Adicción Irresistible ©

11|Prófugos.

 

MAXINE.

 

Sin embargo, antes de que podamos hacer algo de lo que pronto podríamos arrepentirnos. Las personas empiezan a empujarme por la espalda, y no demoramos en percatarnos de que los guardias de seguridad que se encuentran junto a la entrada, nos señalan y se comunican con alguien más a través de sus intercomunicadores.

Mierda.

Estamos en problemas.

Observo a Lennon en el escenario, y él no demora en enseñarnos su dedo del medio junto a una sonrisa llena de petulancia. Él nos ha acusado. Idiota.

—¿Nos denunció? —habla el rubio a mi lado. Él luce nervioso, y la verdad, mi corazón late desbocado adentro de mi pecho.

Asiento, y miro en todas las direcciones del escenario buscando una salida.

—Maldito —mascullo entre dientes, antes de encontrar una salida.

Los guardias empiezan a abrirse paso entre la marea de personas sudorosas a nuestro alrededor en nuestra búsqueda. Me vuelvo hacia Mickey, y él actúa como si no tuviese ni la más mínima idea de qué hacer.

Lo último que deseo es meternos en un problema legal, y que nuestros padres deban enterarse de nuestro pequeño acuerdo de ser amigos. Subestimar a Melanie Collins es algo de lo que he aprendido a cuidarme. Nunca sabría de lo que es capaz de hacer con tal de hacer cumplir sus decisiones.

Relamo mis labios, y fuerzo una sonrisa nerviosa en mis labios.

—¿Nunca has huido de la policía? —pregunto.

Él niega, sin dejar de mirar a los guardias que empiezan a acercarse.

Tomo su mano, y entrelazo nuestros dedos con fuerza.

—A partir de hoy tendrás una nueva anécdota que contar. —replico, segura.

Tiro de su mano antes de permitirle contestar, y lo arrastro en medio de la multitud. Pataleando, manoteando, y haciendo maniobras para abrirnos paso entre tanta acumulación de personas. El ruido de los instrumentos me pita en los oídos como si les tuviese justo encima de mí, y el aire se hace escaso en mi sistema. Sin embargo, no podemos permitirnos tiempo de respirar si quiera.

Escucho los gritos de los guardias a nuestras espaldas, y temo que puedan alcanzarnos. Miro a todos lados en busca de una salida, hasta que una idea surca mi mente. La puerta por la que entramos con Lennon. No había ni un alma por esa zona. ¡Esa es nuestra salida!

—¡Están demasiado cerca, Maxine! ¡No lo vamos a lograr! —escucho a Mickey balbucear a mi espalda.

Más no respondo. Necesito mantenerme concentrada, y él solo me complica la situación con sus nervios de la mierda. Joder...

Culebreamos hasta que nos encontramos alrededor de las escalerillas, la rodeamos, y justo cuando veo la salida a pocos metros de nosotros. Escucho el grito de uno de los guardias.

—¡Deténganse ahora!

Trago grueso, y tiro del brazo de Mickey hacia la puertecilla. Empujo la puerta hacia afuera, y esta se abre de inmediato. El aire es más ligero en el exterior. Más, segundos más tarde, el sonido de las sirenas policiacas resonando alrededor del lugar me hace querer pegarme un tiro.

—¿Qué demonios vamos hacer ahora? —masculla, Mickey.

Él se toma la cabeza con los brazos como si hubiésemos perdido la batalla, y su mirada destila inseguridad.

Relamo mis labios, y echo una rápida mirada al panorama. A los costados del aparcamiento se encuentra un oscuro sendero atestado de arboles que guían a quién demonios sabe a dónde... solo sé que sea donde sea, es mucho mejor que terminar pasando la noche en una celda de la policía.

—Necesito que confíes en mí —me giro para enfrentarle. Sus azulados ojos azules se posan sobre los míos. Brillan con la fuerza de mil fuegos.

Una carcajada sarcástica brota de sus carnosos labios.

—¡Mira a dónde me ha llevado esto de confiar en ti, Maxine! —señala a su alrededor, y el sonido de las sirenas policiacas me aturden.

—Por supuesto. Ahora todos se hacen las víctimas —suelto una carcajada, burlona—. No he obligado a nadie a nada, y si tienes una idea mejor, suerte.

Él se queda en silencio durante lacónicos segundos antes de exhalar un prolongado y profundo suspiro.

—¿Cuál es el plan, Collins? —pregunta. Sus labios estirándose en una sonrisa llena de complicidad.

Alzo una ceja.

—Solo sígueme.

Extiendo mi mano frente a su rostro. Él le da una larga inspección como si estuviese debatiendo consigo mismo antes de acceder. Su calidez penetra mi cuerpo de inmediato, y el calor desciende a la boca de mi estomago. Omito la sensación.

Solo debemos encontrar la manera de salir de aquí lo antes posible.

—¡Por allá! —escuchamos que alguien grita a la lejanía.

—Espero que te guste el atletismo —murmuro, divertida.

Él alza una ceja.

—¿Por qué?

No respondo, y echo a correr soltándome de su mano. Pronto nos encontramos sumergidos en lobreguez del sendero. No tengo ni puta idea de a dónde nos dirigimos, solo sé que el corazón me late con exagerada fuerza, y la adrenalina que me recorre el cuerpo me impulsa a mover mis piernas cada segundo más rápido.




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