MAXINE.
Miro el disfraz de ángel en medio de mi cama.
Cuando decidí ir a la fiesta de disfraces que se llevaría a cabo en espacio del instituto, y le pedí ayuda a Lotty para escoger el disfraz jamás pensé que su elección se decantaría por un ángel. Quiero decir, no es el tipo de disfraz que me identifique a mí.
Tal vez a ella.
No a mí.
Toretto juega con las alas del disfraz, y procedo a darme una ducha antes de arreglarme. No tengo alternativa. Ya son alrededor de las ocho, y es casi improbable que pueda conseguir cualquier otro disfraz antes de las nueve, hora en la que inicia la celebración.
Siendo honesta, no tengo ni puta idea de qué se celebra con exactitud. Solo sé que se llevará a cabo en el salón de gimnasia, y que según la mayoría de las personas, será imperdible.
Termino de ducharme, y envuelvo una suave toalla alrededor de mi torso desnudo. Regreso a la habitación, y sin más pataleos, procedo a ataviarme con el disfraz. Es un largo vestido blanco con unas delicadas y brillosas alas de ángel.
Se parece más a una mariposa.
Cuando he conseguido colocarlo sobre mi cuerpo, me echo un vistazo a través del espejo a cuerpo entero en una arista de la habitación. Avisto mis ojos verdes que refulgen debido a la gratitud del atuendo. Dejo mi cabello rubio y salvaje saltar con libertad sobre mi espalda, y aplico una gruesa capa de labial rojizo sobre mis labios.
Pronto, alguien irrumpe en mi habitación si dignarse a tocar. Los ojos plomizos de Justin se encuentran con los míos, y no tarda en dedicarme una de sus sonrisas picaras.
—Bueno, bueno... me haces sentir un pecador justo ahora —dice a modo de juego.
Me giro hacia él, ladeando una sonrisa hostil en mis labios.
—¿Por qué? —pregunto.
—Por querer follarme a un ángel, ángel.
Sus labios se cuadran en una sonrisa incluso más intensa. Me echo a reír, y sacudo la cabeza dándole la espalda.
—No me llames ángel. —le espeto. Busco mi carterita diminuta en la que introduzco mi móvil, y las llaves de la casa antes de caminar hacia la puerta.
Examino a Justin, y analizo su atuendo. Él está disfrazado de...
—¿Qué se supone que es esto? —le señalo de pies a cabeza con mis manos, y alzo una ceja.
—Un príncipe. —se encoge de hombros—. No ha sido mi elección. ¿Vale? Era el único que conseguí hace tres horas.
Suelto una risa burlona, y meneo la cabeza.
—Por supuesto, príncipe. —traslado mi mano hacia el pomo de la puerta, y hago una reverencia, flexionando mis rodillas en su dirección—. ¿Nos vamos?
Justin asiente, y se acerca demasiado. Tanto que puedo sentir su respiración sobre mis labios.
—Llévame al cielo, ángel. —se ríe sobre mis labios, y se aleja con brusquedad hacia el exterior de la habitación.
Tuerzo los labios.
—Idiota.
Mis padres han salido a una reunión esta noche por lo que no he tenido que pedirles permiso para asistir a la fiesta. Cosa que agradezco suponiendo que últimamente nuestra relación consiste en peleas, discusiones, y malas caras. Ya ni siquiera me siento en casa estando en mi propia casa. He empezado a sentirme una completa extraña rodeada de personas que ahora son solo desconocidos para mí.
Y es increíble la manera en la que tu propia familia puede convertirse en tan solo un par de extraños.
Justin enciende el reproductor de música, antes de pisar el acelerador con fuerza. Las ventanillas se encuentran abajo, por lo que el aire se cuela en el cálido interior de la cabina revolviendo mi cabello con ferocidad. Saco una mano concediéndome sentir la calidez de la brisa que impacta contra mi mano mientras el auto está andando.
Apenas son las 21:16 pm cuando Justin aparca el auto en el estacionamiento del instituto. El cielo está despejado, y libre de nubes. Tan solo unas cuantas estrellas incrustadas en medio de la oscuridad. La brisa azota con suavidad contra mi rostro, obligándome a atusar mi cabello con mis manos.
Junto a Justin, nos dirigimos hacia el interior del lugar en dirección al gimnasio. Cientos de chicos se encuentran en la entrada bebiendo y charlando acerca de la existencia del cangrejo, y el Big Ben. No tengo idea, en realidad. Solo asumo cosas.
Pronto, nos detenemos a saludar un par de amigos de Justin. Entre ellos, el insoportable Wallace Bennett.
—Oh, dios. ¿He muerto tan rápido? Porque estoy viendo a un precioso ángel justo ahora —bromea el susodicho, guiñándome un ojo.
Se me revuelve el estomago, y le dedico una sonrisa amarga.
—Créeme, amigo. En el infierno no hay ángeles.
Justin rompe a reír, y Wallace arruga la nariz.
—Pues serás tú un ángel caído, muñeca.
—Un demonio para ti, muñeco —le dedico una mueca, y termino rodando mis pies en dirección al gimnasio.
La música resuena con fuerza en mis oídos. Tan pronto ingreso al lugar, el sonido se intensifica, y causa ecos en toda mi cabeza. El lugar está oscuro, y tiene una decoración que simula la galaxia. La melodía que resuena en el fondo es suave, y me causa ligeros espasmos.