Capitulo nueve:
Maldito y encantador tipo. Pensó Alicia mirando a Sergio que espantaba un par de moscas que les rondaban. Él utilizaba un ridículo sombrero estilo vaquero que combinaba con camisa a cuadros y jeans. Tan joven, tan guapo.
Y todo suyo, según sus propias palabras.
El grupo de ocho, incluidos los hermanitos Baron, había llegado a altas horas de la madrugada y en tres vehículos distintos. Nicholas y Daniel se habían sorprendido al conocer a Sergio, pero apenas este había abierto la boca, entendieron cómo era capaz de congeniar con una mujer como Alicia.
—Pues a mi me gusta el olor a heces de caballo —dijo de pronto aligerando el ambiente en los corrales. Daniel había adquirido su propia tropilla de caballos purasangre y los mantenían en la hacienda que ahora era propiedad de Bibi. —Le da el toque campestre a toda la situación.
Cristian, el hermanito de Nicholas lo miró como si en lugar de describir el fuerte aroma a mierda de caballo, hablara del rico perfume de las flores de primavera.
—¿Todos saben cabalgar? —preguntó Daniel con el doble sentido tiñendo sus palabras y miró a su prometida. —Tú puedes venir conmigo, mi futura reina. Iremos en parejas de dos para recorrer las plantaciones, de allí sacan la fruta para el secadero.
Dolores alentó a Nicholas que llevara a su pequeño hermano Cristian con él, ya que ella con su avanzado estado de embarazo no podría hacerlo.
Lisa que estaba por ofrecerse a ser la compañera de Alicia, vio que Sergio le hacía morisquetas detrás de la espalda de la rubia.
—Yo me quedo con Dolores —sonrió a su cuñada y se enroscó en su brazo.
—Vamos, estrellita —dijo Sergio tomando su mano de pronto y jalando de ella. —Has quedado conmigo. ¿No te sorprende lo caprichoso que puede llegar a ser el destino?
Alicia miró a su amiga y a la chiquilla traidora a su lado y suspiró.
Después de que Héctor, el capataz de la hacienda, preparara las monturas de los caballos, Sergio la ayudó a montarse y se acomodó detrás de ella.
Comenzaron así el tranquilo recorrido que tenía como guía a los reyes. Daniel explicaba como estaban trabajando ahora las plantaciones y los planes futuros de poner una champañera junto a otro de sus socios.
Al llegar al área de los manzanos, el grupo se dividió y recorrieron los largos pasillos en paralelo. Fue entonces cuando Alicia lo sintió. Su mano traviesa osaba posarse en su muslo y ascender a medida que el equino rebuznaba.
—Hace calor, ¿no crees, estrellita? —murmuró en su oído rozando el borde de los shorts que Alicia utilizaba.
Su toque era suave, gentil, pero firme. Él sabía exactamente lo que hacía para conseguir lo que quería de ella. Alicia se apretó contra su pecho y contuvo un jadeo.
—Mira nada más el tamaño de esas manzanas —alzó un poco más la voz, haciéndose el distraído mientras su mano se internaba cada vez más en la cara interna de su muslo. El caballo en el que viajaban relinchó y Alicia no alcanzó a contener un suspiró complacido. —Shh, pequeña Alicia. Tus amigos descubrirán lo que estamos haciendo…
—Yo… es…
El dedo índice de su mano hizo contacto con el elástico de su braga y él sonrió al enredar la yema en los rizos de su zona intima sin llegar a tocar su punto de placer.
¡Sergio era un maldito provocador! Y ella estaba cayendo con peso muerto en su juego.
—¡¿Qué longitud tienen estos pasillos?! —gritó para saber donde se encontraban los demás. Varios metros más adelante, del otro lado de la pared de árboles, Daniel contestó que sesenta metros por fila. Sergio entonces sonrió. —¿Crees que podamos lograrlo antes de los cuarenta metros que faltan?
—¿Qué? —tartamudeó Alicia abriendo más sus piernas. Cediendo el poco control que tenía de su cuerpo.
Él la hacía sentir como una tonta adolescente otra vez. Como esa niña que había enterrado treinta años atrás. Una divertida y juguetona.
Sergio le recordaba, día a día, que ella era todavía una mujer de carne y hueso. Una mujer que deseaba y que podía hacerse desear.
El intruso en su ropa interior ahora había conseguido aliados y mientras uno de sus dedos acariciaba su brote hinchado, otro abría su carne y un tercero tanteaba su entrada. ¡Maldición, eso sí que era talento!
Él comenzó así su tortura de cuarenta metros, cometiendo a su cuello y el lóbulo de su oreja a mordisco y chupetones que de seguro le dejarían marca.
Alicia lo sintió, despertando de un largo sueño y vigorizando todo su cuerpo. El orgasmo que consiguió pudo sentirlo hasta en los huesos, desde la punta de su cabeza hasta las uñas de sus pies. Chilló y tuvo que apretar con fuerza sus dientes para no emitir ningún sonido.
Sergio había conseguido lo que ni ella o los aparatos que se había comprado no pudieron. Ponerla a temblar solo con un par de toques certeros.
Él detuvo el caballo y sacó la mano del interior de su ropa interior. Miró sus dedos y ante la atenta mirada de Alicia, los chupó con fuerza.
—Delicioso —miró el árbol detrás de ella y tomó una de las manzanas. —No queremos que nadie sospeche, ¿verdad?
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Editado: 11.06.2021