Recomiendo que lean el cap mientras reproducen la canción que les deje en multimedia. Sentirán lo mismo que yo mientras lo escribía.
CANCION: Afterglow - Ed Sheeran.
Mickey.
Tomo la hoja de papel, y la envuelvo en un puño moldeándola a la forma de mi mano. El suelo está frío, y arrasadoras corrientes de aire se cuelan a través de la ventanilla, azotándola de vez en cuando. Probablemente, llueva más tarde. Escuché en la radio que había pronóstico de tormenta para esta noche.
Tormenta. La palabra se queda estancada en medio de mis pensamientos, conduciéndome a tomar el lápiz de madera, y plasmar la palabra en medio de mis letras. Una canción me había golpeado en la cabeza cuando llegamos la noche anterior del festival. Tenía muchas ganas de sacarme todo este remolino de emociones de adentro... el problema es que sigo sin hallar la manera de hacerlo.
Escribir canciones deprimentes ha dejado de ser la solución. El cantar tampoco ayuda mucho. De algún modo, sentía que la única manera de poder sentirme más liviano conmigo mismo era enfrentando la realidad.
No he hablado con Ian anoche. Tampoco he querido hacerlo esta mañana durante el desayuno. Solo he bajado a buscar la caja de cereal y la leche, y de regreso a mi habitación. Sin anexar el hecho de que según Sara, estoy castigado.
Me castigan todas estas dudas que afloran sin piedad en mi mente.
Un aporreo en mi puerta, me hace dejar de tamborilear el lápiz sin dirección.
—¡No quiero ver a nadie! —grito con la voz apagada.
De todos modos, a la persona al otro lado de la puerta, le importa muy poco mis deseos de soledad, porque en menos de cinco segundos, Juliana se encuentra adentro de la habitación.
Tiene una pequeña caja entre sus manos que acompaña junto a una resplandeciente sonrisa.
—Te he traído algo que sé que adoras —coloca la caja sobre el suelo.
Le echo un somero vistazo para descubrir el contenido de la caja. Es un donut de chocolate con chispas de colores.
Sonrío, porque cuando era más chico y algo me hacía poner de mal humor o, simplemente, enojado, un donut era la solución a todos mis problemas.
Tal vez debería empezar a escribir canciones acerca de Donuts.
—Ya no tengo diez años, ¿lo sabes? —murmuro. Tomo la caja entre las manos.
Ella estira la comisura labial. —Nunca he dicho lo contrario, pero sin importar la edad que tengas, un buen postre siempre logrará sacarte una sonrisa.
Asiento sin decir nada. Me deshago de la tapa de la caja, y divido el donut a la mitad para dársela a ella. Juliana la recibe, sonriente.
Le doy un mordisco. Vaya, esto si está genial.
—¿Puedo preguntarte que sucedió el fin de semana? —me mira con los ojos bien abiertos. Lleva el cabello negro azabache atado en una trenza, y el uniforme pulcro como de costumbre.
Tomo una profunda bocanada de aire. —No quiero hablar de eso.
Ella ladea la cabeza mientras asiente.
—En ocasiones, hablar del cómo nos sentimos, ayuda a sentirnos mucho mejor —alega. Se pone de pie con la intención de marchase.
Más, no logra hacerlo porque le detengo.
—Sara estuvo ocultándome la verdad sobre Ian todo este tiempo —suelto sin pensar. El donut pasa a tomar un sabor amargo cuando lo digo, perdiendo toda la dulzura—. Mis hermanos también lo sabían —agrego con la rabia filtrándose en medio de mi voz. Luego, alzo la mirada enfocándole con ahínco—. Mikhail y Micah lo sabían también. Ian lo sabía. ¿No se supone que somos familia?
Juliana vuelve a ocupar su lugar en el suelo, frente a mí.
—Son familia, Mickey. Ellos... tendrán sus razones para no habértelo dicho —murmura. Sus dedos se entrelazan frente a sus rodillas, y me dirige una sonrisa triste—. Deberías preguntárselo. Son tus hermanos, y solo hicieron lo que creyeron era mejor para ti.
Sacudo la mano al aire. —O, lo mejor para ellos. Ya no lo sé. Solo sé que mintieron acerca de Ian. Mintieron acerca de los Collins. Mintieron acerca de todo —mi voz se apaga.
Su mano se posa sobre mi hombro, obligándome a despegar mi mirada del suelo.
—Algunas veces debemos mentir para no herir a quienes amamos. Ellos no querían que pensarás mal acerca de tu padre, o... fue un noble intento de mantenerte fuera de este drama familiar que existe desde que tengo memoria —su mano se desliza lejos de mi cuerpo. Entonces, percibo el repentino haz melancólico que cruza su rostro.
—¿Has ido a visitar a Jordana? —inquiero, sopesando que esa podría ser la razón de la súbita caída de su humor.
Ella asiente. —Fui esta mañana —traga con pesadez. Clava la mirada sobre su donut a medio terminar—. No ha habido progresos hasta el momento. El doctor dice que... —la comisura de sus labios le tiemblan. Los ojos se le cristalizan—. No le da mucho tiempo más de vida —una lágrima se escapa de sus ojos. Ella intenta limpiársela con el bordillo de su camiseta.
Respiro con fuerza, asimilando la noticia.
Jordana ha cuidado de mí durante la vida entera. Mis sentimientos por ella son similares a los de un hijo a una madre. Y el hecho de saber que le queda poco tiempo de vida, después de todo el esfuerzo que hemos puesto en costear la mejor clínica de la ciudad y ocuparnos de sus medicamentos, no ha sido suficiente para extender sus días sobre la tierra.
Mi corazón se fragmenta.
Me acerco a Juliana, para envolverla entre mis brazos. Sus lágrimas se intensifican cuando entramos en contacto, y le siento esconder su cabeza en mi cuello. Mis dedos trazan delicadas caricias sobre su cabello.
—No estás sola. Shh... no estás sola.
(...)
El atardecer ha caído en la ciudad cuando me doy por vencido, y me decido por bajar a la cocina en busca de algo para comer. No he hecho más que escribir y arrugar papeles en todo el día. Incluso, me he acabado mi librillo de canciones tras arrancarle casi todas las páginas.