Leo estaba recargado en la ventana sin prestar atención al tráfico, pero si a la daga que tenía en las manos. El sol apenas estaba saliendo, pero su luz ya iluminaba la ciudad, haciendo que el alma encerrada en el artefacto, destellara de manera irreal. La presencia de Gabriel se sentía tan poderosa como el filo que le brindaba al arma.
No había querido hacerlo... bueno, tal vez sí. Estaba tan molesto por el engaño de parte del nefilim, por la oportunidad perdida, que simplemente se dejó llevar; aunque francamente, cortar su cabeza fue bastante exagerado. Igual no importaba, pues lo que estaba haciendo de todos modos no le permitía el lujo de tener amigos... o hermano... aliados sí, pero nada más.
Ella lo valía. Al menos para él, ella lo valía.
Cada paso que daba, los alientos que robaba, las muertes que provocaba, el dolor, la ira, su perdición y su redención; ella siempre valdría el peso de cada una de sus acciones, incluso cuando una parte en lo más profundo de su interior, todavía siguiera luchando contra ese sentimiento. Una pequeña y diminuta chispa, cuyo color era igual al nombre de la causante de tal disturbio.
El nacimiento de Violeta había sido el inicio del cambio. No fueron sus poderes, esos no le afectaban, al menos no igual que a los demás; era algo más profundo, más elemental que no lograba comprender aun ahora. Un instinto que los ataba de la misma manera en que sentía la conexión con David; algo que parecía forjado desde su creación, y que despertó el día que la vio.
Sin embargo, no había sido hasta después, cuando caminó a su lado por encomienda del cielo, que el vínculo se solidificó de un modo que hizo a sus deseos tambalearse, y a sus acciones volverse itinerantes en su rumbo.
Al principio pensaba se debía al parecido que compartía con ella; sus facciones, su voz, la sonrisa... no los ojos ni el color de su cabello, pero en todo lo demás parecía estar viviendo de nuevo en el pasado, cuando su amor no había sido juzgado, y sus alas no cambiaban de color. No obstante, fue cuestión de días para que los sutiles cambios que existían entre ambas, se volvieran abismales.
Lo más interesante de todo, es que a pesar de esa fascinación que le despertaba, y de cuanto había presionado los límites de su vida; es que Leo realmente no sabía que pasaría el día que consiguiera cruzar la línea. ¿De verdad dejaría que Violeta muriera? o simplemente se detendría como hacía con David; porque honestamente y sin tener que gritarlo a los cuatro vientos, de todas las ocasiones en que había atentado en su contra, en ninguna llegó hasta el punto exacto en que realmente pudiese ejecutar su muerte. No él directamente.
Además, estaba el asunto de su alma. Podía tener un contrato con un demonio a cambio de ella, y conseguir el pago sin importar que esta fuese a desaparecer una vez que muriera; pero todavía estaba viendo la manera en que David pudiese conseguir su amor, porque si lo hacía, entonces él podría decirles la verdad, y ayudarlos de la misma forma en que hacía consigo mismo... bueno, evitando la parte sucia y desastrosa. Cual fuera el caso, allí estaba de nuevo, esas ganas por ayudar.
La epítome a la contradicción.
Por supuesto, todavía le quedaba una tercera opción con un giro dramático nada favorable. Siempre podía resultar ser él el muerto. Y con lo que había hecho hasta ahora, con lo que tenía planeado para ese día, y simplemente con lo que quería conseguir, no dudaba por un segundo que Violeta estaría encantada de volverlo menos que polvo. Lo que en verdad sería un final adecuado, y de hecho, hasta amable.
Borrar su nombre de la existencia, sería un indulto a sus pecados.
Justo pensaba en ello, cuando el viento fresco de otoño se coló a través de los cristales rotos de la ventana. Fue igual a una caricia del pasado, donde unas manos frías seducían su piel. No importaba la época, el lugar o la ocasión, ella siempre tenía las manos frías como la nieve; nieve que se fundía con el calor de sus besos...
Leo suspiró tratando de recuperar su presente, y cerró los ojos en un esfuerzo por suprimir las dudas de su corazón. Esas memorias solo servían para dar sufrimiento; por eso traería de vuelta a su amor, para que juntos pudiesen crear nuevos y mejores recuerdos.
Por otro lado, tampoco tenía mucho caso enfrascarse en la guerra entre su amor y su consciencia, cuando esa tarde el protagonista del espectáculo no sería Violeta, sino su muy querido Daniel.
Perderle sería un golpe duro para la exorcista, pero no tenía más opción. En primera, no podía arriesgarse a que aprendiera a usar sus poderes lo suficiente como para predecir sus movimientos; y en segunda, porque necesitaba esa habilidad para encontrar las sombras del destino para usarlas a su favor. Mientras más almas con poderes semejantes tuviera en su repertorio, más sencillo sería controlar este perverso juego.
El ángel cruel esbozó una sonrisa que rememoraba la divinidad perdida, y levantó la mano contra el aire. Un destello dorado como sus plumas, se extendió por entre sus dedos hasta convertirse en una espada, cuya empuñadura era adornada por tres alas en cada lado, y con una hoja del mismo material transparente que poseía la daga que encerraba el alma de Gabriel.
Ellos dos eran especiales, por lo tanto, merecían un trato distinto.
-Ya está todo listo...-. La voz de Arial llegó desde su espalda
Leo se giró sosteniendo el arma, y sus ojos se encontraron con la figura de la que una vez fuese la respetada Prefecta de los Vigilantes. El ángel de sangre y expiación. Estaba seguro que cuando ese sobrenombre le fue dado, nadie pensó en la ironía que supondría para su destino. Sangre y expiación, sip, era bastante cómico porque parecían ser las marcas de sus enemigos, la vampiresa y el bastardo.
-No lo dudo...-. Dijo conteniendo la diversión en sus labios. -Es tu venganza lo que se ejecutará esta tarde...-. Afirmó con aire casual, acomodando la espada en su cintura, al otro lado de la daga. Violeta no se lo perdonaría. Esto no. -Y en un grandioso paquete de dos por uno. Toda una ganga Arial, toda una ganga...-. Comenzó a avanzar con la emoción y la culpa cosquilleando en su piel...