WELCOME TO LANDONVILLE
Nunca había hecho una locura así, quizá el haber perdido a mi madre de esa forma tan... impactante me había desquiciado un poco. Porque lo cierto es, que pensándolo bien, estoy segura de que no habría ido así de encontrarme en otras circunstancias.
Así que al día siguiente me encontré ante el cartel que daba la bienvenida a la ciudad texana de Landonville…
Aparqué mi coche a un lado de la carretera, junto al cartel y abrí la puerta.
A simple vista, desde mi posición, se veía un pueblo sencillo, parecía que sus habitantes se dedicaban generalmente a las tareas del campo, había también unos gallineros y se veía una señora que les daba de comer.
Además el olor era bastante fuerte, respiré hondo, notando el olor afanoso a campo y animales, pero no era desagradable, al menos era mejor que olor a gasolina y humo que se captaba en la ciudad.
Me costaba imaginar a mi madre viviendo en ese pueblo, ella adoraba la ciudad.
El pitido de una camioneta vieja que se paró a mi lado me sacó de mis pensamientos. Le miré, pero el sol reflejado en el cristal me deslumbró y no pude verle bien. —¿Tiene algún problema?— me preguntó gritando la voz grave de un hombre con un fuerte acento.
—No, gracias— le respondí educadamente volviendo a entrar en el coche, pero decidí aprovechar la oportunidad y preguntar— ¿Sabe dónde está la casa del Reverendo...?—busqué la carta para mirar el nombre.
—¿Harris?— continuó el bajándose del coche.
—Sí— me giré preparada para defenderme en caso de que me atacara.
Se había acercado demasiado a mí y no me había dado cuenta, me miraba de forma muy penetrante, me ponía nerviosa.
—Todo recto, busque la iglesia, vive al lado— me explico, cuando por fin pude verle la cara y vi una cicatriz que le cruzaba la mejilla, vestía una camisa a cuadros roja con unos vaqueros y botas, en la cabeza llevaba un sombrero marrón.
Me alejé un poco de él con temor.
Estaba segura de que él lo había notado porque se alejó un paso de mí y frunció el ceño, se caló el sombrero hasta los ojos, lo que no me permitió ver de qué color eran.
—No se asuste, milady, hay por aquí mujeres más complacientes...
<< ¿Milady?” ese apodo me sonó familiar, pero me encogí de hombros. —¿Dis—disculpe?— me retiré aún más y pegué la espalda a mi coche poniendo entre nosotros el máximo espacio posible.
—Lo has entendido muy bien— sentí que quería decir algo más, pero al parecer se arrepintió porque volvió a subirse a su furgoneta y se marchó sin decir nada más.
—Grosero— le dije susurrando como si pudiera escucharme.
Volví a subirme al coche y arranqué adentrándome en el pueblo, bueno pueblo, en realidad, era una calle larga y ancha donde había algunas tiendas, incluso vi un restaurante, era todo muy del lugar, aparte de esos pocos establecimientos lo demás eran casas o alguna pensión, pero continúe buscando la iglesia, alcé la vista y vi la torre del campanario.
Decidí ir recorriendo calles hasta encontrarla, porque aunque hubiera querido no habría podido preguntar a nadie, parecía que ese lugar estaba desierto...
Entre algunas casas había algunos callejones con algunas casas más y al final de la gran calle, había una pequeña plaza donde por fin encontré la iglesia.
Aparqué y salí del coche apartándome el sudor de la frente, me di cuenta de que aun llevaba el vestido negro del entierro...
Sacudí la cabeza sin dejarme llevar por esos pensamientos, me acerqué a la iglesia pero estaba cerrada.
Probé a llamar también a la casa de al lado, pero tampoco abría, así que decidí dar una vuelta y hacer tiempo, pero cuando iba a darme la vuelta para irme, escuché la puerta abrirse.
—¿La ayudo en algo?— me preguntó la señora, era una mujer bajita bastante pasada de peso, llevaba un delantal y el pelo blanco recogido en un moño bastante apretado.
—Estoy buscando al reverendo Harris— dije acercándome de nuevo.
Ella me miró y supe que adivinó que no era de por allí, era una extraña y eso hizo que la mujer me mirara con cierta reserva.
—No está— me informó rígidamente— Vuelva más tarde.
—¿Dónde puedo encontrarlo? Es urgente— dije apoyando la mano en la puerta.
—En la Feria, todo el pueblo está allí— refunfuñó ella como si yo fuera estúpida por no saberlo.
—¿Y dónde está eso?— pregunté cansada de tantas vueltas.
—En el terreno de los festejos, a las afueras del pueblo— me dijo colocando una mano en su cintura, parecía enfadada.
—Muy bien, gracias— me volví y anduve en dirección al coche mientras giraba los ojos con frustración.