Maxine
No me equivoqué al asumir que ninguna de las chicas saldría consciente de ese lugar. Las únicas que todavía siguen siendo capaces de caminar por sus propios medios, solamente se reduce a Lotty y a mí; y no por voluntad propia. En una situación paralela en la que no estuviese embarazada, me habría alcoholizado al punto de empezar a delirar con delfines y sirenas haciendo twerk.
Pero, por fortuna, mi realidad es muy diferente ahora.
―¡Trata de mover los putos brazos! ―mascullo, mientras pongo un gran cumulo de fuerza en un intento de arrastrar a Mecha fuera del taxi que nos ha traído de regreso al hotel.
Ella emite balbuceos y risitas como si verme perder los estribos fuese la comedia más fascinante que ha visto en la vida. El sudor ha comenzado a gotearme en la frente, y tiro con fuerza del delgaducho brazo de la prometida de mi hermano. Al cabo de varios exhaustivos intentos, consigo sacar su cuerpo del interior de la cabina. Lotty ha rodeado el vehículo para hacer lo mismo con Lana y Kath; entretanto Rosie gatea en dirección al lobby profiriendo maullidos amedrentadores.
Oh, solo rezo para que no llamen al psiquiátrico unas horas previas a su boda.
Rodeo mis hombros con el pesado brazo de Mecha, y nos encamino en dirección a la entrada. Rosie nos maúlla al pasar por su lado, y aprovecho a dejar a Mecha junto al mueblecillo para ir en busca de Rosie. Noto las miradas desdeñosas que nos lanza fugazmente la encargada de la recepción, y trato de no lucir alterada.
―¡Oh, por Dios! ¡Cuán ebrias se han puesto! ―exclama Sara. Ella termina de cruzar el lobby para echarnos una mano con Kath y Lana.
Tomo un respiro profundo, y estampo las palmas de mis manos sobre las rodillas para recuperar el aliento que me ha robado el esfuerzo físico de trasladar cuerpos ebrios hasta el lobby. Dios, moverme ahora cansa más que de costumbre.
Le lanzo una mirada a Rosie, y me obligo a mí misma a conducirle hasta el ascensor para guiarla a la suite de las prometidas. Ella empieza a gruñirme, y a ponerse en posición de defensa, empinando la espalda. Ruedo los ojos, y le envuelvo su antebrazo para tirar de ella hacia los ascensores mientras sus balbuceos y alaridos inundan la estancia.
―¡Rosie, cállate!
―¡Grrr! ―levanta la mano engarrotando los dedos, imitando el movimiento de los felinos antes de disponerse a atacar.
¿Qué diablos bebieron estas chicas?
Finalmente, al cabo de varios minutos y reprensiones, logramos dejar a las chicas en sus habitaciones. Ellas caen como plomos al entrar en contacto con la suavidad de la almohada, y agradezco que sus delirios hayan cesado. Ya no aguantaba estar forcejeando con una felina en celo, una abeja humana y dos cantantes ebrias.
―Iré a descansar. ¿Vienes? ―inquiere Lot, poniéndose de pie. Nos encontramos en el lobby tiradas en los mueblecillos con los huesos ardiéndonos de cansancio.
Desvío la mirada hacia el área de las piscinas, y mis ojos capturan a un rostro conocido. Melanie Collins se encuentra sentada en las tumbonas con unos anteojos cubriendo sus cuencas pese a ser alrededor de las tres de la madrugada. Sus ojos me atrapan observándole, y sus labios se alejan del pitillo de su vaso para apretarse.
Retorno mi concentración hacia la rubia frente a mí. Dos grandes y oscuros círculos maquillan la blanquecina piel alrededor de sus párpados, manifestando el gran cansancio que se ha instalado en su organismo.
―Sí, al rato voy. Iré a... tomar algo de aire.
Ella bosteza, y asiente.
―No prometo esperarte despierta ―exhala las palabras en medio de un denso bostezo.
Encauzo una sonrisa en los labios, y niego.
―Lo sé.
―Dulces sueños, Maxi.
Ella se escabulle evadiendo a los mueblecillos y objetos que se interponen en su camino, y toma el ascensor para dirigirse a nuestra suite. No empiezo a caminar en dirección a las piscinas hasta que la pierdo de vista. Tomo una profunda respiración, y mi cerebro se encarga de enviar impulsos nerviosos hacia mis extremidades antes de comenzar a mover mis pesadas piernas. El sueño controla la mitad de mi cuerpo, pero se apacigua a medida que me acerco a la impoluta silueta de mi madre.
Melanie tiene los ojos fijos sobre la brillante agua contenida en la piscina. Tiene los brazos cruzados contra el pecho, y la circular boquilla de su vaso sirve como soporte para su barbilla. Las tenues luces de los farolillos refractan contra el agua. Detengo mis pies junto a ella, y me vuelvo consciente de lo veloz que me palpita la bomba eléctrica en mi pecho.
―Pensé que harías como si no me viste ―dice al cabo de lacónicos segundos superponiéndose al ensordecedor silencio que reina en la estancia. Solo consigo escuchar el sutil sonido de las olitas quebrándose al impactar contras las rocas y los grillos nocturnos que sisean a nuestro alrededor.
Niego, aunque mantiene sus ojos estáticos sobre el agua de la piscina.
―No... Aunque no sé si hubiese sido algo que quisieras.
Entonces, su rostro se gira hacia mí. Noto la tensión de sus falanges alrededor del cristal del vaso.
―¿Por qué lo hubiese querido? ―replica sin esmerarse en ocultar un tono a la defensiva.
Ladeo la cabeza momentáneamente hacia la brillante luz del faro a kilómetros de distancia. Su potente luz brilla con ímpetu propia, generando la luz suficiente para guiar a los barcos a la deriva y evitar que se extravíen o caigan en atolladeros.
Algunas personas son como faros. Nos guían hacia la luz en medio de la oscuridad; en medio de la agonía de la deriva y el desespero, y cuando más perdidos nos encontramos, cuando más lo necesitamos.