El segundo día de clases fue igual al primero. Mandé a Nicole a buscar su aula sola para que se perdiera igual que yo. No pude cambiarme de pupitre porque debía cumplir con mi semana al lado de la polilla.
Nicole y yo nos reunimos en la cafetería. Ella me contaba sobre su "fantástica" clase de literatura, mientras mantenía una sonrisa estúpida. Yo, por otra parte, no dejaba de bostezar con solo escucharla.
—¿A dónde iremos después de clases? —preguntó mientras hacía sonidos con el popote.
—¿Juntas? a ningún lado.
—¿Por qué?, creí que sería bueno que me mostraras la ciudad o sino mínimo el pueblo.
—Creíste mal.
—¿De qué hablan? —llegó Liam y se sentó a mi lado.
—¿Qué no tienes amigos? —bufé.
—Solo compañeros —se encogió de hombros—. ¿De qué hablaban?
Entonces, se me ocurrió algo para que Nicole le quitara lo gay a Liam.
—De que Nicole se irá contigo hoy —respondí.
—¡¿Qué?! —gritó la coreana.
—No hay lío —dijo Liam—. ¿A dónde irás tú?
—Por ahí.
—¿Con David?
Volteé a mirar mal a Liam. Y justo en ese momento, el nombrado llegó acompañado de su polilla y el polillón.
—¡Hola de nuevo, cuñada! —saludó la polilla y yo solo rodé los ojos—. ¿Ella es tu amiga? —preguntó y la ignoré.
—Te decía que Nicole se irá contigo —le repetí a Liam para ignorar a la polilla.
—Ya lo dijiste —dijo él.
—¿Por qué? —indagó David.
—Se irá por ahí —respondió Liam y se ganó un codazo de mi parte.
Mi celular sonó en mis piernas y bajé la mirada solo para ver que era un mensaje de texto.
Desconocido: aún recuerdo esos ojos que me vieron por primera vez, y verlos hoy de nuevo es un privilegio.
Enseguida levanté mi vista solo para checar que estaban haciendo los que estaban en la mesa. Nicole seguía haciendo sonidos extraños con su popote. Adara le decía cosas a David pero él me estaba viendo a mí. Liam ni siquiera había tomado su celular, pues estaba a mi lado. Y Aidan estaba comiendo de su charola y no tenía un celular en la mano. Entonces, de inmediato volteé hacia todos lados en la cafetería mientras me ponía de pie, pero era imposible señalar a alguien cuando muchos estaban en su celular.
—¿Jul? —habló Nicole—. ¿Qué te sucede? otra vez te ves pálida.
—¿Te sientes mal? —preguntó David.
—¿Quieres ir a la enfermería? —preguntó Aidan.
—¿Por qué estás tan fría? —inquirió Liam.
Tantas preguntas hicieron que la cabeza me diera vueltas. Solo en esa ocasión agradecí que la polilla se haya quedado callada con su voz chillante. La campana sonó y de inmediato me levanté de la mesa dejando a todos ahí. Solo regresé a mi aula mientras volteaba hacia todos lados.
—Oye, si te sientes mal podemos ir a la enfermería —llegó Adara y me susurró mientras se sentaba.
—Estoy bien —respondí tajante.
Cuando salí del aula, caminé apresuradamente por los pasillos del campus, pues no quería encontrarme con nadie y que quisieran explicaciones de lo que haría.
Me subí a la moto ya con el casco puesto y aceleré cuando miré que venían aquellos humanos que no quería ver.
Al llegar a mi destino volví a sentir escalofríos. Había menos autos estacionados, pero había una parte del estacionamiento en donde varias camionetas negras estaban estacionadas, y dentro de ellas se encontraban algunos sujetos aparentemente raros. Igual no era algo que me importara mucho, así que bajé de la moto y caminé hacia el interior del hospital mental.
Quién lo diría, ¡de visita con la suegra!
Al entrar, me di cuenta de que no estaba la misma recepcionista, en cambio estaba un hombre disfrazado de enfermero, musculoso y...
Antojable.
Frente a él estaba un sujeto firmando algunos papeles. Alto, con pantalones oscuros y chaqueta de cuero, llevaba unos lentes oscuros que me impedían ver su rostro, pero el perfume que usaba era tan penetrante que abarcaba toda la sala.
—¿Te puedo ayudar en algo? —dijo el enfermero quien asomó la cabeza por un lado del sujeto frente a él.
—Quisiera ver a una loca —solté.
—A una paciente —corrigió y yo asentí—. ¿Nombre?
—¿El mío o el de la lo... paciente?
—El de la paciente.
—Sarah.
—¡¿Jones?! —exclamó.
—No sé cuantas Sarah existan aquí, pero sí, es una loca.
El sujeto a mi lado quien firmaba los papeles volteó a verme, pero cuando noté su mirada, hice lo mismo y él se devolvió hacia los papeles que estaban en el mostrador.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el enfermero, a la vez que no le quitaba la mirada al sujeto que tenía al frente.
—Julieta Aragón Navarro.
—Espérame un momento —dijo el enfermero y se metió a los pasillos del loquero.
El sujeto a mi lado, terminó de firmar los papeles, los juntó y los acomodó dándole unos golpecitos a las hojas. Entonces, después se volteó hacia mí y esa vez sí habló.
—¿Tú madre sabe que estás aquí? —soltó la pregunta y volteé a verlo mientras arrugaba mis cejas.
—¿Disculpe?
—Eres hija de Carolina, ¿no es así?
—¿Y usted quién es? —respondí con otra pregunta.
—Eres igual de hermosa que ella —se quitó sus lentes oscuros, y solo ahí pude ver el color de sus ojos—. Más hermosa aún con ese color de ojos tan llamativos, labios carnosos y rosados, piel suave —intentó tocarme pero me hice para atrás.
—¿De dónde conoce a mi madre? —inquirí.
—Eso no importa —dijo y volvió a ponerse sus lentes oscuros—. Lindo collar —señaló la cadena de rosa negra que Naím me regaló.
—¿Quién es usted? —inquirí una vez más.
—Un viejo amigo de tu madre.
—Nunca lo ha mencionado.
—¿Nunca te habló de Daniel Mondragón? —sonrió ampliamente.
Entonces lo entendí, él era Daniel Mondragón, el famoso narcotraficante y padre de mi 911. Pero, ¿qué hacía allí en la misma clínica donde se encontraba la loca?
—Nunca lo ha mencionado —escupí y su sonrisa se congeló.
Sin embargo, no obtuve otra respuesta de su parte, ya que el enfermero volvió a su sitio con unos archivos en su mano.