Habíamos regresado cerca del campus, Daniel me tenía que dejar unas calles atrás para que nadie me viera llegar con él. Cuando la camioneta aparcó donde Daniel había ordenado, yo abrí un poco la puerta para bajarme, pero a decir verdad, había algo que quería saber antes de irme y era algo que me venía sonando dentro de mi cabeza en todo el camino.
—¿Qué fue eso que me distes? —inquirí.
No fue desagradable el sabor, tampoco fueron desagradables los efectos que surgieron después de que aquellas gotas se esparcieran por mi boca. Fue todo lo contrario, me gustó el sabor y aún más, los efectos que provocaron en mí.
Daniel esbozó una sonrisa enorme y sus ojos se achicaron. Metió de nuevo la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó nuevamente el gotero.
—Son vitaminas —respondió mientras miraba el gotero sin etiqueta.
—¿Vitaminas?
Mi celular volvió a sonar por enésima vez mostrando la cara de mi mamá, rechacé la llamada y puse mi atención al demonio.
—Son para recargar energía. Las tomo cuando amanezco desganado y de inmediato recupero energía. Le da actividad a tu organismo.
—¿Dónde las puedo conseguir? —inquirí.
—¿Tú? —levantó una ceja—. No es bueno que las consumas en exceso.
—¿Por qué no? son vitaminas ¿no? —Daniel asintió—. Me ves normal, pero en realidad mi funcionamiento es un asco.
Mi celular sonó una vez más y volví a ignorar la llamada.
—No están a la venta. Aún no.
—¿Y por qué las tienes tú? —inquirí.
—Soy peligroso y tengo mis contactos.
—Y puedes compartir tu peligro conmigo ¿no? —toqué su pierna y fui subiendo mi mano poco a poco.
Oh, sí, súbela más.
Mi celular volvió a sonar y rechacé la llamada una vez más. «mi mamá ya me estaba cansando».
—Creo que deberías bajar...
—¿No te gusta que te toque? —subí más mi mano y me di cuenta que los hombres no suelen controlar algunas cosas.
¿Cosas? ¡Cosotas!
Y mi celular sonó de nuevo.
¡Pff! no nos deja tocar ese animal.
—Toma —Daniel me extendió el gotero—. No las uses en exceso porque pueden ser adictivas.
—Son vitaminas —le recordé.
—Todo en esta vida termina siendo una adicción —comentó.
—Bien —abrí la puerta para bajarme—. Algún día te lo pagaré.
Te lo pagaremos.
—Jul —me habló antes de irme—. Cinco después de desayunar u ocho si te sientes debilitada.
Asentí.
—No es un dulce. No es un juego —añadió y yo bajé de la camioneta.
Cuando me acerqué al campus ya habían menos estudiantes. El convertible de mi 911 ya no estaba y tampoco la moto de David. Saqué la cajita que David me había dado y la abrí para sacar nuevamente mi collar y ponerlo. Daniel era el único ser humano que me había hecho quitarme mi collar de rosa negra, pero también podía entender que podía ser... no sé... raro.
Estaba por subirme a mi moto cuando me di cuenta de que mi clon venía bajando las escaleras con lo que suponía debía ser su mamá.
O quizás su abuelita. ¿Ya le viste la ropa que lleva puesta?
—¡Yo no te he enseñado esos modales, Adara! —la señora la regañaba.
—Ay, mamá —ella bufó—. Ya estamos en otro siglo, ahora todo es diferente.
—Que diferente ni que nada —la mamá la apuntaba con el dedo—. Además ¿qué es esa vestimenta? pareces una cabaretera sin paga —la señora se sobaba sus sienes—. Iremos a casa, te vas a quitar eso que llevas puesto y después iremos con el Señor a que le supliques perdón de rodillas.
—Pero...
—¡Pero nada! yo no pienso pisar el infierno por tu culpa.
Yo reprimía una carcajada, pero no pude contenerla por mucho tiempo ya que me salió un sonido de mi boca. Adara se dio cuenta y miró detrás de su mamá.
—¿De qué te ríes estúpida? —soltó de una manera que no conocía.
—¡Adara! —gritó la mamá y después tapó su boca.
Abrí mi boca y llevé una mano a mi pecho, negué con la cabeza y aguanté las ganas de reírme.
—Al Señor no le va a gustar para nada tu vocabulario —comenté—. Deberías ir a confesar todos tus pecados y quizás el Señor te libre de Lucifer.
Adara no dijo nada, pero sin embargo, bufaba como si fuera toro.
Aunque bueno... lo de toro le queda a la perfección.
—Muchachita insolente —la mamá me miró de pies a cabeza—. ¿Cómo puedes atreverte a mencionar al Señor? cuando tú también con esa esa vestimenta pareces cabaretera.
—Ya cálmense señora —solté una risita—. Al menos yo parezco una cabaretera con paga.
¡Eso mamona!
Mi celular sonó otra vez y volví a rechazar la llamada.
»Debo irme —añadí—. Mi hermanito me necesita en casa —mordí mi labio inferior mientras miraba a Adara.
Entonces, subí a mi moto y arranqué lejos de la polilla y de la mamá cuervo.
Ahora vamos con el hijo perdido de tu ex suegra.
En todo el camino mi celular no dejaba de sonar y nada más por joder, me permití ir lo más despacio posible. Pero aún así llegué a casa y extrañamente todos estaban dentro, hasta Leonel. Y lo sabía porque estaban todos los vehículos, hasta la bicicleta en la que a veces Asher solía perderse.
Respiré profundamente antes de entrar.
Frente en alto soldado.
Entonces entré.
Huy, mejor de reversa mami.
Todos tenían una cara de yeso. Y cuando digo todos, quiero decir TODOS.
—¡Hasta que por fin llegas! —exclamó mi madre mientras se levantaba y con sus manos golpeó su cadera.
—Primero que todo —me aclaré la garganta—. Buenas tardes a todos, menos a uno —miré a Aidan.
—Estaba preocupado por ustedes —Aidan se levantó del sillón y llegó hasta a mí.
Retrocedí cinco pasos lejos de él, antes de que se atreviera a tocarme. Lo miré con cara de yeso y después volteé a mirar a todos para luego añadir:
—¿Lo drogaron?
Asher soltó una risita que de inmediato fue callada por la mirada que mamá le aventó.
—¿Por qué no nos habías dicho? —soltó mamá.