Una existencia humana. Un cuerpo. Densidad... sientes cómo pesan tus pies, tus pantorrillas, tus muslos, tu pelvis, tu abdomen, tu pecho... sigues sintiendo tus manos, tus brazos, tus hombros, tu cara, tu cuello, tu cabeza... tu cuerpo entero yaciendo cual materia humana que pesa tanto, tanto que no puedes - ni quieres - llevarla contigo.
Elevas tu conciencia centrándote en una esfera de luz que irradia por encima tuyo y se apodera de ti. Eres luz, esa luz te llena y corre por tus venas, tus músculos y huesos, inunda tu cuerpo y se dispara en todas las direcciones. Norte, sur. Este, oeste. Arriba, abajo. Dentro, fuera, a través tuyo... la luz del cosmos!! La misma luz que destellan en su brillo las estrellas del firmamento. Eres consciente de que eres luz, y sonríes sin darte cuenta. Los sonidos externos no te afectan: eres testigo de tu propio cuerpo rendido y quieto, de la ciudad, de tu país, incluso de tu continente. Lo ves todo desde arriba, vuelas tan alto que todo, absolutamente todo es claro, posible y ¡real! ¡Eres exactamente lo que quieres ser, aquí y ahora! Y así, sin pensarlo, te encuentras proyectándote a ti mismo, a ti misma, en ese lugar donde quieres estar. Sintiendo el goce de volar tan libre y apasionadamente, a la velocidad que quieras, en todas las direcciones. Te sientes como un ave de metal en plena danza celestial, desafiando la fuerza de gravedad, atravesando todos los límites de la Tierra y de tu propio ser terrenal. Aquí y ahora, no hay límites. Ni tiempo ni espacio ni nada. Eres una suerte de holograma que está conectado con ese cuerpo yaciente que se encuentra allí abajo, observándote, como si, por un instante, tratara de entender que, en realidad, son uno. No hay dualidad, ese cuerpo allí abajo (con esa mente, ese corazón, ese alma) y ese espíritu aquí arriba son... simplemente... uno. Te detienes a asimilarlo, un momento, tan sólo... un... momento.