una tristeza tan profunda e inquietante que ni el más habido podría adivinar qué es lo que ronda el corazón de esa chica tan amorosa y a la vez que determinada. Sin embargo, nunca la ha detenido para cumplir su meta de ser una grandiosa espadachina y jamás lo hará.

En silencio, Kamata sale del dojo y Kotomi pregunta:

—¿A dónde vas?

—Iré por alguna bebida caliente. —responde el chico.

—¿No quieres té?

—Me…gustan tus tés. —dice con el rostro muy rojo— Pero siento que tengo que invitar algo. —agrega sonriente.

—Gracias Kamata.

En el camino, Kamata pasa por una puerta abierta donde es transportada la basura y rastro de esta en el suelo:

—Podrían haber recogido esto. —se queja.

De repente y al doblar por una esquina oscura y silenciosa, se cruza con un hombre misterioso y encapuchado que merodea la entrada del edificio con un cuchillo. Las miradas chispeantes de ambos se cruzan y la expresión de Kamata se envuelve en intimidación pura con venas resaltándose en la frente:

—¿Huh? —deja escapar el chico.




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