A veces la decisión correcta no es la mejor opción.
Perdí a mis padres en un incendio cuando tenía 5 años, no me acuerdo mucho de ellos pero lo que sí estoy segura es que se amaban muchísimo.
Cuando ellos murieron me quedé sola con mi abuela. Me mudé con ella a un pueblo lejano y viví ahí hasta ahora. Aunque eramos muy pobres, ella me dio todo lo que podía, en ningún momento pensé en quejarme.
Pero siempre anhelé más, quería que las personas no se lamentaran cuando me vieran o me llamaran huérfana. Por eso estudié muy duro, desde que tengo uso de razón me esforcé por sobresalir entre las supuestas personas normales, así que nadie sospechaba sobre mi pasado o mis pobrezas. Fue difícil al principio, pero poco a poco me fui acostumbrando a engañarlos.
El momento más difícil fue cuando terminé la preparatoria, todos esperaban ansiosos saber a cuál prestigiosa universidad iría, pero yo había estado tan absorta en ganar que nunca pensé en lo que realmente me gustaba. Hice algunos cálculos, trabajando en mis horarios libres y gastando lo mínimo me alcanzaría para ir a la mejor universidad de la ciudad. Y al final, decidí estudiar medicina porque eso era lo que los demás esperaban que haga.
Todo marchaba de acuerdo al plan, hasta que recibí la noticia. Cuando estaba en la camilla del hospital me llamó el doctor de mi abuela, los resultados habían salido, lo que temíamos se hizo realidad, ella tenía alzheimer. Sabía que no tenía cura pero si quería prolongar lo máximo su vida, tenía que internarla y pagar un caro tratamiento. Estaba dispuesta a dejarlo todo con tal de salvar a mi abuela pero pensar en ello simplemente era doloroso.
Es por eso que cuando recibí su oferta, aunque sabía que estaba mal, no dudé.
Estaba saliendo del hospital, desesperada por volver a mi hogar cuando un hombre de unos sesentas años se acercó a mí lentamente, no lo conocía pero extrañamente me atemorizaba.
-¿Es usted la señorita Eleonor Warmer?- Me pregunta analizándome con la mirada.
Lo pienso un poco antes de contestar pero al final respondo: -Sí, esa soy yo. ¿Qué desea?
Trata de forzar una sonrisa pero el resultado es una mueca extraña.
-Mucho gusto, soy Theodorus Couldfield, mi hijo es Miles, ¿Es cierto que usted lo salvó?
Me relajo un poco, su visita era solo para agradecerme.
-Hice lo que cualquiera en mi situación hubiera hecho, no me tiene que agradecer.
-En realidad, señorita Eleonor, mi intención es proponerle un negocio donde los dos ganamos.
Lo miro escéptica. No me esperaba nada de esto.
-¿Cómo?- Debió ver mi rostro de confusión pues inmediatamente añade:
-Lo que le propongo es sencillo: Viva por algunos meses con mi hijo.
Otra vez la sorpresa se apodera de mí cuerpo.
-Disculpe, ¿qué quiere decir?
-Tranquila, su compañía será estrictamente profesional. Como verás, Miles es un caso extraño.- Concuerdo con él, es lo único razonable que ha dicho hasta ahora.- Pero, su condición no es voluntaria, mi hijo sufre de Alexitimia. Esa enfermedad le impide reconocer o mostrar sus sentimientos. Y, aunque desde hace años estoy buscando su cura, hasta ahora nada ha funcionado. Solo me queda probar el factor humano.
-Pero, ¿Por qué yo?- Le respondo ante su tan grande revelación.
-Haz salvado la vida de Miles, quiera o no, él ha creado un vínculo emocional con usted.
Todo me parece muy extraño, pero sinceramente, no quiero formar parte de esto, ya tengo suficientes problemas por mi cuenta.
-Muchas gracias por la oferta pero no puedo hacerlo, no creo que sea la que está buscando.
Empiezo a caminar lo más rápido posible para alejarme de él. Entonces, grita:
-Tu abuela.
Me resisto a voltear, sea lo que sea no estoy dispuesta a entrometerla. Aumento mi velocidad.
Vuelve a gritar:
-Puedo tratarla.- No reacciono- Conozco las mejores clínicas que estarían encantadas de ayudarla. Solo se tendría que preocupar por sus estudios.