Definitivamente, y no sabía la de veces que se repetiría la misma fórmula, Akhen no tenía ni idea de qué iba Ruth. Esa chica era un auténtico rompecabezas: "me gustas, pero no nos prometemos, vengo a pedir disculpas –al padre de Akhen que no a él; él parecía invisible para todos a su alrededor–, pero me voy sin hacerlo"; y tras haberle mirado como si quisiera arrancarle los pantalones de un mordisco le hacía llegar un mensaje mental lleno de seriedad y de paso de altanería. Se retiró discretamente mientras su padre batallaba con su futura cuñada y se preguntó si aún estaría a tiempo de cambiar de opinión y volver a avergonzar a sus padres rechazando el compromiso.
«¿En qué estás pensando?».
Subió los escalones de tres en tres y se vistió con una túnica sencilla, unos pantalones y unas botas a juego.
A continuación, llevó a cabo una actividad que había realizado desde que empezó a interesarse por el sexo opuesto que no era otra que escapar por la ventana, como un amante pillado in fraganti por un esposo celoso. Soltó una carcajada mientras hacía uso de los salientes de la vivienda y recordó la última chica con la que se había acostado que, por cierto, estaba casada. Maureen, ¿o Marian?, no lo sabía. Desde que había empezado la supuesta conquista de Ruth, mal que le pesara, el resto de mujeres había pasado a un discreto segundo plano. Akhen Marquath ¿comprometido?, el mundo debía de acabar de perder todo su sentido.
Siguió caminando. Sus botas negras resonaban sobre el suelo de piedra y pensó qué le diría a Ruth. Quería dejar las cosas claras entre ellos y no tenía intención de crear malentendidos innecesarios, sobre todo si realmente pensaban empezar una relación, o lo que fuera. Ambos debían tener claro qué esperar del otro antes de seguir con aquello. Akhen había salido "en serio" con un par de chicas, pero nunca llegó a pensar realmente en casarse con ellas, lo que cristalizó en sendas rupturas. Se encogió de hombros: por muy buenas vibraciones que sintiese cuando estaba con Ruth, no había razón para que significase algo. Por todos los dioses del Panteón, la había visto dos veces y se estaba comportando como un idiota; de ahí que cuando vislumbró el Palacio de Gobierno hubiera tenido tiempo de conformar su mejor mueca de serenidad. Había aprendido a hacerlo desde que era pequeño: al principio le había supuesto un esfuerzo, ahora lo controlaba.
Allí estaba ella, frente al palacio de ladrillo amarillo con vetas verdes. Los tejados con forma de pirámide y las tres torres que conformaban el edificio no le parecieron tan hermosas como en anteriores ocasiones porque solo tenía ojos para la joven hija de Júpiter. Estaba encantadora con la túnica morada con detalles turquesas y el pentáculo allí en medio, visible, dejaba volar la imaginación del Hijo de Mercurio. Tragó saliva y se acercó a ella sin alterar el gesto
—Ya estoy aquí —saludó, mirándola con una sonrisa que no dejaba entrever cuáles eran sus verdaderas intenciones.
Si quería hablar, que hablara, él tomaría sus propias decisiones.
* * *
Ruth tenía que admitir que, del palacio de Akhen –o de sus padres, tanto más daba–, había salido con más prisas de las que pretendía. En parte, no estaba segura de qué hacía exactamente en aquella ciudad, en aquel palacio... Donde se encontraba el hombre más atractivo y misterioso que había conocido hasta la fecha. Porque lo cierto era que el resto de todos los pretendientes que le habían presentado alguna vez eran más planos y menos profundos que un disco. Pero Akhen... Ruth reprimió un escalofrío y apresuró el paso mientras atravesaba la pequeña plazuela frente a la que se encontraba el palacio. Zigzagueó sin saber muy bien a dónde iba, casi segura de dónde estaba el Palacio de Gobierno. Para su fortuna, llegó enseguida, aunque algo acalorada por la carrera...
«¿Solo por eso?», susurró una voz maliciosa en su mente.
«¡Oh, cállate!» le gritó a su "yo" interior.
No podía entender qué estaba sucediendo, ni dentro de su cuerpo ni con Akhen. Lo cierto es que cuando había cruzado su mirada con él, el ánimo de escapar para estar solos se había enfriado ligeramente. Puesto que su afilada intuición le había puesto sobre aviso: algo malo sucedía. Akhen no estaba del todo contento por algo, aunque tratase de disimularlo con su expresión corporal de seductor nato. Sin embargo, ¿por qué no lo había percibido hasta que no había estado a apenas cinco centímetros de su piel desnuda? Tragó saliva y procuró distraerse. En ese instante, un lémur descendió por un árbol hasta su posición y posó una mano en su pelo. Tras el susto, Ruth rio y alargó una mano, que el curioso simio olfateó. Pero el momento de paz duró poco... Hasta el momento en que escuchó su voz detrás de su espalda.
Tres palabras. Secas, sin emoción... ¿O quizá teñidas de algo...? Ruth meneó ligeramente la cabeza y apretó un instante los labios, a la vez que trataba de calmar su corazón. Lentamente, la joven se volvió hacia él mientras aún mantenía los dedos bajo la nariz del lémur.
—Hola —lo sonrió con cierta timidez no fingida—. No estaba segura de si vendrías... —Rretiró la mano en el momento en que el prosimio encontró algo mejor que hacer unas ramas más arriba, y se giró del todo—. Perdona la estratagema del despacho de tu padre. Yo... —Ruth se ciñó el torso con los brazos, sintiendo un frío no solamente provocado por el aire que corría por la plaza en ese momento y, a la vez que se maldecía por haber olvidado su capa con las prisas, optó por ser sincera—. No he sabido nada de ti desde aquella noche y, bueno, aparte de todo... quería verte —Sus mejillas debían estar rojas cual manzanas maduras, pero no se amedrentó al preguntarle, finalmente—. ¿Estás molesto conmigo por algo, Akhen?
* * *
«Verte, verte, verte». La palabra se repitió por triplicado en la cabeza de Akhen mientras este seguía esforzándose por mantener cerradas las compuertas de sus emociones, por permanecer lo más sereno posible. Era capaz de hacerlo, con el tiempo había aprendido. De hecho, estaba dispuesto a permitirse cierta sequedad en la voz, dando a entender que algo ocurría, aunque sin ofrecer ninguna explicación, pero nada más. El hecho que ella reconociese que quería reencontrarse con él de nuevo y que había habido una estratagema en la casa de su padre le suponía un esfuerzo extra, pues –aunque quisiera no darle importancia– aquello lo animaba.