Aishla

1 Un gran legado

Jack fue un pirata al que todos le tenían un respeto único. Aunque era un pirata respetuoso, era tan alto que no podrías ver sus ojos si fueras un pequeño. Su barba larga y de color rojizo, cejas rojizas, pelo rojizo, su cara pálida, no es de imaginarse un pirata tan grande, un poco musculoso y, claro, como todo buen pirata con su respectiva barriga. Ah… sí… tenía un perico llamado Sinfi, su nombre, no típico, era porque el pequeño loro no dejaba de hablar. Jack despertaba de un largo sueño. Dentro de su camarote.

 

—Hola… —bostezo estirándose.

Mientras la costumbre de cualquier hombre era quedarse en la cama. Sinfi entraba —¿cómo describir sus alas? —, talladas a mano, plumas de cristal fundido a fuego, como un manto de algún rey. Su pico resplandeciente, si pudieras haberlo visto o imaginado, podría decir que el pico estaba pulido en oro, sus ojos llameantes, su mirada tierna, trayendo paz a Jack.

 

—Jack, Jack, Jack —repetía sin cesar Sinfi.

—¿Qué? —murmuró entre dientes mientras trataba de despabilarse.

—Jack, Jack, Jack —gritaba el perico mientras revoloteaba.

—¿Qué quieres? —Alzó su voz fuerte y esforzadamente.

Sinfi insistía en sus gritos desorbitados:

—Jack, Jack, Jack.

—¡Que quieres! —vociferó. El barco escuchó el grito del marinero, Sinfi se lo quedó mirando sorprendido—. Por las barbas de mi abuelo —gruñó—. ¿Qué son esos gritos?

Sinfi lo miró sesgado y con voz apretada al suelo y dijo:

—Darío obligó a Sinfi a jugar.

Entre tanto que Sinfi hablaba entraba Darío gritando:

—¡Wa!

—Darío, ¿qué son esos gritos? —preguntó Jack.

—Tío Jack, tío Jack, estoy atrapando mi primer dragón—contestó Darío.

El tío exclamó:

—Ya deja a Sinfi tranquilo, está cansado de jugar contigo.

—Pero, tío, tengo que practicar —insistió Darío.

—Sí, ya lo sé, va a haber tiempo para que practiques de verdad —sugirió su tío.

Aún seguían teniendo esta plática, cuando uno de sus marineros gritó «¡tierra a la vista!».

Numi acercándose al camarote, anunció:

—Capitán. Hemos llegado a Malivales.

Jack suspiró antes de decir estas palabras:

—Al fin. Hemos llegado.

Pasaron muchos años desde la última vez que Jack había pisado tierra, recuerdos y cosas surcaban en su mente. Su desencuentro con esta tierra alejada de la civilización.

Darío preguntó:

—Tío, ¿esta es Malivales, que tanto contabas en las historias de las noches?

—Sí, vamos que hay mucho por conocer —proclamó.

Marchaba con dificultad, por la falta de su pierna, en su lugar, una pata de palo que resonaba tap… Clap… Tap, clap… golpeaba en el piso.

Al salir emocionados Jack se dispuso a mostrar a su sobrino los primeros indicios de la tierra de Jack.

—Mira —dijo el tío con lágrimas recorriendo sus mejillas—. Detrás de aquellas rocas entrené para atrapar dragones.

Difícil de describir este lugar como lo hubiera recordado Jack. Hoy llenos de guerreros, las cuevas donde Jack descansó en su niñez. Hoy yacía una cantina llamada: N.I.F.E. dentro, más allá de beber cerveza y cuantas cosas que una taberna tiene, claro, nada de comida, dentro de este lugar, alistaban a los guerreros para aquellas batallas entre dragones.

Jack, Darío y Sinfi desembarcaron. El tío llevó cojeando, no puedo decir corriendo, esa misteriosa pata de palo estaba ahí como una curiosa pregunta, Darío jamás se lo pudo preguntar, por miedo de que se enojara. Él pensaba que una ballena muy grande le comió el pie, o que unos piratas le cortaron la pierna, pensaba que su tío era el mejor espadachín que la historia jamás dejó contar.

 

Entrando a Ciudad Malivales se toparon con el camino a todos lados, este camino tenía conexión con todo el pueblo, podía llevarte al bosque Almada, la montaña Dragón, al pueblo, al valle de los grandes, al pie del risco punta afilada, unas de las calles te llevan al camino de los reyes, un lugar donde pasaron los reyes de Malivales, Hoy vive el rey Nar, y otras sendas más que no vienen por ahora al caso.

Jack deseaba llevar a Darío a un camino un tanto indeseable, llamada la hermosa, descolorido y agrietado, árboles marchitos, hierba sofocada, el cielo desentonaba con las flores casi marchitas, esa montaña se imponía al paso del sol, no dejando que la luminosidad pudiera alcanzar, si se quiere abrazar, a las abetos que yacían moribundos en aquella senda, algo curioso se alzaba en este paisaje, Darío alzó su mirada, divisando un árbol en llamas, también pudo ver entre el fuego o lo que parecía ser fuego, un fruto peculiar, que el niño no conocía. Corrió por el camino escarpado, poniéndose frente al árbol imponente, miró por segunda vez, las llamas mágicamente se desmoronaron frente a él, lo sorprendente fue que el árbol no desteñía quemadura alguna, la fruta que pudo divisar más cerca fue un durazno, que para tu impresión este brillaba sublime.



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En el texto hay: fantasía fénix, aventura y magia.

Editado: 18.06.2024

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