El que Daniel viviera en una colina le daba una apariencia misteriosa a su vivienda. El clima era completamente nublado, sin embargo, la neblina tapaba los alrededores.
Estaba recargada en la camioneta, mientras esperaba a que él terminara de hablar con uno de sus matones. No me incomodaba ver gente armada con la cara tapada, sin embargo, no entendía cómo podía haber personal trabajando como sino sucediera nada.
Como me encantaría conocer la historia de Leonel, siendo un narcotraficante.
Yo no me lo podía y ni quería imaginar.
—Entremos —dijo el demonio y avanzó sin detenerse. Yo caminé detrás de él porque a decir verdad, no esperaba que él fuese a esperarme.
Entré por una de las dos puertas y al pisar el interior de la vivienda, simplemente el demonio había desaparecido.
O quizás no.
Y efectivamente no había sido así.
El azote de la puerta me hizo dar un brinco al mismo momento que giré. Pero ni siquiera tuve tiempo de comentar algo, porque Daniel Mondragón tiró de mi mano. Pero no fue para pegarme a su cuerpo, sino para estrellarme contra la puerta. En ese mismo momento apretó mi mandíbula con una mano y con la otra apretó mi intento de teta, añadiendo, que también su cuerpo aprisionaba al mío.
No teníamos escapatoria y a decir verdad, yo no iba a correr.
Yo sabía lo que él quería y estaba dispuesta a dárselo todo.
—No voy a tener compasión —gruñó contra mis labios—. Yo no doy cariño, pero sí orgasmos. Yo no soy un chamaquito como los que acostumbras a cogerte. Yo no te voy a dar amor, yo te voy a dar placer. No será lento, será duro.
Tú dame como a tráiler sin frenos.
—Estás a tiempo de irte si quieres. Conmigo nada es a la fuerza.
Nos quedamos.
—Ya me tendrías en cuatro, si dejaras de ladrar tanto —respondí.
Daniel sonrió en respuesta y fue aflojando la fuerza que ejercía sobre mí. Sacó un gotero de su chaqueta, parecido a esos que me daba a mí. No podía estar segura de que fuese el mismo, ya que tampoco estaba etiquetado.
—¿Necesitas tomar algo para que se te pueda parar? —levanté una ceja.
Sin embargo, él rió en respuesta y comenzó a girar la tapadera. Se echó una cierta porción a su boca, que efectivamente no podía ser las cantidad de gotas que él siempre me recomendaba tomar. Lo extraño fue que no lo miré hacer movimiento con su garganta, solo no dejaba de hacer esa sonrisa de demonio que lo caracterizaba. Volvió a sujetar con fuerza mi mandíbula y pegó sus labios a los míos, obligando a que yo abriera mi boca para pasarme un poco del contenido de la suya. Pero eso no había sido todo, sino que al mismo tiempo con su otra mano, agarró la mía y la volvió a colocar en su erección por segunda vez en el día. Dándome como respuesta, que no necesitaba ni una mierda para ponerse duro.
Máxima potencia.
Ni siquiera pude preguntar qué me había dado, pues una vez que su boca se abrió paso con la mía, ya no me soltó.
Lo que no te mata te hace más fuerte. Y si morimos, llegaremos al infierno bien servidas.
Me besó con hambre y era tanta la fuerza que tenía, que la vena de su cuello parecía querer reventar.
Imagina como están las de abajo.
Bajó por mi mandíbula y yo le di paso a sus labios para que me besara todo lo que le diera la puta gana. No sabía qué carajo me dio, pero de pronto sentía que todo mi cuerpo estaba hecho llamas.
Tocó mis piernas, encontrándose con mis mallas de agujeros y sin perder el tiempo, las rasgó hasta que sus dedos tocaron mis bragas de encaje. Lo escuché gruñir y yo sentía que me estaba haciendo agua. Tocó mis glúteos y los apretó como si quisiera arrancarme un pedazo y antes de que pudiera quejarme, me levantó. Por inercia enrollé mis piernas en sus caderas, siendo justo en ese momento en donde sentí la verdadera bestia que escondía dentro de su pantalón.
Estaba ardiendo y mientras lo dejaba apagar eso que había encendido, sentí que nos movíamos, chocando con todo lo que se cruzaba en nuestro camino. Pero en ningún momento él había dejado de besar, lamer o morder, algunas partes de mi cuerpo. En las escaleras tropezamos, mi espalda fue golpeada con el filo de éstas, pero aún así, el demonio reemplazó esa intervención, por sus labios y dientes en mi abdomen.
Joder.
La chaqueta me estorbaba y me la quité mientras me sentaba en uno de los escalones. Pero cuando terminé de hacerlo, el demonio me levantó de un solo jalón y me estrelló contra el barandal. Atacó por enésima vez mi cuello y su mano me obligó a separar un poco las piernas.
El simple roce de sus dedos por encima de la tela de mis bragas, me hacía sentir como un maldito bosque en llamas.
No era el paraíso y él no era un Dios. Era el puto infierno y él era el maldito supremo que me estaba haciendo arder.
Pero jamás me haría cenizas.
—Te lo dije. Tarde o temprano serías mía. Yo no me vuelvo a equivocar dos veces —afirmó y me volvió a cargar, para así terminar de subir las escaleras.
No me llevó a su cama para dejarme con delicadeza, no, ese no era Daniel Mondragón. Él me aventó y se dejó caer encima de mí, abriendo mis piernas sin piedad y metiéndose en medio de ellas.
Chupó y mordió con fuerza mi labio inferior, sentí el sabor de mi propia sangre y en sus labios se quedó la mancha de su crimen. Con su pulgar se limpió el líquido carmesí que pintaba sus labios. Chupó su dedo para saborear mi sangre y después limpió mi labio al mismo tiempo que añadió:
—No tienes ni la más mínima idea de cuántas veces me tocó fantasear con tus labios mientras me tocaba.
Quizás no eran mis labios, sino los de mi madre, pero yo sabía que él miraba a mi madre en mí. Y solo por eso, acepté jugar en su infierno.
—Deja de fantasear y hagámoslo realidad —lamí mis labios, me senté sobre la cama y lo empujé en el intento.