Maxine
Me sorprendo ante la negrura del cielo. Está hecho tinta. Escasos puntitos luminosos parpadean con intermitencia en el tapiz a kilómetros de distancia. Está hermoso. Me hace sentir tranquila, como si después de haber estado huyendo finalmente habíamos alcanzado escapar de aquella pesadilla. Emergimos del pozo. Somos libres, ahora.
Cuando el Jeep se sumerge en el fulgor de un bosque, siento que me quedo sin aire. No tengo ni la menor idea de a dónde nos estamos dirigiendo, pero solo sé que lo amaré con todas mis fuerzas, sea donde sea. Los frondosos árboles bordean la carretera por donde circulamos, reduciendo mi alcance panorámico del lugar. Me recuesto contra la ventanilla, y me envuelvo en la calidez del aroma que embriaga la estancia. Su aroma.
Atravesamos el sendero hasta rodear un pequeño riachuelo, hasta que las luces en la distancia llaman mi atención. Se trata de una casa de verano, o por lo menos, esa es la conjetura a la que mi exhausto cerebro llega.
Mickey aparca el Jeep junto a la entrada. Apaga el motor, y el sonido de nuestras respiraciones inunda el cálido interior de la cabina. Sus brillantes ojos se clavan sobre mí, comprobando que me encuentro bien.
Y, sí que lo hago. Me siento malditamente bien.
Sobre todo, me siento libre de vivir mi vida lejos de prejuicios, lejos de reglas, lejos de todos los que alguna vez quisieron hacerme sentir desdichada de quien era.
—¿Te encuentras bien? —pregunta. No ha abierto la puerta aún. Sus ojos me escrutan con atención, buscando cualquier indicio de arrepentimiento.
Formo una sonrisa en los labios, antes de inclinarme hacia su rostro. Él toma mi cara entre sus manos, y sus pulgares trazan delicadas caricias que me roban el aliento.
—Nunca he estado mejor en mi vida —beso sus labios con dulzura.
—Ya somos dos —suelta mi rostro, y se dispone a bajarse de la camioneta.
Imito su acción, y en el idílico instante en el que las plantillas de mis zapatillas tocan el suelo firme, una tibia ventisca del trópico se encarga de acariciar cada centímetro de piel expuesta.
—Puedes entrar, mientras saco los equipajes.
Mickey me lanza las llaves de la casa al aire, y las atrapo a puntapiés. Me giro en dirección al deslumbrante umbral de la casa. Está enmarcado por dos sublimes pilares rocosos que marcan los límites del arco entre ambos. Las puertas son altas, y enseguida, mis ojos se encargan de recorrer los vastos metros a nuestro alrededor. El agua bordea el extremo izquierdo de la casa, mientras que los kilómetros de bosque acicalan el extremo opuesto.
Puedo inhalar el magnífico aroma a naturaleza, y mi corazón late audiblemente.
Me dispongo a abrir las puertas, y adentrarme en la casa. Lo primero que consigo avizorar son retratos de personas que forman una pasarela en las paredes laterales. Me acerco para darle una mejor inspección, y compruebo que están pintados a mano, con solo un lápiz negro. Las líneas sutiles se entremezclan con las líneas más marcadas, y me pregunto quién habrá sido el artista, puesto a que la firma apenas alcanza a ser tangible.
Lo siguiente en lo que me fijo es en el corredor que se extiende frente a mis ojos. Me encamino hacia su dirección, y tres diferentes instancias derivan del mismo. Estudio la instancia contigua a mí, y descubro que se trata de una habitación. Corrección, una enorme habitación con una cama igual de gigantesca en medio. Extasiada ante el sentimiento que me embarga, deslizo mis manos sobre el primero de los cuatro pilares que bordean la cama con dosel, y reprimo mis impulsos de tumbarme sobre ella.
También, noto que la pared que separa la habitación del exterior está hecha enteramente de vidrio, embellecida por dos largas cortinas de color beige. La luz pálida de la luna en forma oval refulge de modo conspicuo en medio de la habitación. Oh, santa mierda. Esto es... demasiado maravilloso como para ser verdad.
Entonces, siento a un par de manos hundirse alrededor de mi cintura. Su calidez me acorrala en una burbuja de la que no deseo despertar jamás. Sus calientes labios besan mi hombro desnudo, y un cosquilleo desciende por mi columna.
—Todo esto es demasiado —musito sin aliento. No puedo arrancar los ojos de los sublimes árboles que se alzan en el exterior de la habitación.
—Tú eres demasiado, Max —masculla, mientras sus manos ancladas sobre mi cintura nos balancean de lado a lado.
Permito a mis párpados cerrarse para deleitarme con su aroma, acunada entre sus brazos.
—No puedo creer que finalmente estaremos juntos —siseo, con lo mínimo de volumen.
—Creo que, después de todo, podremos ser felices lejos.
Entonces, un retorcijón en mi vientre me hace abrir los ojos. Giro aún en medio de sus fibrosos brazos, y acomodo mis brazos sobre sus hombros, para poder mirarle directo al brillante océano que me atrapa en su mirada.
—Tú eres todo lo que necesito para ser feliz —otra vez, el retorcijón en el vientre. Una sonrisa florece en mis labios, y me corrijo a mí misma: —. Ustedes son todo lo que necesito para ser feliz —recibo otra punzada, y desplazo la mirada hacia abajo—. Dios, me parece que alguien está emocionada —toco por encima de la tela de mi blusa.
—O, emocionado —sugiere Mickey. Mueve una de sus manos hacia mi vientre, y sus ojos no se despegan de los míos—. ¿Puedes sentirlo?
La punzada late con una energía sorprendente, y asiento.
Una sonrisa cobra vida en sus labios. —¿Puedo hablarle? —indaga, escrutándome.