Adicción Irresistible ©

38|Milagros.

Maxine.

 

La luz brilla tenuemente frente a mis ojos.

Me muevo con lentitud. Cada movimiento hace a mis huesos crujir. Tomo un par de segundos antes de que los bastoncillos fotoreceptores vuelvan a acostumbrarse a la opacidad de la luz.

Azul.

Sus azulados ojos son lo primero que se cruza en mi vista cuando despierto. Noto a su rostro ligeramente enrojecido, sus parpados húmedos y un delgado hilillo camina sobre la curvatura de su pómulo. Un millar de preguntas acuden a mi mente, y el desconcierto arrasa con fuerza contra mí.

Tardo en descubrir que me encuentro en una habitación que no es la mía. Probablemente, en alguna habitación de hospital. El olor a lavandina y antisépticos confirman mis sospechas.

—¿Max... te encuentras bien? —pregunta. Hago un esfuerzo en incorporarme sobre el no tan suave colchón, y sus brazos a mi alrededor, facilitan a lograr mi objetivo.

Mi boca carece de saliva.

—Sí... sí. ¿Por qué estoy aquí? —llevo mis manos a mi rostro, y cubro mis ojos en un leve intento de protegerme de la luz.

—Tuviste un accidente —me explica con suavidad. Su voz acaricia mis tímpanos, y me limito a aguardar en silencio para asimilar lo que acaba de soltarme.

¿Un accidente?

Lluvia.

Luces.

Perdí el control de mi propia mente.

Sus palabras me hacen evocar los fragmentos del suceso. Siento un leve latigazo recorriéndome la espalda cuando el frío vuelve a consternarme. Sobre todo, por las palabras que él me clavó, minutos antes de lo que sucedió. Supongo que, por ello, me sorprende el hecho de que sea la primera persona que veo al despertarme.

Me trago un suspiro, y aparto los brazos lejos de mi cara. Sus ojos siguen escrutándome con determinación. Se detienen sobre cada minúsculo rasguño, y puedo ver a la culpa brillando en medio de sus pupilas.

¿Se siente culpable por lo que me sucedió?

Y, de inmediato, bajo la mirada a mi abdomen creciente. El miedo se apodera de cada uno de mis pensamientos, petrificándome.

—¿El médico? ¿En dónde está el médico?

—Ya mismo lo llamo —indica, girándose en dirección a la puerta. Sus ojos me lanzan una mirada de soslayo antes de perderse en dirección al lúgubre corredor.

Ni siquiera puedo contener los impulsos que me atacan de llorar. El hecho de pensar que pudo haberle sucedido algo malo a mi bebé... sería mi peor pesadilla. Ese bebé es mi prioridad ahora. Nadie más.

Incluso, cuando el temor acerca de lo que sucederá cuando todos se enteren, me paraliza.

—Oh, señorita Collins. Me alegra tenerle despierta —la doctora ingresa en la habitación. Noto a Melanie por detrás de su hombro. Sus ojos lucen cansados, y preocupados—. ¿Cómo te sientes? —palmea mi pierna con suavidad, y me evalúa los signos vitales.

—Bien —miro a mi madre, de pie, junto a la puerta. El corazón se aprieta en mi pecho a sabiendas de que ha llegado el momento.

La verdad saldrá a la luz con tanta fuerza que nadie podrá detenerla.

—¿Prefieres que hablemos a solas? —inquiere la doctora, al percibir mi nerviosismo.

Demoro en responder. Pero, termino negando con la cabeza.

Ya es hora. Es hora de que todos sepan la verdad.

Todo va a estar bien, bebé. Canto esa mantra para mis adentros con la esperanza de que la pequeña semilla creciente adentro de mí, pueda escuchar mis pensamientos.

—Bien. Debo decir que me sorprende mucho lo que diré a continuación, pero —mi madre se acerca a la camilla—, ¿crees en los milagros?

Nunca me había hecho esa pregunta antes.

Hundo un hombro, y mi labio inferior tiembla ante la respuesta.

—Porque lo que sucedió en tu caso en particular, Maxine, solo puede tener una denominación; milagro. Fue un milagro que no le haya sucedido absolutamente nada a tu bebé —anuncia la doctora. Enseguida, el aire regresa a mis pulmones, y vuelvo a la vida con tan solo escucharle decir aquello.

Una sonrisa de alivio se dibuja en mis labios, debido a la emoción burbujeando en mi interior.

Melanie se descompone.

—¿A tu bebé? —repite, anonadada.

La doctora se pone de pie, y me lanza una mirada, un tanto incomoda.

Melanie sigue mirándome, aguardando a que sea capaz de brindarle una explicación lógica de lo que se encuentra sucediendo.

Tragar me duele, pero decido lanzarme contra la marea turbulenta que aguarda ansiosa para devorarme.

—Sí. Como lo has escuchado, estoy embarazada —digo sin filtros.

Ella abre mucho los ojos.

—¿Embarazada? —repite sin poder creérselo. Su rostro destila cientos de emociones, pero no registro un ápice de emoción en ninguna de sus muecas—. ¿De quién demonios te embarazaste, Maxine? No me digas que... —el rostro de Melanie palidece, y su presión arterial desciende momentáneamente, porque debe sostenerse del borde de la camilla para evitar caerse.

La doctora le echa una mano, guiándola a una sillita en la estancia.

Sus ojos oscuros y severos regresan a los míos.

—¿Es de un Janssen?

Solo asiento. Me vuelvo incapaz de seguir hablando.

Tengo demasiados sentimientos encontrados ahora mismo. Primero, debo afrontar que he tenido un accidente. Debo agradecer a que no pasó a mayores, y debo encarar a las consecuencias de siempre caminar en base a mis emociones.

—No puedes hacernos esto, Maxine. ¿Cómo demonios pudiste hacernos esto? —masculla. Su gutural voz haciéndome temblar.

La doctora se retira para permitirnos hablar con más intimidad, y lo agradezco. Me encuentro a segundos de tomar una elección; o me derrumbaré, o solamente explotaré.

—¡Podrías haberte embarazado de cualquier otro chico en el mundo, Maxine! ¿Por qué lo escogiste a él? ¿Tan solo deseas arruinármelo todo?

—¡Yo no escogí a nadie! —le grito. Las lágrimas tocan la puerta tras el muro de mis parpados. Pero, no planeo dejarlas salir. No frente a ella—. ¡No quiero arruinarte nada, mamá! ¡Solo sucedió!




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