Maxine.
He sido una idiota.
No. Mucho más que una simple idiota. Una jodida idiota. Porque, acabo de joderme la vida al quebrar reglas por personas que no lo merecen. Nunca lo han merecido. Pero decidí cegarme con una imaginaria venda sobre mis ojos mientras los demás se burlaban de mí.
Me siento como la mierda. Me siento usada. Burlada. Idiotizada. Todo porque decidí creer que había un final bonito en una historia de terror. Eso es imposible. Pero, debí tropezarme con mis propios pies hasta tocar fondo para poder entenderlo.
Clavo mi mirada sobre Cool. La araña gigante que se encuentra oculta entre las almohadas sobre mi cama. La misma araña que me ha regalado Mickey hace un par de días atrás. No le he vuelto a ver desde entonces, y que, para ser sincera, desearía que el inodoro se lo tragara de la faz de la tierra. O, podría tragarme a mí, tiene el mismo efecto.
No puedo evitar sentir como el cólera empieza a inundarme el cuerpo entero. Mis uñas se clavan con fuerza contra la piel de mis manos. La furia me consume como fuego. No tengo excusas. Después de todo, sucedió lo que tenía que suceder… nunca le detuve. Nunca me arrepentí… hasta ahora. No puedo describir el nivel de impotencia que me embarga el alma.
Me deslizo hacia el cajón, y busco una tijera. No la consigo de inmediato, pero estoy segura de haber visto una tijera en estos cajones antes. Gruño, frustrada. ¿En dónde diablos se esconden los objetos cuando más los necesitas?
Un par de minutos más tarde, encuentro la maldita tijera. Luego, me vuelvo hacia Cool. Los dedos me tiemblan a medida que trajino dando grandes zancadas hasta mi cama. El enojo leuda con cada segundo que transcurre. Solo quiero deshacerme de todo lo que me recuerde a los Janssen. Malditos.
Saco a Cool de entre las almohadas, y la siento sobre mi regazo. Mis ojos examinan el peluche, y los recuerdos empiezan a revolotear en mi cabeza como una manada de mariposas furiosas. Presiono los dientes con fuerza. Me duele. Sin embargo, trato de convencerme de que es lo que debo hacer ahora. Hacer lo que mis padres siempre quisieron que hiciese, porque tal vez, en el fondo, tienen razón. Siempre han tenido razón.
Me froto el rostro con las palmas de mis manos, y no puedo evitar ser brusca. Solo que cada vez que cierro los ojos, me someto a la peor de las torturas. Sus ojos azules vuelven a mi mente recordándome todo lo que hemos hecho… nos estamos haciendo daño. Siempre supe que ese sería nuestro final. Suspiro, profundamente.
Tengo que olvidarte.
Olvidarme de lo que sucedió.
Por ello, pienso que quizás si elimino a cool del mapa, nada más nos uniría. Nada más me recordaría a él. Solo debo hacerlo…
Tomo las tijeras, y llenándome de valentía, las dirijo hacia la cabecilla de Cool. Me encuentro a tan solo un movimiento de arrancarle la cabeza hasta que alguien abre la puerta de mi habitación, interrumpiéndome. Lanzo un gruñido, y entorno la mirada. Solo es Justin.
Él me dedica una mirada radiante de curiosidad.
—¿Te interrumpo? —pregunta. Cierra la puerta a su espalda, y se queda allí, de pie, escudriñándome durante largos segundos.
Hago una mueca, y elevo la tijera al aire.
—Sí, interrumpes. Me encontraba en medio de una trepanación.
—¿Trepanación? —sus ojos grises se clavan sobre el peluche en mi regazo. Bien, entiendo que la situación es demasiado comprometedora. Tal vez empiece a pensar que su amiga ha perdido la cabeza.
Hace mucho que lo piensa, en realidad.
—Sí. ¿Podrías marcharte para reanudar el ritual? —le observo con suplica.
Él se echa a reír, y toma asiento a los pies de la cama.
—¿Desde cuándo te dedicas a sacarle los demonios a tus peluches? —se burla. Una gran sonrisa abriéndose espacio en sus labios delgados.
—Bueno… —miro a cool. Concibo si sería una mala idea contarle acerca de mi aventura nocturna con Mickey. Luego, me prohíbo a mí misma contárselo. Solo intento apretar ese botoncito en mi cabeza que dice ‹‹suprimir››. Sí, quiero suprimir a los Janssen de mi vida. Me aclaro la garganta, y luego dejo a cool descansar sobre mi regazo—. Tal vez debería iniciar sacándome mis propios demonios.
—¿Y apenas te das cuenta? —se ríe. Sé que solo bromea.
Muevo mi cabeza hacia abajo, mirando al peluche que descansa en medio de mis piernas. El aire se vuelve denso a mí alrededor. ¿Por qué se me hace tan complicado sacarle de mi vida? No debería suponer un problema a estas alturas.
Le lanzo una mirada fulminante a cool. Ya luego me encargaré de ti.
—¿A qué se debe tan grata visita, Jus? —le observo intentado maquillar todo mi mal humor. Sí empiezo a ser exageradamente borde con Justin, lo notará y no me quedará otro remedio que sincerarme acerca de mis pecados.
Y no quiero confesar mis pecados hoy.
Él desliza su mano hasta su otro brazo, frotándolo. Luego, su comisura se alza ligeramente en una sonrisa torcida. Una de sus cuantas sonrisas derrite bragas.
—He estado pensado en lo poco que nos hemos visto últimamente. Y, no sé… quería pasar tiempo de calidad con la más loca de las locas —dice. No puedo evitar suspirar con ternura.
—Qué halago —ambos reímos. Asiento, porque él tiene razón. A tan solo seis meses de la graduación, casi no pasamos tiempo juntos. Siento que es, en parte, mi culpa. He estado tan pendiente de personas que no valen la pena, que he estado ignorando el hecho de que desconozco lo que sucederá cuando nos graduemos—. Bueno, es que tú siempre estás demasiado ocupado sacudiéndote a todas esas chicas —le guiño.
Justin alza una ceja. —¿Con cuáles chicas?
—Bueno, ya sabes. Theresa, Emma, la chica morena de pelo rizado, la chica asiática de gafas anticuadas, la chica del pelo rosa… ¿quieres que continúe o es suficiente para ti? —le enumero la larga lista de sus conquistas. Ha conquistados más tierra que el mismo Cristóbal Colón.