Lalo Ragolini respondía preguntas y daba instrucciones de último momento antes de irse de su oficina en Vector Producciones, cuando vio venir a su gerente general, que le hizo su seña discreta de que tenía que decirle algo importante, en privado, ya mismo. Ragolini fue a su encuentro intrigado. Pablo era un tipo tranquilo, eficiente a nivel Terminator, y era raro que se le apareciera así, sin previo aviso.
El gerente lo guió a la sala de reuniones más cercana, lo hizo pasar, cerró la puerta y se apoyó en ella como para contener una horda de zombies. Se tomó un momento para buscar la mejor forma de dar la noticia.
—¿Qué pasa, boludo? —preguntó Ragolini, entre intrigado y divertido.
—Tenés… Tenés una llamada de larga distancia —dijo Pablo con cautela.
La cara de Ragolini fue un cartel preguntando por qué mierda su mano derecha andaba haciendo trabajo de secretaria.
—Es Stewie Masterson, el de Slot Coin.
Ragolini largó una carcajada y avanzó hacia la puerta para salir. Pablo le cortó el paso y le tendió su tablet.
—Se imaginó que no ibas a creerme y ofreció llamar por Skype. Te esperan en línea, él y Finnegan. Ray Finnegan, el…
—El guitarrista, sí, sí —interrumpió Ragolini, mirando la tablet en la mano de su gerente con súbito recelo. —¿Están…?
Pablo asintió.
—¿Tenés idea por qué llamaron?
—Nop.
Era una idea extraña, que esos dos monstruos del rock estuvieran esperando pacientemente que él los atendiera. No era algo que pasara todos los días, eso seguro.
Pablo le dio la tablet y amagó a irse, pero Ragolini le indicó que se quedara.
Se sentaron juntos a la mesa. Pablo apoyó la tablet en su base y abrió Skype. La pantalla mostró a dos tipos que definitivamente parecían Masterson y Finnegan. Estaban apoyados contra una pared encalada bajo un toldo, a dos pasos de un ventanal que reflejaba el mar y dos tablas de surf apoyadas contra una baranda de troncos. Los dos tenían el pelo mojado, lentes de sol puestos y cervezas en mano. No parecían estar usando un teléfono sino una computadora, apoyada en una mesa junto a ellos. Se los quedó mirando, cada vez más sorprendido, hasta que Finnegan lo vio en pantalla y codeó a Masterson.
Stewie Masterson lo saludó con una de sus sonrisas breves, que uno nunca sabía si eran tímidas o frías.
—Hola, Lalo, un gusto volver a verte —lo saludó con cortesía.
—¡Hola, Stewie! ¿Cómo estás? —respondió Ragolini, desplegando su carisma periodístico de antaño.
—Bien, gracias. ¿Tendrías un momento para conversar con nosotros?
—¡Por supuesto! Díganme, ¿en qué los puedo ayudar? —Ragolini sintió con claridad cómo se expandía su ego.
—Verás, hay algo que preciso que se haga allí, en Buenos Aires, ¿sabes? —Masterson hablaba lento, con su parsimonia habitual—. Y a Ray se le ocurrió que tal vez tú pudieras ayudarnos.
La mera idea de que Masterson estuviera por pedirle un favor era deliciosa en sí misma. Regodeándose por dentro, alcanzó a controlar la sonrisa que luchaba por tocarle las orejas.
—Sólo tienes que decirlo, Stewie, y considéralo hecho.
—Pues verás, conozco a alguien en Argentina, que se dedica a la música. Tiene una banda. —La lentitud de Masterson ahora evidenciaba cautela, escogiendo las palabras con cuidado para evitar pronombres personales que indicaran género—. Ray y yo escuchamos lo que están haciendo y nos gusta. En realidad, creemos que son bastante buenos.
—Son buenos —afirmó Finnegan—. Si hasta les voy a robar una de sus canciones para tocar en un festival a beneficio la próxima semana.
Ragolini asentía, su sonrisita empresarial ocultando su curiosidad y su sorpresa.
—El problema… El tema es que recién comienzan —siguió Masterson—. Y con tanta competencia, pienso que les será muy difícil llegar a ningún lado por las suyas, sin importar cuán buenos sean.
Ragolini seguía asintiendo, dejándolo hablar.
—Y se nos ocurrió darles una mano. Ayudarlos a conseguir un buen agente. Por eso pensamos en ti. Tú dirás si eres la persona que buscamos.
Ragolini se tomó un momento para terminar de saborear la situación, la sonrisa profesional y benevolente atornillada a su cara.
—Bien… Ustedes saben que produzco televisión y radio, y traigo bandas extranjeras como ustedes a tocar en el país. Pero no me dedico a producir música, mucho menos bandas locales.
Stewie Masterson asintió desviando la vista y Ragolini ignoró la mirada incrédula de su gerente.
—Pero si ustedes me necesitan… —agregó.
—Oh, está bien, no te preocupes —lo interrumpió Finnegan con suavidad—. Discúlpanos por hacerte perder el tiempo. Es evidente que estás demasiado ocupado para ayudarnos. Gracias de todas formas.