MAXINE.
Juego con los anillos entre mis dedos mientras mi pierna se mueve impaciente, la punta de mi zapato repiquetea contra el suelo. Toretto se encuentra a mi lado, con su peluda cabecilla recostada de mi muslo. Todos estamos ansiosos. Bueno, más que ansiosos, emocionados.
Tengo casi seis meses sin ver a ninguno de mis hermanos, y el hecho de que Kevin venga a la ciudad por unos días, me sube los ánimos de una manera inexplicable. Él se siente como mi hogar. Mis padres solo se limitan a trabajar, y asistir a las reuniones que dan sus colegas los sábados.
Desde que llegué me he sentido como el huésped de la casa, rodeada de personas que apenas conozco. Y, para ser sincera, no es que muera por la atención de mis padres, solo me gustaría que mostrasen un poco más de interés en mis asuntos.
En asuntos verdaderamente importantes. No en mis escapadas nocturnas.
Segundos más tarde, el timbre suena. Me paro de un brinco, y corro hacia la puerta. El corazón me late rápido al abrirla. De inmediato, me encuentro con los ojos azules de mi hermano mayor.
—¡Kevin! —brinco hacia sus brazos.
Él me estrecha entre su cuerpo. Sus brazos apretándose alrededor de mi anatomía, demostrándome lo mucho que me ha echado de menos.
—¡Maxine! ¡Estás hermosísima! —sus dedos acarician mi cabello. Nos separamos, y sus ojos me estudian de pies a cabeza—. Te he extrañado demasiado, pequeña revoltosa —se mofa.
Me río, y le echo una mano con su equipaje. La arrastro hacia el interior, caminando por delante de él.
—Yo no tanto —me burlo, y me lanzo sobre el sofá.
Toretto corre a lamer los brazos de Kevin cuando éste se tumba a mi lado. Se le sube en el regazo, y empieza a sacudir su peluda cola de lado a lado.
—Y tú, pulgoso —Kevin juega brusco con el pelaje de Toretto. El muy masoquista continúa lamiéndole, y mordiéndole por todo los brazos. Mi hermano me echa un vistazo por encima del hombro—. ¿En dónde está mamá?
Me encojo de hombros, casualmente. —Supongo que en la reunión de los Donovan.
Él frunce el ceño, sin dejar de acariciar la cabecilla de Toretto.
—¿Los Donovan? ¿Siguen siendo amigos de los Donovan? —asiento, cruzándome de brazos—. Qué hipocresía. ¿Se les olvida que los Donovan estuvieron a punto de confiscarle la empresa del abuelo?
Finjo quitarme un hilo imaginario de la pierna, y vuelvo a hundir los hombros. Él habla con un atisbo de recelo en su voz que me impresiona. Eso fue hace mucho tiempo. Decido cambiar el foco de la conversación.
—¿Cómo está Mercedes? —le pregunto. Mis cejas danzan con socarronería.
Noto a sus mejillas colorarse un poco.
—Ella está bien... —se pasa los dedos por la cara, y suelta una risa nerviosa. Mis ojos se arrugan en las esquinas, indicándole que prosiga. Conozco esa mirada. Y no significa nada bueno—. He estado pensando en hacer las cosas más serias... —dice, jugando con sus dedos.
—¿Más serias? —repito.
—Sí, ¿sabes? —se aclara la garganta como si le costase hablar del tema. Tal vez se ha puesto nervioso—. He estado pensando en pedirle matrimonio. —confiesa por fin.
—¿Qué? ¿Kevin casado? —me río con burla, y dejo descansar mis pies enfundados por un par de mediecillas de lunares sobre la mesa de centro—. ¡Qué cosa!
Él me pega en el brazo.
—Lo digo en serio, Max. Ella me gusta demasiado... —su rostro se torna demasiado rojo. Casi me río en su cara, pero termino mordiéndome el labio inferior para esconder la risa—. Más que eso. Creo que la... —se calla durante unos cinco segundos—, amo.
Una sonrisa juguetona se dibuja en mis labios.
—¿La amas?
Sus ojos buscan los míos. Mueve la cabeza, asintiendo. No hay rastros de juego en su mirada o en su rostro. Kevin lo dice en serio.
Siento un apretón incomodo en mi estomago.
Suspiro con fuerza. —¡Mierda! Nunca imaginé que serías el primero en casarse... —intento relajar la tensión en mis hombros—. Siempre pensé que Kay sería el primero. No tú.
Él ladea la cabeza.
—Las cosas cambian —dice. Luego guarda silencio como si meditase algo, y una sonrisa melancólica surca sus labios antes de añadir—: Las personas te hacen cambiar, muchas veces para mal y otras, te hacen ser cada día mejor.
Me trago el pinchazo en el pecho cuando un par ojos azules vuelan a mi cabeza.
Solo no pienses en él, Maxine.
Pero Kevin tiene razón.
Muchas personas te hacen cambiar para mal.
Y otras solo sacan lo mejor de ti.
Sorprendentemente, Mickey ha sido el único capaz de lograr eso. Cada vez que estamos juntos siento que todo lo malo en mí se esfuma por completo. Como si en mi fuero interior solo quisiese ser lo suficientemente buena como para demostrarle que no todo es oscuridad en mí.
¡Y jodida mierda es sentirse así!
Ante mi silencio, los acusativos ojazos de Kevin me escrudiñan.