MAXINE.
Son casi las diez de la noche cuando arribamos a la casa de Wallace Bennett. El capitán del equipo de futbol, y chistes realmente malos. Justin nos ha traído, y agradezco que Lotty haya aceptado venir con nosotros en lugar de insistirle a su amigo que viniese con nosotros.
No he vuelto a ver a Mickey después de nuestra pequeña discusión en los vestidores de hombres. Y siendo sincera, solo espero no cruzármelo en lo que nos resta de noche. En el instante en el que soltó aquello lo único que deseaba era estampar mi rodilla justo en medio de sus diminutos testículos.
¿Quién mierda se había creído para decirme con quien debo juntarme o con quien no?
Más le valía dejar de oler pegamento.
Lo primero que noto al llegar a la casa de Wallace es la cantidad de botellas de alcohol que hay sobre cada mesa cada diez pasos. Literal, esa era una clara insinuación de que nadie debía salir de esta fiesta con sus cinco sentidos conscientes. Sonrío, porque pese a ello, sospecho de que sí habrá una persona que saldrá ilesa de esa fiesta: Lotty Gilbert.
Su casa es bastante grande. Lo suficiente como para que quepan por lo menos unas cuarenta personas, y contando las que aún no han de llegar. Hay una gran piscina en el patio, una fuente en la entrada, y muchas pero muchas puertas.
Justin camina al frente junto a la castaña, Theresa. Ella ya se ha bebido al menos unas tres botellas de cerveza de camino a la fiesta, así que el alcohol la hace tolerarme un poquito más.
—¡Walley! ¡Felicidades! ¡Les mamaron los huevos! —Justin saluda al tal Wallace, personaje que se ha cambiado de ropa, y lleva una botella de cerveza entre sus dedos.
Él le dedica una sonrisa, burlona.
—Nadie me lo mama mejor que tú, Brandon. —ahora sus ojos caen sobre los demás, justo detrás de Justin. En realidad, caen justo sobre mí, y una arruga se forma en su frente más sabe cómo disimularla—. Oh, miren a quien tenemos el honor de rendir pleitesía. Tantos años, Maxine Collins. ¿Es verdad eso que dicen sobre que estabas en prisión? —se lleva la botella a los labios y le da un largo sorbo. Sus labios humedeciéndose.
Aprieto las manos, y le dedico mi más agradable sonrisa.
—No creo que lo tuyo sean las leyes, porque de así serlo no habrían tantas cosas ilegales en este lugar. —sigo sonriéndole. Esta vez con suficiencia.
Justin ríe, nervioso. Wallace solo frunce los labios, y asiente.
—Le has dado al clavo. No tengo ni puta idea sobre leyes. Pero si existiese una ley que exponga que las chicas calientes deberían estar en mi cama, tú serías la primera culpable.
—Wallace... —Justin, advierte.
Él sigue con esa sonrisa y expresión juguetona en sus labios.
—Qué bueno que no existe, porque que desgracia la mía de ser así —replico, antes de coger una botella, y dirigirme hacia el área de la piscina.
Odio la clase de chicos que juran que las chicas somos solo objetos sexuales. ¡La humanidad depende de nosotras! Esa clase de chicos, y sus pensamientos retrogradas deberían irse a la mierda.
Bebo de la botella, y el líquido amargo del alcohol me hace arder la garganta. Me dedico a merodear por los alrededores, y varios rostros desconocidos se cruzan en mi camino. Pronto, siento una mano presionando mi hombro. Ladeo la cabeza hacia un costado, y miro por encima de mi hombro.
—Tienes agallas. Eres la primera chica que se enfrenta a Wallace de esa manera. —comenta Lotty, situándose a mi lado. Ella se sienta junto a mí, encima del escaloncito. Bebo de la botella, y me limito a aguardar en silencio—. Me gustaría ser como tú... —dice, aparentemente orgullosa.
De repente, las palabras de Mickey surcan mi cabeza.
‹‹Solo dañas todo, Maxine. Así eres tú, peligrosa››.
Niego al tiro, y anclo mi mirada sobre sus grandes ojos verdes.
—No quieras ser como yo. Digo, mírame. —murmuro, apretando mis labios con fuerza, y colocando la botella sobre el suelo.
Ella me regala una sonrisa. Una sonrisa real.
—Te miro, Maxine. Y créeme nunca antes había conocido a una persona con tanta seguridad en sí misma. —se ríe suavemente, y juguetea con la botella que antes bebía—. Si a los demás no les gusta tu estilo, pues que se jodan. Así de simple —cita las mismas palabras había usado con ella hace horas atrás.
Sus palabras me hacen entrar en razón. Por un momento había llegado a pensar que tal vez todos tenían razón sobre mí. Tal vez era tan peligrosa como la gasolina, pero es quién soy, y me gusta ser así.
—Ese chico de allá no para de mirarte —mascullo, estudiando al chico que no le arranca los ojos de encima a Lotty desde que se sentó a mi lado.