Odié el alboroto que formó Margareth en cuanto llegué a casa, odié que me tachara de prostituta por llegar a esas horas, odié que se creyera con derecho de prohibirme cenar por "mi mal comportamiento", y odié también la bofetada que me dio cuando la ignoré.
En ese momento llevé una de mis manos a mi mejilla, al tiempo que trataba de quitar todo el cabello que había quedado esparcido por mi rostro. Margareth estaba frente a mí, con sus ojos brillando en superioridad y con su mano roja y palpitante. Tras ella estaba Sarah, una sonrisa lánguida en su semblante, y yo sabía, que se estaba culpando por no poder hacer nada. Así que solo le sonreí de vuelta para tratar de tranquilizarla, al tiempo que, sin siquiera mirar a la que decía ser mi tutora, subía las escaleras a toda prisa y me encerraba en mi habitación.
No pude dormir, por eso me alarmé cuando a media noche la puerta de mi habitación se empezó a abrir lentamente. Creí que era mi tía, pero volví a respirar tranquilamente cuando noté a Sarah atravesar el umbral.
— Te guardé un poco de comida. — Me dijo ella con total amabilidad, y mi pecho se encogió en regocijo. No podía estar más agradecida con esa mujer, y no solo por la cena, sino por todo lo que hacía diariamente para que mi estadía en esa casa no fuera un infierno por completo. – Creí que tendrías hambre.
Ni siquiera había terminado de hablar cuando yo ya engullía toda la comida de aquel plato, Sarah me miró con ternura, atenta a cada uno de mis movimientos.
— ¿Te duele la mejilla? — Preguntó ella en un momento, mi plato estaba semivacío y el vaso de jugo también.
— Sí, pero no por la bofetada en sí, sino porque el golpe maltrató el moretón que ya tenía.
Su mirada se dulcificó de nuevo, al tiempo que notaba sus ojos aguarse. No, no, no. No podía soportar verla sufrir por mí, no podía soportar que se sintiera culpable por algo que no era, si supiera que por ella mi vida había mejorado.
— No Sarah, no llores. Yo estoy bien, no es para tanto. —Esperaba convencerla, pero obviamente no pasó, una solitaria lagrima recorrió su pómulo y mi corazón se comprimió aún más. Sabía lo mucho que ella quería detener todo aquello, pero yo eso no podía permitírselo, Sarah necesitaba el empleo, necesitaba dar de comer a sus hijos, no podía simplemente enfrentarse a Margareth. Porque ella tenía dinero y tenía poder.
— Mi niña, espero que llegue pronto tu cumpleaños. Que puedas cobrar tu herencia y largarte de aquí de una buena vez.
Eso era lo que yo esperaba también, cumplir la mayoría de edad y poder cobrar legalmente la herencia que habían dejado mis padres, y que en ese momento estaba manejando Margareth, hermana de mi madre y único familiar cercano. Por eso cuando mis padres murieron el juez decidió que ella sería la única capaz de cuidarme, pensó que por ser mi "tía" tendría el amor suficiente para hacerse cargo de mí. Suposición equivocada. Aunque al principio sí era una buena mujer, la avaricia y la sed de poder la consumieron por completo, llegando a un punto de no tener ni el más mísero sentido común.
Mi cumpleaños sería el día más esperado para mí, y el más temido para ella. El día que fuera mayor de edad, cobraría el dinero que mis padres dejaron. La dejaría sin un solo centavo.
...
Al día siguiente me levanté con energías renovadas, el ardor en mi mejilla había desaparecido casi por completo por la pomada que Sarah me puso la noche anterior, la crema era solo para el moretón, pero también pareció servir para pegar las esperanzas rotas que tenía. Solo seis meses más y tendría la mayoría de edad, solo seis mese más y me largaría a empezar desde cero en algún otro sitio.
Una pequeña sonrisa me acompañaba en todo momento, desde el momento que salí de mi casa hasta que me encontraba guardando los libros en mi casillero. Todos hablaban del partido de fútbol que habría ese viernes, uno que sería sumamente importante porque se estarían jugando el campeonato, pero eso no me podía importar menos, por eso dejé de prestar atención a las voces a mí al redor y seguí guardando los libros. Aparté el de matemática, que era la clase que me tocaba.
Tras cerrar el casillero una persona estaba tras él, pegué un brinco por el susto.
— Jane... — Susurré, mi mano en mi pecho. — ¿Cómo estás? — En realidad lo que quería preguntar era ¿Por qué sigues hablándome? Pero no sentía la necesidad de ser grosera, por alguna razón, esa chica me inspiraba confianza.
— Muy bien, gracias... ¿Por qué te fuiste ayer así? — Inquirió, su voz teñida en desconcierto.
Mi cerebro de una vez comenzó a buscar excusas, pero en realidad la chica estaba haciendo todo lo posible por ser agradable, y aunque no tenía del todo mi confianza, mínimo podía devolverle la amabilidad.
— No me sentía comoda... — Fue todo lo que fui capaz de decir.
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Editado: 15.05.2019