Adicción Irresistible ©

8|Tenemos Un Trato.

 

MICKEY.

 

 

Los Collins siempre han sido algo así como la ‹‹equis›› prohibida en un mapa. En donde ellos estén, los Janssen no podemos estar, y en donde los Janssen estén, los Collins simplemente deben retirarse. Así ha sido siempre, desde que tengo memoria.

Una regla hereditaria. Mis hermanos la acataron. Mi padre la acató. Todos parecen haberla acatado sin ninguna dificultad.

Y es que, a decir verdad, no debería ser tan complicado suponiendo que los Collins son todos altaneros, prepotentes, y es casi imposible no odiarles. Sin embargo, he sido la excepción de esa regla.

Nunca he odiado a los Collins, o por lo menos, trataba de creérmelo. Comenzando porque son enemistades que surgieron del pasado, y de quién sabe cómo demonios sucedió. A diferencia de Mikhail, Micah siempre prefirió que me mantuviese alejado de esos pensamientos tortuosos. Al pertenecer a la última generación se suponía que había menos carga de culpa genética adentro de mis cromosomas homólogos.

Y es que hubiese sido muchísimo más fácil de no ser por ella...

Maxine Collins. Ella siempre ha estado rodando por mi vida sin rumbo alguno. Nunca sabré a dónde quiere llegar. ¿Por qué simplemente no se aleja?

Todo era mucho más fácil cuando ella se marchó, dejándome el camino libre para seguir con las reglas familiares. No tenía de qué preocuparme, y mi vida parecía andar bien hasta que ella regresó... Siempre con esa personalidad espontanea y mirada desafiante que te hace querer retarle hasta descubrir a dónde es capaz de llegar.

Debería mantenerme alejado de ella.

Y aun así intenté besarla.

¿Qué demonios está mal conmigo?

¿Cómo estuve a punto de besar a una Collins?

No solo me refiero a la regla familiar. Me refiero a mi propio bienestar. A simple vista, ella engloba todas las características de una persona a la que debería evitar.

—¿Me estás escuchando? —Noah chasquea sus dedos frente a mi rostro, regresándome a la realidad.

Muevo mi cabeza, afirmando; y luego niego. Ni siquiera me he dado cuenta de cuando ha llegado a casa.

—Te decía que se han agotado las entradas para tu tonta banda de maricas. —reitera, y su respuesta me hace fruncir los labios.

—Bad Wolves no es una tonta banda —hago una mueca, y me incorporo sobre el colchón—, y tú luces más marica que ellos, Noah. —le ladro.

Él sonríe, porque ese es siempre su propósito, herirme. No lo logra jamás, sin embargo.

Bad Wolves es mi banda preferida desde que cumplí los catorce años. Desde que los descubrí algo nuevo despertó en mí, descubrí que me apasionaba la música más de lo que en algún momento llegué a imaginar, y desde entonces no paro de escribir canciones.

Canciones que nunca termino.

Mierda de pasión, pienso con sarcasmo.

—Ya lo sé. Igual no tengo ganas de ir solo. —le miro con fingido pesar, y le subo el volumen al reproductor junto a mi cama—. Y tú nunca me has acompañado.

—Odio la música —se encoge de hombros, y prosigue leyendo su libro—. Y no puedes reprocharme nada. Tú jamás me has acompañado ni siquiera a la biblioteca.

Chasqueo la lengua, y despliego una sonrisa en mis labios.

—Odio los libros.

Él sonríe, burlón.

—Touché.

Niego, y me cubro los ojos con el antebrazo recordando que he quedado con Juliana para ir a visitar a Jordana en el hospital. Se me revuelve el estomago al recordarlo..

Jordana está en un hospital desde el año pasado cuando enfermó gravemente, y luego no pudo siquiera respirar por su propia cuenta. Fue entonces cuando juliana debió arreglárselas para cuidar de su abuela, y mantener su vida como era antes.

Alargo mi mano para coger una almohada por detrás de mi cabeza, y se la arrojo a Noah. Él alza la cabeza con sus cejas arqueadas, y me mira con hostilidad.

—¿Me acompañas al hospital? —pregunto, pintando una sonrisa inocente en mis labios.

Él alza su ceja derecha.

—¿Ya te diste cuenta que odiar la lectura es de psicóticos?

—No. En realidad, me di cuenta de que odiar la música es de psicóticos.

Él alza su dedo medio al aire, justo frente a mí.

—¡Jodete, Janssen!

Tomo otra almohada, y vuelvo a tirársela.

—¡Venga, Noah! —me levanto, plantándome frente a él.

Noah no retira sus ojos de su libro, y sigue enseñándome su dedo pervertido.

—¡Guarda ese dedo para cuando tengas sexo con alguna chica! —le arranco el libro de las manos, y salgo corriendo escaleras abajo mientras escucho sus insultos a través del pasillo.




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