A veces las personas son ahogadas por su desesperación, angustia o pesar, mala suerte, maltrato, hasta por esos recuerdos que los carcomen, los malos, son los que nos llevan a agarrar el coche más cercano, conducir kilómetros para llegar a un barranco y arrojarse al vacío, sin tener en mente las consecuencias que esos conllevan, lo que se logra cuando recogen ese recipiente inerte del fondo del mar y las lágrimas que muchos derraman al ver la cara apagada y azul que un día vieron brillante y sonrientes. Los buenos, los mejores, a mi parecer.
Recuerdo la primera vez que entre a la escuela siendo un renacuajo que ni sabía atarse los zapatos, la primera comida picante que papa me dio o las simples peleas con mi hermano por cosas sin sentido, que acababan en risas…pero no sé por qué, ya no recuerdo sus rostros, veo manchas negras en mi cabeza como si fueran fotografías quemadas, no sé qué hice ese día o lo que comí hace unas horas pero me siento bien, me siento como si estuviera cayendo suavemente sobre el aire, masajeando mi espalda adolorida sin saber por qué me duele tanto, es como si mi cuerpo se quitara un peso enorme de encima.
Mi espalda choca contra algo duro y como un rayo negro sobre mi cabeza me hace levantarme, abrir los ojos de sopetón, para ver como una sala negra me rodea hasta donde avanza la vista. Como reflejo me reviso mi cuerpo completamente para ver si estoy de una pieza, lo estoy, suspiro y me levanto del suelo para empezar a caminar lentamente. No sé dónde estoy, no recuerdo nada, bueno, si recuerdo algo, mi nombre y mi edad…pero ya está, el resto es como si estuviera quemado. Emma Hernández, 18 años, como una bitácora de detectives, pero solo el título, nada más. Mis recuerdos…se han esfumado.
− ¿Dónde diablos estoy?
Un temblor remueve el suelo por donde camino y un click me alerta a mirar al frente, donde una luz me ciega y llego a taparme para adaptarme a esta nueva luz. Una salida. Se escuchan voces provenientes de fuera, muchísimas, hay más gente aquí. Una sonrisa se forma en mi rostro, notando como la esperanza de poder ver la luz de la salida de esta cueva oscura y fría me pone más tranquila y empezar a correr, aunque aquí dentro tampoco se esta tan mal, uno puede pensar sin que nadie le moleste y esa sensación de caída era una delicia para la espalda, pero en el fondo sé que tengo un gran vacío que sin saberlo está ahí, pinchando. Tengo que salir de aquí y averiguar que está pasando y por qué no recuerdo nada, para eso es necesario que salga afuera.