Capitulo seis:
Sergio salía de una de sus oficinas mirando el reloj en su muñeca. Faltaba un cuarto de hora para su clase de natación y planeaba comer algo liviano por el camino. Miró con anhelo un puesto de hotdogs y pensó que si se devoraba uno de esos completos lo encontrarían flotando, como un sapo muerto, en medio de la piscina del club.
Iba sonriendo por esa imagen mental de sí mismo, cuando casi se choca de bruces con una mujer que esperaba en la acera.
—Mil disculpas —murmuró él sin prestarle demasiada atención. Estaba casi seguro de que ella se había cruzado adrede en su camino. —No la vi.
—Sergio… —era la voz de Alicia y él se detuvo en seco al oírla. —Hola.
—Hola —miró a los alrededores intentando dilucidar como de retorcida era la vida que lo ponía justo delante de la mujer que lo aborrecía. —Que coincidencia encontrarte por aquí. Bueno, es que es una zona bastante transitada, pero… ¿Estabas buscando un abogado?
Alicia sonrió apenas.
—Quería pedirte disculpas por la escena del otro día.
Eso era lo que le gustaba de ella, utilizaba la expresión “el otro día” sin indicativo de tiempo, habían pasado nueve días desde que lo espantara como a un perro sarnoso que intentaba robarle su comida.
Bueno, ¿Qué sucedía hoy con él y esos ejemplos poco favorecedores para su persona?
—Está bien —contestó con simpleza e intentado pasarle por el lado sin tocarla. La estrella más bonita del firmamento no estaba lista para sus avances y Sergio creía fielmente en el dicho de “soldado que huye de una batalla sirve para otra guerra”. —Ya me disculpé, pero nunca está de más volver a hacerlo; no debería haber invadido su espacio personal de esa manera.
Alicia se sintió estúpida al ver como él intentaba huir de su presencia. Había arruinado todo con él. Y por culpa de sus miedos y traumas.
—¿Estas ocupado? —preguntó sintiendo nervios por su respuesta. La cara de Sergio fue suficiente para entender cual sería la contestación a esa pregunta obvia. —Quería invitarte a comer algo. Fui hasta tu casa y tu sobrino dijo que trabajabas todo el día.
Él enarcó su ceja rubia y ella no pudo evitar notar que hasta en eso era perfecto. Grandes pestañas que iban acordes al tamaño de sus frondosas cejas. Todo ese vello facial que protegía sus cálidos ojos.
—¿Conociste a Milo?
Ella asintió.
—Así es como supe donde trabajabas.
Sergio asintió, intuyendo sobre el entretenido encuentro de su sobrino con Alicia. Quiso reír al imaginarse al muchacho lidiando con la personalidad avasallante de ella.
Bien merecido se lo tenía por no haberle creído cuando le dijo que muy pronto ella se convertiría en su tía.
—Lo siento, estrellita. Tengo planes —dijo fingiendo lamentarlo y disfrutando en su fuero interno de la expresión acongojada de la rubia. Ah, qué lindo era ver como se desilusionaba de no poder almorzar con él. —Pero puedo incluirte en ellos. Ven conmigo.
—¿A dónde?
Sergio se debatió entre decirle la verdad, a medías, o perderse de su clase de natación. Optó por la primera.
—Ahora mismo tengo clase de natación y me vendría genial una compañera —mintió. Si ella aceptaba tendría que ser más rápido que Flash para coordinar con su entrenador personal una improvisada clase grupal. Daba igual, para eso le pagaba. —Es aburrido cuando nado solo.
El corazón de Alicia se aceleró. ¿Desde hacía cuanto que ella no chapoteaba libremente en alguna alberca? Ni siquiera en la lujosa piscina de Dolores se había atrevido a nadar.
Miró a Sergio que esperaba una respuesta y decidió serle sincera;
—No he tocado una piscina hace años —se señaló completa. —Además, no tengo traje de baño o los elementos para la ocasión.
—¿Tus cejas se borran? —preguntó Sergio con tanta seriedad que ella estuvo a punto de contestarle. Sin embargo, él lanzó una carcajada antes. —Es broma, estrellita. No te preocupes por eso. Si me dices que sí conseguiremos ahora mismo un traje de baño.
—Yo…
Pero él no la dejó terminar. En su lugar tomó su mano y comenzó a caminar hasta la primera tienda que vieron. Alicia solo podía ser consciente del repiqueteo de sus zapatos sobre el asfalto mientras veía sus manos entrelazadas.
Llegaron hasta una tienda que gritaba dinero por todas partes y Sergio se dirigió a la joven empleada que allí atendía. La muchacha los observó encantada de poder hacer una venta en ese horario muerto.
—Elije, estrellita. Yo lo pagaré —Alicia quiso refutar a su orden, pero él se adelantó y colocó su dedo índice sobre sus labios. Estaba segura de que se le transferiría el labial a su mano. —Tú pagas la comida después. Elije y yo avisaré al entrenador que prepare la clase para dos.
Sergio se alejó y sacó su teléfono celular del interior del saco de su traje. Ella lo observó hablar seriamente con alguien para luego volver a su lado, aprobando la elección de su malla enteriza.
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Editado: 11.06.2021