Adicción Irresistible ©

Epílogo.

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Maxine

Seis meses después.

 

«Los Bad Wolves han agotado todas sus entradas para el concierto de esta noche en el polémico Madison Square Garden» «¿Ya los escucharon? ¡Vienen a Nueva York esta noche! ¡Bad Wolves, el fenómeno del momento!» «¡Los Bad Wolves presentan a nuevo vocalista, y es todo un moja bragas!» «¡Sin Censura: ¡Vocalista de los Bad Wolves confiesa que el nuevo sencillo de la banda "Irresistible Adicción" está dedicado al amor de su vida! ¡Las fanes nunca perderán la oportunidad de conseguir una cita con el rubio de ojos azules!»

Me río mientras leo los títulos en las cubiertas de las revistas que me ha pasado Garrett mientras los chicos ensayan para el concierto de esta noche. Cada una de ellas no deja de resaltar a los chicos, y sorprendentemente, desde que Mickey se sumó a la banda, la fiebre por los Bad Wolves se ha propagado como una verdadera pandemia.

Él sigue sin poder creer el modo en el que su vida dio un giro de ciento chenta grados, y aunque insiste en que tal cambio inició cuando regresé a la ciudad y desperté la chispa por su pasión, permanezco convencida de que siempre ha sido su gran talento, carisma y el amor a cada cosa que hace. Aunque no todo ha sido de estrellas y corazones, ambos éramos conscientes que al formar parte de algo tan importante como los Bad Wolves, muchas cosas dejarían de ser las mismas. Ya ni siquiera podemos tener una cita tranquila sin que nadie se acerque a nuestra mesa a pedir fotografías. Admito que me atacan punzadas de celos ver a todas esas chicas colgando afiches de mi hombre en las paredes y techos de sus habitaciones; pero debo conformarme con que yo tengo el privilegio de tenerle en carne y hueso, con sus risas, su voz, su humor y su corazón perteneciéndome.

Las últimas notas de los instrumentos reverberan en la estancia. El Madison Square Garden es casi tan alucinante como lo describen en películas, y estar en completa soledad lo hace lucir, inclusive, mil veces más surreal que cuando está abarrotado de personas eufóricas.

Esta noche será la primera presentación de los chicos en un estadio de tanta relevancia a nivel mundial, y que hayan agotado todas las entradas en menos de veinticuatro horas sigue pareciéndome un sueño.

Todos hemos tomado vuelos y liberado nuestras agendas para asistir a la más increíble noche de todas. Sus hermanos, su madre, nuestros más cercanos amigos... todos se encuentran ahora explorando las congestionadas calles de Nueva York mientras aguardamos a que la hora del concierto llegue.

Me encuentro de pie en la parte más elevada de las gradas. No les arranco los ojos de encima mientras se disponen a ensayar la última canción de su repertorio, y a mi gusto, mi canción preferida de la banda.

Mickey tiene la guitarra torcida a su espalda, con la cuerdecilla amortiguadora deslizándose a modo de cinturón sobre su pecho. Su cabello rubio se ondea suavemente en las puntas, y sus pectorales se marcan recreando una silueta por debajo de su ceñida camiseta. Tiene los auriculares encasquetados en los oídos, y el nuevo tatuaje que se hizo en el antebrazo la semana pasada cuando estuvimos en Chicago, le otorga un aire lozano y sexy. Me muerdo el labio con fuerza cuando sus brillantes ojos se cruzan con los míos mientras armoniza el estribillo de la canción.

Nunca podré superar el huracán de emociones que me atenaza cruelmente cada vez que me mira, cada vez que me besa y cada vez que me canta. Siempre que se encuentra en medio de la euforia, el descontrol y la fascinación, sus ojos siempre buscan encontrarme como si fuese su mayor éxtasis. Mis dedos acarician el anillo en mi anular, y ubico el suyo, refulgiendo bajo las luces de los reflectores.

Sonrío, porque sé que pase lo que pase, nunca habíamos estado tan unidos antes. Mis dedos siguen su camino hacia mi gigantesca barriga a punto de dar a luz, y el corazón me da un revolcón dentro de mi caja torácica. Antes de lanzarnos a rodar de gira, la doctora que lleva mi embarazo, nos dio luz verde si prometíamos regresar antes de que se cumpliesen las semanas estimadas.

Cuando la canción se consume, me acerco a la tarima. Los chicos siguen practicando sus acordes cuando empiezo a subir los peldaños, y recibo ayuda de Mickey de inmediato. El roce de su piel sobre la mía envía cientos de olitas eléctricas que recorren mi médula espinal de punta a punta.

―Adoro esa canción, señor Janssen ―le digo. Coloco mis brazos alrededor de su cuello, y sus manos se deslizan hacia mi cintura. Nuestra única distancia es la abultada caverna en donde habita nuestro bebé.

Mickey ladea una sonrisa.

―Qué bueno. Porque la he escrito para usted, señora Janssen ―susurra y se inclina para besar mi frente con tanta dulzura que me derrito en medio de sus fibrosos, y cada vez más músculos, brazos.

Alguien suelta una risita a nuestro costado.

―Todo lo que este capo escribe es sobre ti ―interviene Jerry. El baterista de los Bad Wolves, y el comediante del grupo que nunca se toma nada en serio―. ¡Cigarro! ―hace a Garrett abandonar momentáneamente su llamada telefónica para volverse hacia nosotros―. ¡Ya sé cómo se llamará nuestro nuevo álbum! ¡Rapunzel! ―exclama, gesticulando con las manos.




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