Al Otro Lado - Aol 1

5. El Día Después

Norton comenzó a llamar a Stu apenas salió del aeropuerto, bolso al hombro, para subirse al primer taxi que halló. Llegó a la casa sin haber obtenido respuesta, y siguió intentándolo al mismo tiempo que tocaba el timbre y golpeaba la puerta. Al fin se aburrió de que lo ignoraran y rodeó la casa hacia el deck a la playa. El ventanal de la sala no estaba cerrado por dentro.

La primera sensación al abrirlo sin ruido fue el olor rancio que le golpeó cara. Encierro, tabaco, comida vieja. Respiró hondo el aire marino antes de entrar y encontró a Stu dormido en el sofá a la izquierda del ventanal. La boca abierta, los lentes en equilibrio sobre la punta de la nariz, la mano derecha colgando más allá del brazo del sofá con una cerveza vacía justo bajo sus dedos, las piernas estiradas y separadas. Lo oyó roncar suavemente.

Alzó las cejas con una mueca, todavía de pie en el umbral. Miró hacia el interior de la casa. Nada. Sombras, silencio espeso como polvo de años. Dejó el ventanal abierto de par en par y pasó apresurado hacia la habitación de huéspedes a dejar su bolso. De regreso a la sala, vio el papel estrujado en el suelo, frente al ventanal. Lo levantó con curiosidad, preguntándose por qué esa página estaba apartada de las pilas homogéneas de papeles desordenados. Un vistazo le bastó para comprender que debía tener algo que ver con la fan de la que le hablara Finnegan. Dejó la carta sobre la mesa ratona y se dirigió a la cocina haciendo acopio de valor.

 

 

El ruido de platos despertó a Stu. Logró atajar los lentes cuando se irguió y cayeron, y alcanzó a sujetarse la cabeza cuando la migraña lo golpeó sin piedad. Se inclinó hacia adelante mareado, sintiendo los retorcijones de su estómago vacío hacía… ¿cuánto? No recordaba cuándo había comido por última vez.

Se preguntó quién podía estar en la cocina. Ray lo habría despertado al llegar, lo habría empujado a la ducha, habría abierto puertas y ventanas y puesto Led Zeppelin a todo volumen. Así que debía tratarse de Flynn.

Permaneció quieto hasta que aceptó todo el malestar que sentía y el mareo dejó de provocarle tantas náuseas. Entonces juntó fuerzas para incorporarse y arrastrar los pies penosamente hasta la cocina.

Allí vio que su amigo, después de rescatar vasos y vajilla de la mesa, se había negado a luchar con aquel tetris darwiniano en diferentes etapas de descomposición, apelando al método sencillo y efectivo de empujar todo dentro de la bolsa de residuos más grande que había hallado.

—Flynn —logró articular, apoyándose contra el marco de la puerta.

—Hola, Stu —respondió su amigo, sin perder más que un momento en dedicarle una mirada rápida antes de seguir con su cruzada—. ¿Quieres desayunar?

Stu se frotó la cara con movimientos lentos. —Hum…

Norton le dio la espalda para sacar la tercera bolsa llena hasta el tope.

Stu se cubrió los ojos del brillo que entró por la puerta abierta, sintiendo que la cabeza iba a estallarle. Norton volvió sin que él lo advirtiera y le puso algo en la mano que colgaba junto a su pierna.

—Aquí tienes. Analgésicos. Dúchate mientras yo preparo el desayuno. Y luego te robaré una tabla.

—¿Qué hora…?

—La una.

Asintió con la mano todavía cubriendo su rostro e hizo un esfuerzo por apartarse del marco que lo sostenía. De alguna forma encontró el camino al baño y acertó a abrir los grifos para llenar la bañera. Tragó dos analgésicos y hasta se acordó de desvestirse. Un profundo suspiro brotó de su pecho cuando se sumergió en el agua tibia, y cerró los ojos al descansar la cabeza contra el borde de la tina, decidido a no moverse hasta que el malestar recediera un poco.

Para entonces, el agua se había enfriado hacía rato. Cuando fue capaz de reaccionar realmente y salir del baño con una toalla en torno a sus caderas, la casa volvía a estar en silencio como desde que él llegara, tres semanas atrás.

Revolvió su ropa hasta dar con unas bermudas limpias, o al menos poco usadas, y se encaminó a la sala a paso lento. Desde el ventanal vio a su amigo en el agua, más allá de la rompiente. El olor que venía de la cocina se abrió paso hasta su cerebro y tironeó de él.

Desayunó con un hambre voraz, sintiendo que su cuerpo se restauraba y su cabeza se despejaba poco a poco. Cuando terminó, se le ocurrió salir al deck con la guitarra a ver surfear a Flynn.

Encontró el instrumento medio enterrado entre papeles, junto a la computadora de Elizabeth. Frunció el ceño. ¿Qué hacía allí la computadora? Creyó recordar que la había usado la noche anterior. Prendió un cigarrillo tratando de hacer memoria. Su ceño se frunció aún más, porque lo que iba recordando no tenía pies ni cabeza. Entonces vio un papel especialmente arrugado sobre la mesa, con la palabra “Argentina” escrita el margen.

Tomó la hoja y se quedó mirando sin ver, dejando que las imágenes regresaran lentamente a su cabeza, todavía un poco confundida. Entonces tomó la computadora y la abrió con gesto brusco. Seguía encendida, y Stu tuvo que enfrentar una cuenta de Facebook, de un usuario que él mismo había creado la noche anterior. Se sintió peor que Judas, habiendo traicionado semejante pilar de sus ideales. ¡Él, Stewie Masterson, había sucumbido a las malditas redes sociales!




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