Aishla

3 De camino a la montaña

De camino a la montaña, la noche empezaba a tomar colores oscuros, el camino desaparecía en el espeso bosque que estaba bajo la montaña, el sol se ocultaba de la noche, la luna no se dejaba ver, las nubes apresuradas en el andar del cielo, para no perder la puesta del sol. Los grillos cantaban, las luciérnagas encendían los árboles de la noche que se aproximaba.

Ya acampados y levantando sus tiendas de dormir, José preparaba el fuego para la cena, Darío terminaba de desempacar de su mochila, su almohada, una manta color café. Jack dejaba en el suelo unas cuantas botellas de vino, un río que descendía de la montaña, el agua fresca como sacada de la heladera, ambientaba con un sonido dulce el momento, Sinfi se acurrucaba en unas de las ramas cerca de la fogata ya encendida, el viejo José cantaba:

 

Dos cebollas, algo de carne, y el fuego.

¡Cantare así en el mar!

¡Mar!… Mar… ¡Donde crecí, donde viví!

Un fuego alto, un fuego bajo, igual los barcos se hundirán,

Pero la comida no faltará, una botella de vino, en la mesa estará.

No dejes de cantar, no dejes de cantar, que tus enemigos escucharán

Jou... Jou... Jou…

 

—Ah… una buena fogata, la carne, el vino, podrás comer y ser feliz —dijo con nostalgia y buenos recuerdos, se le notaron en la cara.

Jack se unió. —Pero no dejes que te metan en el calabozo.

Canturreaba desde abajo, y subió de súbito a tonos de voces maltrechas, pero que se oían bien y agradables cuando estás en familia y acampando, un baile se alzó de zapateos, de idas y de volteretas. Los marineros bailaban al son de la música de las mentes que solo ellos escuchaban, Darío se unió aplaudiendo, bailando al son. Sinfi volaba en derredor, la cara de Max. Hacia un costado, no entendiendo nada, pero su cola se movía de un lado al otro. Este momento se perdía en un aullido que rompió la armonía de la noche.

Darío preguntó intrigado. —Tío, ¿eso qué es?

—Un simple perro de la noche, dicen que le cantan a la luna —contestó Jack.

Preguntó tímido y con miedo, mirando hacia el cielo. —Pero, tío, ¿dónde está la luna?

José en su primera noche lejos de su casa agregó: —¿Lobos? Hace mucho, que no se escucha uno de ellos, cuentan las malas lenguas que el perro de Mientar Cans anda buscando a su amigo Obelión.

Jack cuestionó escupiendo al suelo. —¿Otra vez con esas historias de niños?

—Tío, ¿quién es ese Obelión del que habla? —preguntó Darío tímido, por la actitud del viejo capitán.

José insistió en seguir un poco más con el tema. —Hace mucho tiempo, Malivales con sus guerreros, de los cuales los Hants estaban por, sobre todo, dispuestos a morir por el rey, ellos caminaban en pos de siete espadas.

Darío interrumpió con una pegunta. —José, ¿tú también fuiste uno de ellos?

Jack acomodó al muchacho en un silencio. —Shh… escucha que viene la mejor parte.

José retoma, tocándose su barba pensando. —Dónde me había quedado. Ah, sí, sí. Dicen que estas espadas estaban ligadas al creador de los cielos, los Munday, siete de ellos fueron enviados y entregaron estas espadas forjadas del mismo cielo, así fueron llamados los siete. Él dejó estas espadas, para que ellos no olviden quién los creo, en ellos estaba la fuerza, la victoria siempre estaba en sus manos, un día estos tres personajes, deseaban exterminar a todos ellos, su plan tuvo éxito.

Darío interrumpió nuevamente.

—¿Pero, José, no fueron los mejores?

Jack una vez más acomoda al muchacho. —Shhh… sigue escuchando.

José se levantó comentando el tormento de Obelión, extendiendo sus manos de lado a lado, como para volar, del cielo vino un dragón de dragones, de su boca echaba el fuego del mismo infierno.

En su cuerpo llevaba una cadena con su nombre, y no hacía falta leerlo, porque su amo gritaba a grandes voces. ¡Obelión! ¡Obelión! Estremecía, desalentaba tu carne, tu sangre desearía no haber estado en ese lugar. Mientras así se hacía llamar su dueño. Engañó a todos, antes de conocerlo como te lo cuento, mostrando su lado amable, consintiendo a todos, llegó al rey, puso su trono a su altura, su avidez, puso a todos en sus manos, siete espadas llegaron a sus manos. Solo que no pudo con su poder, cayó su mentira. Las espadas fueron diseminadas por la tierra, en siete puntos diferentes. Los Craismer se encargaron de esconderlas.

En ese momento José cayó en su sueño, quedando profundamente dormido.

—José… José… vamos, sígueme contando —insistió Darío queriendo saber más.

Jack respetuosamente levantó a José, el niño miraba de reojo a Max, la confianza aún no se formaba en ellos, Sinfi acomodaba las plumas a un costado de Jack, un baile salía o parecía estirarse, dos vueltas a la derecha, otras dos vueltas a la izquierda, cayó rendido, al igual que Darío.

Ya logrando el sueño, el tiempo salía disparado, como si el dormir fuera un abrir y cerrar de ojos. El despertar de Darío fue algo similar a dormir en el barco, la misma humedad de la mañana, el sabor agrio que sintió en la boca, eso sí que no era parecido, llamó a su tío, que estaba del otro lado de lo que quedaba de la fogata nocturna.



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En el texto hay: fantasía fénix, aventura y magia.

Editado: 18.06.2024

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