Negó con la cabeza en un escalofrío, recordando la situación reciente. Las gotas no podían dejar de bajar de su espalda. El sudor helado, desolador. Se agarró de los brazos, dispuesta a retornar a su casa.
Cambió su ropa, intentando calmarse tras aquel suceso, pero bien sabía que era en vano intentar superarlo. No podía, sencillamente era imposible por más que intentase acostumbrarse. Respiró, apoyando su mano en la pared de su cuarto, esbozando una profunda inspiración para luego equilibrarse, volver en sí y agarrar la caja con pastillas encima de su mesa de luz. Ya no era capaz de recordar cuándo había comenzado a tomarlas para volver a la realidad, para calmarse y dejar el miedo atrás. Para poder así vivir.
Se detuvo en el momento de colocar la pastilla en su boca, analizándola sin comprender por qué le hacía sentir bien consumirla ¿O se trataba de un simple placebo? No le importó, con sólo tragarla bastaría. Y el celular sonó. La pastilla cayó al suelo. Giró temblorosa, casi al instante, con la atención sumergida en torno a la pantalla brillante, corriendo hacia su dirección antes de que sus padres lograsen oír el irritante sonido y por muy mala suerte despertándolos en el proceso de un frustrante humor. Como a algunas veces solían acostumbrar.
— ¿Hola...?
Preguntó, con el corazón latiendo a un ritmo absurdo, inquebrantable, demasiado rápido. No podía dejar de pensar por qué la habían llamado a aquella hora temprana, y más aun tratándose de un número desconocido. Tampoco comprendió por qué sólo contestó en vez de dejarlo pasar.
— ¿Hola?
Volvió a repetir, esta vez mirando la hora de su reloj. No podía ser ella. No cumplía con su horario. No podía serlo.
— ¿Quién es?
Elevó la voz, sin obtener ninguna respuesta del receptor. Y aquel sudor helado volvió a hacerse presente en su espalda, mojando levemente la ropa recién limpia.
— ¡Colgaré si no responde!
— ¡Alto!
Por fin había acertado en conseguir que el remitente hablara ¿Pero por qué la voz se le hacía tan familiar?
— ¡Perdóname! Me había dirigido al armario para colgar la campera, apenas llego a casa luego de la fiesta.
— ¿Carol? ¿Qué sucede?
¿Y por qué no coincidía su número con la identidad de aquella persona?
—No, yo... sólo quería avisarte que olvidaste tu agenda... Has salido demasiado apresurada y no logré alcanzártelo.
¿La agenda? ¿Por qué llevaría su agenda a una fiesta? Y más aún, donde anotaba cada horario del día, registrando las madrugadas más oscuras e inverosímiles... aquello no podía ser visto por otros ojos que no fueran los suyos, otros incomprensibles ante su realidad.
¿Pero por qué lo llevaría consigo al club nocturno? Y mucho menos recordaba habérselo entregado a Carol.
— ¡No hay problema! Devuélvemelo esta noche en la escuela. Oh, y Carol, ¿Has leído la agenda?
—No, por supuesto que no, creí que se trataría de algo privado...
—Estás en lo cierto, así que guarda tu curiosidad por el momento. Nos veremos luego.
Podía relajarse y confiar en Carol, no pasaría nada malo mientras sus secretos siguieran ocultos. Sus horas, sus planes, cada día transcurrido. En la vuelta a clase podría tocar las páginas de nuevo, asegurándose de que Carol no hubiese leído ninguna.
Rendida al sueño se recostó en la cama, planificando mentalmente las tareas a realizar, las fechas de entrega escolar y las salidas ocasionales con amigos, además de aquel libro nuevo que ansiaba comprar... oh, tal vez una nueva agenda para reemplazar la vieja. Pero la había conservado por tanto tiempo que no podría dejarla ir.
Editado: 09.11.2020