El humo de mi taza se funde con el del cigarrillo y se eleva hasta la altura de mis ojos.
Estoy sentada en la esquina de siempre, donde el ruido se vuelve casi inaudible y la luz está en la ausencia justa, el lugar perfecto, donde vislumbro todo.
Y cruzando la sala, visualizo una silueta, más humo escapa de mi boca, un bolso cruza el pecho de la figura y un libro reposa debajo de su brazo. Un mechón castaño lo delata al voltear, pero no me muevo, solo me permito observarlo, como suelo hacer siempre. Y es que me gusta hacerlo, las muecas de tu rostro, determinado a culminar el libro entre tus manos y el café humeante de siempre, hasta que la frialdad del ambiente termina con su calor.
He llevado mi libreta con todas las cosas que deseo decirte, pero no lo hago, la cobardía sobrepasa mis límites y desisto. Me intimidas, el café de tus ojos penetrantes que indagan a través de mí, llegando directamente a mi alma.
El tiempo pasa y cada día vienes a la misma hora, la rutina de siempre…
Café
Libro
Y te vas.
Eres de esos hombres de los que ya no hay, es como si te hubiesen encapsulado en un tramo extremadamente maravilloso del tiempo, lejos de esos hombres abusadores, arrogantes e impertinentes, sumergidos en la asquerosidad de la vida común y es que ¿Qué somos en lo común? Que somos en lo común sino ladrillos de una pared uniforme y frágil.
Jamás permitas que nadie te trate como una persona normal, pues, no lo eres, tú eres más que eso, eres una puerta entre los versos de los libros, un mundo asombroso para ser descubierto por una exploradora capaz. Eres un lápiz mordisqueado, una libreta llena de garabatos y más… Eres todas esas pequeñas cosas placenteras y hermosas de la vida.
De los que eres más, pero solo puedes dar una probada.
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Editado: 24.10.2020