Había decidido que en esa cena anunciaría que me quedaría a terminar mi carrera en Irlanda. Tenía el apoyo de Naím, mi 911 estaría ahí para cualquier emergencia. Esa noche me arreglé en su casa de Dublín y después viajamos a Enniskerry. Cuando llegamos ya estaban todos en la mesa: mamá, Leonel, Mike —el mejor amigo de Leonel—, Carlos y Gabriela —ellos se habían adelantado—. También estaban Asher, Liam, David y su novia. A pesar de las malas miradas entre David y Naím todo parecía ir bien. Todos mantenían una comunicación social, hablaban sobre viajes, trabajos entre muchas cosas más. Yo era la más callada, el único que me sacaba palabras era Naím y era porque lo tenía al lado. Aproveché que el silencio había reinado por unos segundos en la mesa, y fue cuando decidí hablar.
—Tengo algo que decirles —dije y todos fijaron su atención en mí.
—Te escuchamos, cariño —respondió mi madre.
—He decidido quedarme aquí en Irlanda —solté. Fue como sacar algo que tenía atorado.
—¿Estás hablando en serio? —mamá preguntó. En sus labios se dibujó una sonrisa
—Sí.
—¿Y por qué el cambio tan repentino? —preguntó Leonel, aparentemente confundido. Él más que nadie sabía que no me gustaba estar ahí.
—Me gustó volver —dije.
—Me da mucho gusto por ti —habló Gabriela—. Así tu mamá ya no va a extrañarte tanto, además, creo que me sentiré más tranquila que Naím venga a verte acá y no a España.
Mis ojos buscaron a David.
—¿Cómo? ¿tú y él siguieron viéndose? —David preguntó y todo se quedó en silencio.
No respondí.
—Te estoy preguntando algo, Jul. ¿Tú y él siguieron viéndose y a mí no me permitíste eso?
—David —gruñó Leo.
—Solo quiero escucharlo por ti —me insistió.
Adara nos miraba a ambos.
—El departamento en donde vivo es de Naím —solté—. La habitación en donde duermo es de Naím, ¿tú qué crees?
—¿Por qué él? —bufó, olvidando que tenía a su novia al lado.
—David, ya sabes cómo es Jul —dijo Liam—. Tampoco quiso que yo la visitara.
Liam lo dijo para que Adara no se hiciera películas en la cabeza.
—No te entiendo Jul —dijo ignorando a Liam—. ¿Qué le ves a ese?
—A pues déjeme le explico los 17 motivos que Jul ve en mí —dijo Naím y volteé a mirarlo para que cerrara la boca.
¿17 motivos o 17 centímetros?
Y ahí estaba otra vez mi zorra conciencia.
¿Qué? por ver no se cobra.
—¿Te vas a inscribir en la misma universidad que nosotros? —preguntó Adara.
—Supongo —respondí.
—¡Qué bien! así podremos tener más tiempo juntas, seremos las mejores cuñadas —chilló.
Estábamos hablando de los 17 centímetros y ésta con su voz chillante me hace querer vomitar.
—Cariño, estoy tan emocionada porque tendré a todos mis niños conmigo —dijo mi madre—. Y como estamos a 10 minutos de recibir el año, propongo hacer el brindis por Jul.
—Traeré la botella —se ofreció Mike, el cual no pude evitar ver lo bueno que seguía estando—. Porque también deben celebrar por mí, ya que me quedaré un tiempo como su inquilino.
Oh sí...
Mi conciencia era la más feliz.
Mira quién lo dice, la que no le quitaba la mirada de su trasero.
Mike volvió con la botella y comenzó a servir las copas, todos nos pusimos de pie y mi madre fue la que comenzó con el brindis.
—Brindo por Jul, porque después de tres años sin ella, hoy nos da la noticia que se queda y espero sea por mucho tiempo —mamá llegó a mi lado y me abrazó.
—¡Salud! —gritaron todos y le dieron un sorbo a su bebida.
Entonces, de pronto, sentí todo el líquido del champagne caer sobre mí.
Que hija de puta.
Adara, había escupido todo el champagne sobre mí.
—¡Lo siento! —chilló—. Que pena, de verdad lo siento mucho cuñada —intentó limpiarme—. Lo siento cuñada, no estoy acostumbrada a beber y el sabor me supo mal, lo siento cuñada, de verdad lo siento.
—¡Deja de disculparte por todo! —grité—. Y deja de llamarme cuñada, tú y yo no somos cuñadas —solté y ella se paró en seco.
—Jul, fue un accidente —me dijo David.
—Tú cállate —solté—. Iré a cambiarme.
—Cariño, toca hacer el brindis con tu papá, puedes esperarte un poco —comentó mi madre.
—Yo no hago brindis con una maldita pared de concreto —escupí y me marché.
Estúpida polilla.
Estúpido David.
Estúpido Marwan.
Nuestro esposo no tiene la culpa de la polilla esa.
Estúpida conciencia.
Olvídame.
—Wow, eso se ve muy maluco ¿no? —dijo Naím, el cual estaba adentro terminando una llamada, ni siquiera me di cuenta cuando fue que desapareció. Y agradecía que no haya estado, porque de lo contrario, no hubiera dejado de burlarse.
—La perra esa —azoté las zapatillas en el piso—. Me escupió todo el champagne.
Puso una mano en su boca para intentar no reírse.
—Vete al carajo —le dije y lo empujé.
—Tranquila beba, no te pongas brava —alzó sus manos al aire.
—¿Qué hacías aquí? —inquirí.
—Nada, yo solo... Nada.
—Soy alexitímica, no estúpida —solté.
—Mor, tranquila que no estaba hablando con ninguna hembra, ya sabés que nomás soy tuyo ¿sí o qué?
—Jódete.
—Pero por qué tan brava, yo no te hice nada.
—Iré a cambiarme —dije para no decirle nada, él no tenía la culpa.
—Hablé con mi papá —soltó—, Beba, mi papá anda acá en Irlanda que dizque porque este mes tiene unos asunticos que resolver. Me pidió que nos veamos, pero vos ya sabés que mi mamacita no puede saber que yo aún hablo con él.
—Descuida, no diré nada. Me cambio y cuando baje me cuentas.
—Juiciosa mi amor, que yo acá te espero para contarte —dijo y caminó hacia afuera.
Llegué a mi habitación y lo primero que hice fue verme al espejo, para ver todo el desastre que había en mí. Me quité las botas, la falda y la blusa, quedando solo en ropa interior. Mi cara era un asco, mi maquillaje estaba arruinado y se lo debía a esa polilla.
El rechinido de la puerta me hizo voltear, y me tapé con la ropa que me había quitado.