Albino: Bajo la cubierta de sangre Ii

Capítulo IX: Vínculo

VÍNCULO •

Una vez que llegué a la entrada al pueblo, no pude evitar sentirme nerviosa. A pesar de que había estado lejos de ahí por varios días las cosas no habían cambiado, la gente seguía siendo monótona, siempre habían sido de esta manera, jamás los había visto hacer otra cosa, se dedican a andar por las calles, a abrir sus negocios, comprar en los mercados; clásicas rutinas de pueblo.

Sin mirar a atrás, caminé despacio entre las avenidas con las manos dentro un abrigo hasta que finalmente llegué a donde quería. Pensé que el dolor de ver la casa de mis abuelos me traería malos recuerdos, pero no hubo ninguno de ellos. No sentí nada, mucho menos lo hice al ver rotas las cintas amarillas que impedían el paso y que indicaban la escena de un crimen, incluso no me mortifico el hecho de saber que ahí adentro, dos seres a los que había amado tanto habían muerto.

Ya no sentía nada.

Aparté la vista y miré a uno de mis costados, fue entonces que ahí lo sentí. El dolor, el odio y la impotencia. La rabia de saber que yo pertenecía a ese tipo de “familia”.

Hice mis manos puño.

Jamás volvería a ver a los Easley de la misma manera.

¡Demonios!

Era asqueroso lo que sentía.

Me apreté el pecho y conteniendo el aire dentro de mis pulmones caminé hacia aquella casa, sin pensar en lo que haría una vez que los viera, sabía que mis poderes aún no eran precisos, pero me había dado cuenta de que podía controlarlos mejor cuando estaba furiosa así que, no tendría ninguna clase de problemas al enfrentarlos; además, había estado practicando.

Ferid me había dado un par de lecciones luego de que decidiera aceptar su oferta. No había sido mucho tiempo, pero al menos si había sido lo suficiente como para que yo practicara y me diera cuenta de mis propias habilidades, aprendía rápido y eso era lo que me gustaba.

De pronto, sonreí al imaginarme como hubiera sido si “ellos” me hubieran enseñado. Me preguntaba de qué manera Leonard me hubiera instruido o la forma en la que Edward y Lawrence, incluso Arlus lo hubieran hecho, tal vez hubiera sido diferente; sin embargo, eso era algo que jamás iba a saber.

Por el momento lo único que me importaba, era terminar con lo que ellos habían empezado.

Me acerqué a la puerta y entré, encontrándome con un vacío enorme, a pesar de que la casa era fría en estos momentos se sentía mucho más, todo era silencio y nada parecía tener vida, el ambiente sombrío me causo un poco de temor. Antes, aquel lugar parecía más acogedor pese a que era la guarida de una familia de vampiros; pero ahora, lucía totalmente diferente.

La casa no era la misma de antes. Traté de concentrarme, esperando que alguno de los ellos saliera de algún sitio y me atacara por la espalda, pero nadie lo hizo, al parecer, ellos se habían ido.

Entonces un desgastado sentimiento me atravesó al pensar en eso.

—Imposible —susurré mientras corría escaleras arriba.

Ni siquiera supe porque me moví hacía aquel lugar, en realidad, no lo esperaba, pero cuando me di cuenta ya estaba en la habitación de Edward. Mis ojos de inmediato miraron la cómoda, me acerqué y abrí, estaba vacía, al igual que el resto de su cuarto, ya no había nada de él en aquella habitación, excepto por la pequeña libreta que aún estaba debajo de una lámpara y cerca de la ventana, como aguardando a que me acercará a ella y la tomará.

Por unos momentos dudé en hacerlo. Para mí no había en ella nada más que dolorosos recuerdos, aún así, algo me hizo tomarla.

Su diario había aumentado en páginas, Edward había escrito mucho últimamente, aunque la forma en la que lo hacía también era diferente, la presión de su puño se remarcaba en la tinta mientras que en otras hojas apenas si se notaban.

Un sentimiento de tristeza me penetró al imaginarlo frente a su escritorio, escribiendo cosas que aún no entendía.

—Edward.

Su nombre sonó dolorosamente dentro de mis labios.

Me dolía pensar en él, el solo hecho de saber que yo le pertenecía y que nunca más volveríamos a estar juntos era completamente doloroso. Nuestra trágica existencia nos impedía unirnos.

Él era todo lo que yo quería, pero que a la vez jamás podría tener.

Tener ese tipo de pensamientos hacía que mi cabeza doliera. Toqué el puente de mi nariz, fue entonces que al colocar mis dedos sobre ella sentí la humedad de mis ojos. Estaba llorando y era patético. Yo había decidido mi destino y nadie más que yo lo había provocado.

Mis lágrimas eran la prueba de ello.

—¡Maldita sea! —espeté furiosa, lanzando su diario, fue entonces que al caer pude notar algo entre las hojas, era una flor.

Por varios minutos mi atención se centró en ella. Me acerqué y la tomé. En el lenguaje de las flores, las margaritas significan desesperación y dolor. El dolor de la separación y sufrimiento, amor eterno.

—Amor.

Con aquella palabra me eché a reír, pensando en la clase de significado que Edward había dejado para mí.




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