Sentí el golpe de su mano contra mi mejilla, aunque me esperaba algo parecido, me sorprendió igualmente que lo hiciera, ya que esperarlo no lo hizo menos doloroso, por lo que me caí al suelo de golpe.
Miré a mi padre desde el suelo con los ojos llorosos, pero él hizo caso omiso a las lágrimas que luchaban por salir de mis ojos, darme cuenta de ese echo hizo secar mis ojos como si fuera cosa de magia.
—Quiero que te largues de mi casa— me ordenó bajando la mano que aún tenía levantada tras el golpe— Eres una vergüenza para mí.
Miré a mi madre que estaba en un rincón como si esa historia no fuera con ella, ni siquiera se dignó a mirarme, lo cierto era que nunca había sido una mujer que se enfrentara a las decisiones de su marido, por lo que no me sorprendió que no dijera nada, es más yo habría sido la primera en sorprenderme si hubiera ocurrido lo contrario.
Jamás trataría a un hijo mío como ellos me estaban tratando…
Sentí como se formaba un sentimiento frío en mi interior, no quería seguir allí… Posiblemente tenía razón yo era una vergüenza, pero no por los motivos que él decía…
Yo tampoco quería continuar allí, así que me levanté del suelo y fui a mi habitación para hacer la maleta.
Una hora después me encontraba a la salida del pueblo haciendo autostop, conseguí que una pareja me llevara a la ciudad y observe desde la ventana como ese infierno se hacía más y más pequeño…
«Pero voy a volver…»
Aunque en ese momento no sabía cuándo, ni… como.