11.
Ese día, el de su cumpleaños, me asombré de ver a la tía Margarita, llegar a mi casa, como a las once de la mañana; habló con mi mamá y al escucharlas me di cuenta que ya habían hablado antes por teléfono. La mamá de Sally había convencido a mi mamá para que me dejara ir a su casa.
Me emocioné ante la idea, sin poder creerlo. Mi mamá me llamó para que fuera a cambiarme ropa y arreglarme, y aunque no sabía bien qué ponerme, porque mi ropa dejaba bastante qué desear cómo para una celebración, saqué lo mejor que tenía de lo poco que había. Mamá entró en mi cuarto cuando terminaba de arreglarme.
—Lamento que Julio se llevara tu ropa nueva para venderla —me dijo al verme.
—¿La vendió?
—Sí. Pero no te ves mal con lo que ahora llevas puesto…
—Ya —murmuré, ocultando mi falta de credibilidad en sus palabras.
—Necesitarás darle un regalo… —me dijo y me pasó una pequeña cajita envuelta en un papel de regalo algo arrugado.
Tomé el obsequio y desconfiando de lo que ella podría haber envuelto allí, lo guardé en el bolsillo del pantalón.
—Gracias, mamá… por dejarme ir —comenté finalmente, con sinceridad.
—Diviertete, y por favor… llega a la hora.
Le sonreí y le dije que sí con un gesto de la cabeza. Estaría todo el día en casa de ella, pero tenía que regresar a las cinco, lo suficientemente antes de que mi padre llegara del trabajo.
Me subí en el auto de la tía Margarita y la emoción se empezó a apoderar de mí.
—Estás nervioso —me dijo ella con una sonrisa.
—Quiero verla —contesté.
—Ella también está ansiosa de verte.
—Lamento no tener mucho que ofrecerle en su cumpleaños, ni siquiera un buen obsequio. —Reconocí.
—Lo más importante es tu compañía; presiento que ese será su mejor regalo.
—¿Lo cree? —pregunté entusiasmado.
—Por supuesto.
—Gracias por venir por mí… —dije con timidez.
—Te considero un buen chico; y suelo acertar siempre en mis apreciaciones.
Llegamos a su casa, y Sally nos esperaba en la sala, hermosa, con una tenida de pantalón y blusa en tono coral y con un cinturón de eslabones dorados, la noté ansiosa, y cuando me vió se abalanzó sobre mí y me dio un beso; nunca nadie había hecho algo así conmigo; me encantó.
Me tomó de la mano y me llevó al sofa y me decía muchas cosas; desde el almuerzo que había preparado su mamá, hasta que había decidido no tener una fiesta y que estaríamos todo el día juntos y por la tarde la pasaría con sus amigas que vendrían a cantarle el feliz cumpleaños y con las que haría una pijamada.
Estuve todo ese día con ella, conversando, riendo, comiendo, me mostró las fotos que se tomó en Santiago, y después del almuerzo, regaloneamos en el sofa, haciéndonos cariño. Qué feliz fui ese día.
A las cinco, La tía Margarita me fue a dejar, no sin antes entregarle el regalito a Sally, con un poco de recelo, y la advertencia de que lo había hecho mi madre. Sally lo abrió y era un pequeñisimo joyero de loza de diseño antiguo, con bordes metálicos dorados y una rosa pintada adornando la tapa, y adentro, estaba una delgada pulserita de plata, la cual yo conocía; era de mamá.
Al llegar a casa, tuve el impulso de abrazar a mi madre, cosa que jamás hacía, pero me contuve, porque de hecho en casa nadie era muy afectivo, sólo le di un sutil beso en la mejilla y un gracias. Ella me acarició el pelo y me dio un beso en la frente, mientras una lagrima salía por el rabillo de uno de sus ojos.
Mamá guardó el secreto y mi padre jamás se enteró que estuve ese día en casa de Sally.
12.
Volvimos a Clases la última semana de julio, y ambos estabamos ansiosos por vernos… más bien desesperados por estar juntos. Nos entregamos las cartas, las de Sally, delicadamente puestas en sobres con aroma y estos atados con una cinta roja, las mías, burdamente escritas en papel de cuaderno, metidas en sobres que yo mismo hice con hojas de oficio, aunque los había adornado con dibujos de distintas cosas que se me ocurrían, y las llevé metidas en una arrugada bolsa de papel de esas que dan para el pan, porque allí las escondía, colocándolas debajo del colchón para que nadie las hallara.
Ese día uno de los profesores nos regañó, porque no parabamos de hablar entre nosotros durante toda la clase, es que teníamos tanto que decirnos, y ella era la única que hacía que yo me volviera un poco parlanchín. Ni siquiera le hicimos caso al profe, estabamos en nuestro mundo; disfrutando de la compañía de quien amábamos.
Tengo buenos recuerdos de ese tiempo con ella; ese segundo semestre de nuestro primer año en el liceo fue increíblemente bueno.
Nos las arreglamos para conseguir que me dieran permiso para salir, Alejandro llamaba a mis padres con cualquier excusa, o lo hacía mi tía Dina, y la tía Margarita convencía a mi mamá para que me dejara ir a estudiar con Sally, porque eso sí; Sally a toda costa quería que yo subiera las notas; y me incentivó a estudiar y a esforzarme más. Y Ella compartía todo conmigo en clases; llevaba materiales para ambos cada vez que pedían algo, me daba sus lapices y lapiceras cuando se me gastaban de tanto uso, y hasta las colaciones las llevaba para los dos; Sally y su mamá me apoyaron a escondidas de mis padres durante toda la secundaria, y debo reconocer que ellas cambiaron mi mentalidad de a poco; me hicieron ver la importancia de estudiar para intentar aspirar a un mejor futuro; incluso eso ayudó a mi autoestima… por primera vez me di cuenta que era inteligente y no un tonto como Julio, mi padre me hacía creer.
Ya desde ese tiempo empecé a tomar todo lo que dijera la tía Margarita como un mandamiento sagrado para mí; no sé qué lo provoca, pero a ella, es tan fácil obedecer o seguir sus consejos, todo lo que dice se queda grabado en mi corazón; tiene mucha sabiduría al hablar y siempre desea lo mejor para mí; yo la veo más a ella como una mamá, y mucho más en este último tiempo, en que estoy en su casa.
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Editado: 10.07.2022