Capitulo diez:
Alicia y Sergio regresaron con el grupo media hora después de su pequeño encuentro romántico. Sorprendentemente, Daniel y Bibi estaban desaparecidos y terminaron por unirse a ellos mucho tiempo después. Bibi había aparecido con las mejillas sonrojadas y el cuerpo lleno de algún tipo de pasto seco.
La cena fue amena entre risas y conversaciones fluidas. Las mujeres cuchichearon en la cocina mientras preparaban las diversas ensaladas y tentempiés que la comida tendría. Por sorteo, esa noche había ganado el menú propuesto por Lisa y Cristian; tacos.
Todos cenaron alegremente y bebieron bastante. Sergio se marchó junto a Daniel y Nicholas para conversar un rato afuera.
Alicia se despidió de los demás y se dirigió a la habitación que Bibi le había otorgado, se cepilló el cabello como de costumbre y embadurnó su cuerpo con crema humectante. Ella emergió del baño acomodando los breteles de su pijama y se quedó sin aire al ver la silueta que estaba en medio de la estancia contemplando la habitación.
Sergio.
—¡¿Qué haces tú aquí?! —le gritó Alicia y tomó lo primero que encontró a mano. Era una bata que se enredó en sus manos cuando intentó colocársela.
Sergio la miró tranquilo y colocó sus pulgares en los bolsillos de sus jeans.
—Es mi habitación también, estrellita —le guiñó con complicidad. —Bibi me preguntó si quería dormir aquí y le dije que sí.
—¿¡Que? —espetó anonadada.
Con razón él no se había duchado apenas llegaron de su paseo a caballo. El desgraciado se había excusado diciendo que prefería bañarse antes de dormir y nadie había puesto en duda sus palabras, ni siquiera ella misma.
—Estoy buscando mi bolso —se excusó al pasar más de dos veces la mirada sobre su cuerpo. Luego, golpeó su frente. —¡Cierto que lo he dejado en mi camioneta! Iré por el y luego me daré un baño. Ponte cómoda, estrellita, no te morderé… a menos que me lo pidas.
El corazón de Alicia se detuvo y miró aterrada la cama que ya había preparado. Ella, conociendo de sus pequeños accidentes nocturnos, había querido prevenir cualquier inconveniente en la noche. Pensando que tendría una habitación para ella sola, había colocado un grueso tallón en el lado que utilizaría para dormir.
Sergio la vio a punto de hiperventilar y siguió la dirección de su mirada.
—¿Qué sucede? —preguntó y cuando la miró a los ojos, notó que los tenía húmedos. —Alicia, ¿Qué te sucede?
—Yo… no puedo —susurró avergonzada sintiendo como todo su entorno comenzaba a romperse. La burbuja de cristal en la que había querido encerrarse estaba resquebrajándose justo delante de sus ojos. —Lo siento, Sergio. Esto… yo no puedo…
Él se acercó a su lado y tomó la bata arrugada entre sus manos, la desenredó con cuidado y procedió a cubrirla.
—¿Qué cosa? —miró la cama e intentó comprender a qué se debía su mirada aterrada. —¿Dormir conmigo? —ella asintió, —¿Por qué?
Alicia no quería hablar, no podía. Sentía un pesado nudo como alambre de púas que le cerraba la garganta. La vergüenza la ahogaba y todas las bonitas sensaciones de la tarde se diluían ante sus temores.
Sergio la observó llorar en silencio. Él deseaba abrazarla y hacerle sentir que todo estaría, sin embargo, comprendía que esta era una batalla que a él no le tocaba pelear y que solamente podía hacer de apoyo esta vez.
Sus ánimos se desplomaron al ver que ella se giraba, dándole la espalda e intentando huir de su presencia.
—Alicia —insistió, —háblame, por favor. Me está matando no saber que es lo que te lastima. Estoy en una especie de confusa niebla, estrellita. Ilumíname, por favor.
Silencio. Ella no contestó a ninguno de sus ruegos y esa fue la señal a la que tanto le temía. Él debía marcharse y entender que por más paciencia que tuviese, parecía que jamás podría ablandar la pesada pared que ella había construido a su alrededor.
—Bien —dijo en voz baja. —No quería alterarte de esta manera. De nuevo, discúlpame. Soy algo estúpido para estos asuntos y siempre asumo lo que a los demás le gustaría que hiciera.
Ella hipeó y eso rompió más el corazón de Sergio que se sentía ahora una mierda de hombre al aterrorizar a esa mujer.
—Me marcharé, estrellita. No tienes que preocuparte por nada, le mentiré a tus amigos y diré que tuve una urgencia en el trabajo.
Se giró con la dignidad por el suelo y parpadeando el ardor que irritaba sus ojos. Abrió la puerta con cuidado, pero antes de que pudiese dar un paso fuera de la habitación, ella cerró la puerta y se apretó contra su cuerpo en un fuerte abrazo.
Sergio la sintió temblar entre sus brazos, pero se quedó quieto. Ni siquiera hizo amago de devolver su abrazo.
—No tengo nada que ofrecerte, pero no quiero que te marches —escuchó que ella decía.
Su rostro se desencajó.
—¿Estamos en alguna especie de trueque y yo no lo he notado?
Alicia levantó la cabeza al oír sus palabras. Sus bonitos ojos celestes estaban enrojecidos y la miraba con el ceño fruncido.
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Editado: 11.06.2021