Querido tú,
Hoy recaí.
Creí que estaba avanzando, que el peso se hacía más liviano, pero bastó verte en un recuerdo una foto olvidada en el fondo de un cajón para que todo se derrumbara otra vez. Tu risa congelada me atravesó como un cuchillo, y en segundos me descubrí temblando, como si el tiempo no hubiera pasado y siguiera esperando tu regreso.
Me odié por no ser más fuerte. Por no poder sostener la esperanza que había empezado a nacer en mí. Me repetí que no quería besar cuellos que no fueran los tuyos, y lo sentí como un castigo eterno, como si estuviera condenada a vivir atrapada en esta fidelidad que me ata a un fantasma.
Quise huir de mí misma. Tomé el tren sin destino, con la ilusión de que el movimiento borrara tu ausencia, pero solo encontré ventanas que reflejaban mi rostro vacío. Cada estación me gritaba tu nombre, cada sombra me recordaba que te sigo buscando aunque me lo niegue.
Hoy no hay brotes de esperanza, solo cenizas. Y en ellas estoy yo, ardiendo todavía por algo que ya no existe. Ojalá pudiera convencerme de que este dolor también pasará, pero esta noche no lo creo. Esta noche lo único que siento es que aún te amo, y que ese amor es una herida abierta que no cierra.
Con la fragilidad de siempre,
Yo.