Mi cabeza me daba vueltas y a la vez rebotaba como muñequito en el tablero. Quería quejarme, pero algo me impedía despegar mis labios. Quería moverme, pero una atadura de pies y manos no me dejaba hacerlo. Entonces, solo entonces comprendí que estaba atada y con una cinta adhesiva en la boca, como si fuese una víctima de secuestro.
Somos una víctima de secuestro. Gracias al infierno que a mí no me pudo amarrar la boca, porque ahí sí que me hubiese mudado de cabeza.
Mi cuerpo se movía como si fuera un costal de papas y lo único que sabía era que iba en la parte trasera de una especie de van oxidada.
¿Será este mi final? —me preguntaba.
Era extraño, porque esa vez ya no sentía nada que pudiese explicar. Y si moría, pagaría cada cosa miserable que hice o dije. Pero sobre todo, moriría sin haber dicho por qué era de esa manera.
Estaba llegando a un punto en el que no me importaba mi vida. Dos veces había querido acabar con ella, la tercera era la vencida. Porque al entregarme en charola de plata a un demente, estaba atentando contra mi propia vida.
Al final, era yo la que merecía estar allí. Y quizás por eso fue que no quise llamar a nadie, porque fui yo la que se buscó eso, y solo por eso, sabía que era yo por Nicole.
Cuando la van se detuvo, creí que sería mi final, que quizás y terminaría torturada, violada y aventada en un río. Así como en aquellas historias que Nicole me contaba en las que parecía que yo todo el tiempo la ignoraba. Cuando en realidad, siempre prestaba atención a todo lo que ella decía, por mucho que desmostrara que no era así.
Y mientras por mi cabeza pasaban todos aquellos recuerdos de España. Las dos puertas de la van se abrieron a la par y la cara del loco de Aidan, se iluminó únicamente por el reflejo de la luna.
—No quería hacerlo de esta manera, te lo juro que no quería —dijo mientras se subía a la van—. Fuiste tú quien me obligó a hacerlo de este modo. Entiende que yo solo quiero protegerlos —puso una mano en mi vientre—. Tampoco quería amarrarte, ni lastimarte, pero no me dejas otra alternativa. No puedo permitir que que cometas una locura y dañes a nuestro bebé.
Y mientras escuchaba todas las locuras que salían de su boca, pude darle un poco de color a mi cerebro, y fue de modo que comprendí que de mí dependía sobrevivir. Aidan no me quería muerta, él solo quería cuidar de mí y de "nuestro bebé". Era por ese lado en el que yo debía sacar mi mejor actuación. Ahora agradecía que Nicole me contara sus historias de psicópatas, pues gracias a lo que nunca me pude imaginar, ahora podía convertirlo en realidad.
Porque así tan miserable era mi vida. Nicole podía pasar horas y horas leyendo, imaginando y al final, con una sonrisa de oreja a oreja, aún sabiendo que yo no le haría caso, ella me contaba cada cosa aprendida en un libro. Mi vista estaba en cualquier cosa menos en ella, pero tenía toda mi atención y ella no lo sabía. Ni siquiera podía demostrarle interés a ciertos mundos fantasiosos que ella contaba. No era que no soportara el que ella no parara de hablar, no era el que no quisiera tomar un libro en mis manos y comprobar todo lo que ella decía. No era nada de eso, era yo y mi maldita vida de porquería que me tocó vivir. No era capaz de imaginar ningún mundo de fantasía, ni realista, ni siquiera imaginar un futuro. La imaginación es emocional y era algo que no podía etiquetar.
Estaba tan callada, tan ida, tan apagada, que ni siquiera me di cuenta en qué momento Aidan me había quitado la cinta adhesiva de mi boca. Me había liberado de aquellas sogas que dejaron unas líneas rosadas en mi piel.
—No quiero hacerte daño —Aidan pegó su frente a la mía—. No me vuelvas a obligar a tener que acudir a esto, vamos a estar bien, pero tienes que demostrarme que puedo confiar en ti.
—No haré nada —aseguré, mi voz salió algo ronca y tuve que aclarar mi garganta para que volviera a la normalidad.
A veces quisiera mudarme a la cabeza de este demente solo para confirmar si sí está demente o se hace pendejo.
—Vamos a nuestro nuevo hogar —dijo sonriendo—. Aquí nada les va a faltar.
Aidan me ayudó a bajar con mucho cuidado, como si algún órgano se me fuera a salir. Cuando toqué tierra, él se giró unos segundos solo para cerrar las puertas de la van. Todo era oscuridad y lo único que tenía iluminación, era una cabaña la cual parecía que era una casa de terror de esas que ponían en halloween.
—Sé que no es lo que te mereces, pero era la única manera de que nadie nos pudiera molestar —añadió señalando la cabaña.
La cabaña me importaba un culo, solo quería que Nicole se fuera de ahí. Ella tenía que estar en casa, leyendo libros con Liam.
Cuando entramos a la cabaña, el interior era menos horripilante, al menos se había dado la tarea de limpiar. Las luces parpadeaban y yo observaba cada puerta que hubiese en esa cabaña, pensando en cuál de ellas pudiese estar la coreana.
—Cenemos algo —propuso—. Te compré una ensalada por eso de que ahora debes cuidar más tu alimentación.
—No tengo hambre —solté con desdén—. ¿En dónde está Nicole?
—Siéntate a cenar —ordenó—. Cuando termines todo, te llevaré con ella.
—Ese no fue...
—¡¡DIJE QUE TE SIENTES!! —gritó y yo brinqué en mi mismo lugar.
No nos grites que andamos sensibles.
Me senté. No sabía si lo que hacía estaba bien, pero tampoco quería provocarlo y que él se desquitara con Nicole. Una vez que ella se fuera de ahí, ya no me importaría nada.
¿Qué? ¿y yo estoy pintada o qué?
—¿Ves lo que me haces hacer? —Aidan se hincó ante mí—. No quiero gritarte, pero no me vuelvas a desobedecer ¿de acuerdo?
Yo solo asentí.
—Ahora, cómete todo —señaló el recipiente de plástico, el cual tenía más lechuga que pollo.
¿Qué piensa que somos? ¿conejos? si nos hubiera visto comernos la longaniza de Naím, nos hubiese traído una vaca entera.