Alas de Sombra

CAPITULO 3 "Sombras en la Niebla"

Lyssia corría a ciegas por el Bosque Gótico, la niebla fría de Noctumbra pegándose a su piel como un sudario, empañando su visión hasta que los árboles retorcidos parecían espectros. El tatuaje de cuervo en su espalda palpitaba con un ardor que la urgía a moverse más rápido, cada pulso un recordatorio de la magia que ahora la marcaba. Las ramas crujían bajo sus botas, y los graznidos agudos de los cuervos luminosos cortaban el aire, sus luces destellando como faros en la penumbra. Desde la distancia, los gritos de los guardias de la Corte resonaban, sus Cantos de Sombra haciendo que la niebla se retorciera como si estuviera viva. Primero me marcan, ahora me cazan. Qué hospitalidad, pensó, su sarcasmo afilado ocultando el pánico que le apretaba el pecho.

La bolsa de plumas robadas golpeaba contra su cadera, su brillo filtrándose traicioneramente, mientras el tatuaje ardía, como si quisiera guiarla o traicionarla. No soy un Augur, se repetía, aunque la sombra que había invocado en el Altar sugería lo contrario. El frío de la niebla calaba sus huesos, y el eco de su madre, rechazando la magia de la Corte, la perseguía. Lyssia tropezó con una raíz, su mano rozando la cicatriz negra en su palma, el dolor anclándola al terror de convertirse en lo que despreciaba. Los graznidos se acercaban, y la caza estaba a punto de alcanzarla.

Lyssia se detuvo tras un árbol retorcido, su pecho jadeando mientras la niebla de Noctumbra se enredaba en sus pulmones, fría y densa como un velo vivo. El tatuaje de cuervo en su espalda palpitaba, un ardor que parecía responder a un tirón en su pecho, como si algo —o alguien— la observara desde la niebla susurrante. Un cuervo luminoso surcó el cielo, sus ojos dorados clavándose en ella, su luz plateada iluminando su rostro y reflejándose en sus ojos avellana. La bolsa de plumas robadas vibraba contra su cadera, traicionando su posición. Esto no es solo un pájaro. Es un espía de la Corte, pensó, su paranoia creciendo mientras los graznidos distantes de los guardias resonaban en el Bosque Gótico.

El recuerdo de Talia, esperando en el campamento Desterrado con su sonrisa cálida, le apretó el corazón. No llegaré a tiempo, temió, imaginando a su amiga enfrentando el hambre sin las plumas que prometían sustento. La niebla parecía susurrar, un eco que amplificaba el tirón en su alma, como si el marcaje la conectara a algo más allá de su control. Lyssia apretó la daga encantada, su cicatriz negra en la palma punzando, y miró al cuervo, cuya luz parecía guiarla y condenarla a la vez. Los cánticos de los guardias se acercaban, y el bosque vibraba con un destino que no podía ignorar.

Lyssia se agazapó tras una raíz nudosa, el corazón martilleándole mientras la niebla de Noctumbra se arremolinaba, revelando una figura alada planeando entre los árboles retorcidos del Bosque Gótico. Era un Augur de élite, su silueta imponente recortada contra la penumbra: alas de sombra cortando la niebla como cuchillas, armadura negra brillando débilmente con plumas luminosas incrustadas. El tatuaje de cuervo en su espalda ardió con un calor feroz, como si respondiera a su presencia, un tirón que le robó el aliento. Maldita sea mi suerte, pensó, su mano apretando la daga encantada mientras los graznidos de los cuervos luminosos resonaban, amplificando su pánico.

Si me atrapa, estoy muerta. O peor, me convertirán en uno de ellos, se dijo, su mente girando en torno al peligro. Este no era un guardia común; la gracia letal de sus movimientos y el fulgor de su espada encantada gritaban poder, el tipo de poder que la Corte usaba para aplastar a los Desterrados. La niebla se pegaba a su piel, fría y húmeda, mientras el Augur descendía, sus alas proyectando sombras que parecían vivas. El tatuaje palpitaba, un eco que la conectaba a él de una manera que no podía entender. Lyssia se deslizó hacia las sombras, su respiración entrecortada, sabiendo que un solo error la entregaría al destino que más temía.

Lyssia corrió por el Bosque Gótico, sus botas resbalando sobre el musgo mientras las ramas retorcidas arañaban su capa raída. El Augur alado la había localizado, descendiendo con un batir de alas de sombra que cortó la niebla. "¡Para, ladrona!", gritó, su voz profunda resonando como un trueno. Lyssia ignoró la orden, su agilidad de ladrona llevándola a esquivar raíces nudosas y rocas afiladas. Giró y lanzó una piedra hacia él, el proyectil silbando en el aire, pero el Augur entonó un Canto de Sombra, un murmullo que solidificó la niebla en un látigo negro que rozó su capa, arrancándole un jirón.

El tatuaje de cuervo en su espalda ardió, y un poder extraño surgió, instintivo, desviando el látigo con una sombra que brotó de su mano. Este poder no es mío, pero lo usaré, pensó, el pánico mezclado con una feroz determinación. La bolsa de plumas luminosas golpeaba su cadera, su brillo traicionero reflejándose en la armadura del Augur. Sus alas batieron, acercándolo, y la niebla se espesó con un aroma a ozono. Lyssia tropezó, pero se recuperó, su corazón latiendo al ritmo del tatuaje. Los graznidos de los cuervos luminosos resonaban, y el Augur, con su espada encantada brillando, estaba a segundos de alcanzarla, su presencia un recordatorio del destino que la Corte quería imponerle.

Lyssia retrocedió hasta un acantilado, el borde rocoso del Bosque Gótico desmoronándose bajo sus botas, la niebla de Noctumbra arremolinándose a su alrededor. El Augur alado, su armadura negra brillando con plumas luminosas, se acercó, su espada encantada destellando. Acorralada, el tatuaje de cuervo en su espalda ardió, y Lyssia, por instinto, alzó las manos. Sombras brotaron de su piel, tejiendo un velo protector tenue que detuvo el avance del Augur, su látigo de sombra disolviéndose contra la barrera. El esfuerzo la debilitó, un dolor agudo atravesando su antebrazo, donde una nueva cicatriz negra, como plumas fracturadas, se formó bajo su manga raída.




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