Maxine.
¿No les ha sucedido nunca que justo en el momento más maravilloso de tu vida, algo sucede que arruina todo en tan solo un instante?
Bueno, por si se lo estaban preguntando; justo eso sucedió en el puntual instante en el que la canción más hermosa que había escuchado en la vida entera, finalizó. La policía apareció en medio de la multitud junto con aquel mismo sujeto encargado de la tiendilla de la cual tomamos prestada algunos artículos el día que fuimos al lago. Sin duda alguna, nos tomaron a todos por sorpresa. Nunca esperé que aquel sujeto fuese tan rencoroso.
Nos llevaron a una pequeña patrulla, que en realidad, era tan solo otro carrito de golf de los que empleaban para vigilar en el festival.
De ese modo, recién estábamos cumpliendo tres horas en la comisaría más cercana al festival. Nos pidieron nuestras identificaciones, y nos metieron en una mugrosa celdilla hasta que terminaran de contactar a nuestros padres.
Ni siquiera habían sido amables con nosotros. Tenía más de una hora con la vejiga a punto de estallar, sin poder ir al baño solo porque los estúpidos oficiales no me lo autorizaban.
—Ni que me fuese a robar la puta tapa del inodoro —digo con amargura al oficial que me observa desde la comodidad de su oficina; contigua a la celda.
Él ladea la cabeza. —Bueno, robaron dulces de una tienda. No sería sorprendente si además se roban partes del inodoro en una estación de policía.
Hago una mueca con los labios, ahogando a las malas palabras que luchan por escapar de mis labios.
Lotty posa su mano sobre mi hombro en un inteligente intento de tranquilizarme. Una palabra más por parte de ese idiota, y juro que ni el agua bendita podrá contener la retahíla de malas palabras que saldrán de mi boca.
—¿No puedes aguantar un poco más? Nuestros padres no deben tardar en llegar —dice. Suena tranquila pese al lío en el que nos hallamos metidos.
Nos han dividido en celdas por sexos. Los chicos están al otro lado de la comisaria, mientras que nosotras estamos atrapadas en esta maldita pocilga con un puto cubículo al frente que no me permiten usar. Me urge usarlo.
—Llevo dos malditas horas aguantando —mascullo con los dientes apretados.
—Podrías aguantar una hora más entonces —sus palabras suenan más al estilo de una súplica. Ella sabe que, si pierdo el control, podría empeorar la situación.
Siendo honesta, no sé si la situación podría ser peor.
Trato de tomar una profunda bocanada de aire. Esta frío y polvoriento.
¿Qué nadie asea este lugar?
—Bien, haré mi mejor esfuerzo —le digo a modo de tranquilizarle.
Me giro lejos de las rejas de la celda, y tomo asiento en el banquillo pegado a la pared de la celda. Sierra se encuentra con la caja que contiene a su araña en brazos, mientras recita palabras motivadoras.
Revoleo los ojos, deslizándome unos cuantos centímetros lejos de ella.
—¿Cuándo van a llegar? —pregunta Lotty en voz alta. No para de dar vueltas en círculos frente a nosotras. Empiezo a entrar nuevamente en colapso—. Mamá va a matarme lenta y fríamente. Me matará, y luego echará mi cuerpo al río como alimento para las pirañas. Va a...
—Lot, nadie va a matarte. ¿Bien? —consigo su atención. Ella traga con evidente fuerza—. Nadie va a morir —hago una pausa, cerrando los ojos ante el dolor que punza latentemente en mi abdomen bajo—. Bueno, tal vez si muera alguien. Yo, cuando mi puta vejiga estalle porque estos negligentes no me dejan usar el puto baño —agrego lo último elevando el tono de mi voz.
El oficial "Odio a la juventud", vuelve a dirigir su atención hacia mí.
Sí, esa era la intención.
—¡Maxine! —me reprocha Lotty.
Le doy una mirada que demuestra la poco que me interesa caer en gracia delante de estas personas, y me dedico a contar arañas en mi cabeza. Últimamente las arañas son seres importantes en mi vida. Desearía tener a cool justo ahora conmigo.
Sin embargo, dos minutos más tarde, alguien se dispone a hablar del otro lado de la celda. Cuando abro los ojos me encuentro con la mirada beligerante del oficial. Carga una delgada tablilla entre sus manos.
—¿Sierra Simons?
Sierra da un brinco hasta la rejilla.
—Su abuelo acaba de llegar. Ha pagado tu fianza —dice, echándole una mirada curiosa a la caja que trae Sierra entre sus manos—. Ya puedes irte.
Se dispone a sacar el gran manojo de llaves de su bolsillo, y a abrir la puerta de la celda. Enseguida, Sierra se encuentra del otro lado, respirando con mayor tranquilidad. Me aventuro a salir antes de que cierre la celdilla, hasta que el oficial me detiene bruscamente.
—Tú no. Solo Sierra Simons.
Alzo las cejas. —Ya lo sé. Solo quiero usar el put... —me contengo de terminar la palabra—. El baño. Solo quiero usar el baño —termino de decir.
Él me da una mirada de arriba abajo. Se da media vuelta, dejándome encerrada con la vejiga a segundos de hacer catarsis.
Maldigo para mis adentros, y le atizo una patada a la puertecilla.
—Fue lindo conocerlas, chicas. Yo... —Sierra saluda a su abuelo que se encuentra tras una ventanilla de cristal. Se nota que está pisando los ochenta y tantos años, y sus rasgos dan la impresión de que proviene de otra nación—. Si quieren aguardo por ustedes —dice.
Niego con la cabeza. Lotty imita mi acción.
—No, descuida. Fue lindo conocerte —menciona la rubia junto a mí. Una sonrisa ajustándose en sus labios.
—Sí, sí. Espero verte pronto —miro a la araña mutante adentro de su caja—. Sin esa horripilante cosa de diez patas —la araña me mira como si pudiese entender que me refiero a ella.
Guau. Eso me dio escalofríos.
Sierra nos da un pequeño abrazo a cada una a través de la celda, y se marcha en dirección a su abuelo.
Tan solo somos Lotty y yo ahora.