Mi madre ríe a carcajadas mientras conduce escuchando la versión de Dafne un poco aumentada de mi metedura de pata en el aeropuerto.
— ¿De verdad le iba a dar cuarenta mil euros?— se le saltan las lágrimas.
— Incluso más, a Miles cuando se le mete algo entre ceja y ceja hace lo imposible para conseguirlo.
— Pues habría tirado el dinero— sigue riendo.
— ¡Mamá!
— ¿No te acuerdas de tu actuación cómo ángel en primaria?— me callo enseguida— ¿O la de Romeo y Julieta?— me río en mi interior al recordarlo.
— ¿Que pasó, Miriam?— Dafne se huele una jugosa historia.
— Tengo que decir que era su primera aparición en público— me mira por el retrovisor— parecía un angelito de verdad con su carita redondita, el pelo negro rizado y esos grandes ojos verdes— suspira— la profesora todavía no lo conocía muy bien ya que era nueva y se le ocurrió colgar a mi angelito con unos arneses por encima del belén. Al principio todo fue bien, quietiecito con las manos puestas cómo si estuviera rezando, ¡Qué orgullosos estábamos su padre y yo! Hasta...
— Estaba muy aburrido allí colgado cómo un jamón— la interrumpo.
— Hasta que decidió balancearse de un lado para otro.
— ¡Quería hacer cómo si volara!
— Lo hizo tan fuerte que perdió el control, daba vueltas cómo una peonza riéndose a carcajadas, hasta que su estómago no pudo aguantar tanto meneo y vació todo su contenido sobre la virgen, los reyes, los pastorcitos y todo lo que estaba a su alcance.
— ¡Qué asco!— hace un gesto de desagrado Dafne.
— Espera, que todavía hay más, cómo estaba mareado se agarró a las cortinas del escenario para agarrarse y las tiró encima de ellos, éstas arrastraron los focos y se fue la luz. Los niños llorando, los padres con los profesores corriendo a ayudarlos a oscuras pidiendo luz, vamos un numerito— lágrimas de risa corren por el rostro de Dafne al imaginarlo— El ángel del infierno lo llamaron durante bastante tiempo— la chica se agarra la barriga sin poder contener las carcajadas.
— A mí no me hace gracia— me vuelvo a mirar por la ventana ofendido.
— ¿Romeo?— logra decir entre risas Dafne.
— Ahí tenía quince años y las hormonas revolucionadas. Por su apariencia él era el Romeo perfecto y cómo no, se metió tanto en el papel que se prendió de Julieta, la verdad es que se enamoraba cada dos por tres— no me molesto en responderle— lo mismo, todo perfecto hasta llegar a la escena del balcón, quiso improvisar y se le ocurrió de subir al balcón de un salto para recitarle su parte al oído.
— Así era más romántico— se me escapa.
— ¿Y?— Dafne está impaciente por saber que pasó.
—¡Qué el loco de mi hijo no pensó que todo era atrezzo de papel y cartón! Cuando se colgó del balcón todo el decorado junto con Julieta se vino abajo.
— Estaba mal hecho.
— ¡Si es que no piensas dos veces las cosas!— tengo que darle la razón, nada más que hay que ver la apuesta que hice con Rosi para ganar algo de dinero— ¿Y para qué? Marina, la Julieta, te dió calabazas, no quería saber nada de tí después de pegarse de bruces con el suelo.
— Para que lo sepáis, las chicas estaban locas por mí— ¿Que se han creído?
— Locas por salir corriendo— las dos se destornillan de risa a mi costa.
— Estaba muy buena la cena— tras insistir mucho mi madre, Dafne se ha quedado a cenar con nosotros y descansará unas horas hasta que la acompañe al aeropuerto a terminar las escenas que no pudieron rodar el otro día.
— Álex, estás muy callado— las dos me miran, estoy hecho polvo y tengo unas ganas enormes de acostarme.
— Sólo estoy cansado— me tapo con la mano un bostezo, Dafne contagiada hace lo mismo.
— ¡A descansar los dos!— mi madre va a preparar la cama para Dafne mientras yo me levanto de la mesa doblado como un abuelito con artritis, no hay un lugar en mi cuerpo que no me duela.
— Gracias por no decir nada, tu madre es genial, me va a dar mucha pena perder a mi suegra— sonríe con tristeza.
— A ella también, te ha cogido bastante cariño.
— ¿Les dirás a tus padres...?
— No, quédate tranquila, no les diré nada— se acerca y me abraza.
— Eres un gran tipo.
— Lo sé— se separa de mí.
— Y te lo tienes muy creído.
— También lo sé— me acerco a ella, deseo besarla, sentir sus labios.
— Ya está lista la habitación— vuelve mi madre— puedes ducharte si lo deseas, te he dejado un pijama mío para que estés cómoda y tú Álex, ¡Acuéstate ya, por Dios! Pareces un muerto viviente.
¿Pero qué me pasa? Estoy destrozado y sin embargo no puedo cerrar los ojos, doblo la cabeza viendo dormir plácidamente a Dafne, su suave respiración se me mete en mis oídos cómo si fuera un viento envolvente, ahora está de espaldas y su sedoso pelo cae desparramado por la almohada desprendiendo el aroma de mi champú, exitándome ¿Pero qué estoy haciendo? Tomo el cojín de apoyar el brazo y me tapo la zona ¡He intentado hasta besarla! mi cuerpo al recordarlo se emociona aún más ¡Lo que me faltaba! Las pastillas, son las pastillas, tengo que estar drogado, apenas la conozco y además está el ex, vaya con el tipejo. En cuanto me recupere hablaré con ella, no creo ni de lejos que lo tenga controlado ni superado. ¡Joder! Golpeo la almohada. No tengo que hacer nada, dentro de unas horas se marchará y no la veré más, eso me alivia y me molesta a la vez.
— ¡El teléfono!— murmuro entre dientes, se me ha olvidado apagarlo y suena fuertemente en el silencio. Con gran esfuerzo y no decirlo con bastante torpeza intento tomarlo de la mesilla de noche haciendo más ruido todavía.
— ¿Rosi?— contesto con voz baja para no despertar a Dafne.
— Estoy despierta— ella se vuelve con una sonrisa en su cara somnolienta.
— ¿Álex?— apenas puedo escucharla, el ruido de fondo no me deja oírla— ¿Cómo te encuentras?
— ¡Bien!— casi estoy chillando para que me escuche.
— Si gritas más fuerte a lo mejor no necesitas el teléfono para hablar con ella— dice con ironía Dafne tapándose con la almohada de los oídos.
Editado: 20.02.2020