Alma Salvaje [serie Ice Dagers 6]

Capítulo 3

 

 

 

El lugar era más amplio de lo que parecía, se extendía más allá de ese pequeño bosque de pinos. Pero por más árboles que encontrara, no dejaba de parecer artificial.

Sobre todo la laguna que se encontraba ante ella, cuyos bordes de cemento eran ocultados por el césped, pero aún así, se veían.

El agua era movida, no por el cauce natural sino por el efecto de los filtros que estaban en el fondo.

Esto no era real.

Con la luz; que tampoco sabía si era la del sol o algún otro tipo de iluminación, diluyendose con el paso del tiempo, Aria se sentó, transformada en su forma animal, observó la otra franja de bosque que se extendia del otro lado y que escondía las casillas, que cumplían la función de baños.

Alzó su vista a ese falso cielo nublado y suspiró con tristeza.

No habría estrellas que la observaran de noche ni luna que abrazara su figura con su brillo. No vería su reflejo en las aguas cristalinas del lago de su territorio, no correría libre sintiendo el viento revolver su pelaje.

De pronto, un ruido detrás de ella la obligó a ponerse en estado de alerta, agudizo su oído, extendió sus garras, y se dio vuelta lista para enfrentarlo todo.

Pero casi al instante en que reconoció la débil figura de Evan, todo se calmó.

El joven llevaba su ropa doblada en sus manos.

—Es bueno que te la quitaras antes de cambiar —dijo colocando las prendas frente a ella—. La ropa es escasa aunque nos abastecen todas las semanas. No deberías dormir afuera, la temperatura baja mucho.

Aria gruñó, ella estaba adaptada a condiciones extremas, el frío era parte de su naturaleza, al ser como ella, Evan debería saberlo.

—Lo sé —dijo como si oyera sus pensamientos—. Pero hará mucho frío, incluso nosotros no podremos soportarlo. Lo digo por tu salud, que creo es importante mantener si quieres regresar con tu clan.

Ella alzó su mirada, ese profundo color azul era cálido y sincero. Evan tenía una mirada suave y una fuerza reconocible. Le agradaba.

Avanzó hasta quedar cerca de él, el joven mantuvo su mirada con nerviosismo, Aria rozó su pierna con su mejilla y luego se alejó.

—Lo que se que hayas hecho, te lo agradezco —dijo rascándose la cabeza—. Supongo que lo averiguare después. Buenas noches Aria.

Aria inclinó su cabeza a modo de saludo y Evan se fue, desapareciendo entre las sombras que proyectaban los árboles.

Con otra mirada a su entorno, inspeccionó sus alrededores en busca de ojos curiosos, al encontrarse sola, tomó su ropa y se dirigió detrás del tronco del árbol más grueso.

Cambió, su forma animal se perdió para dar paso a su cuerpo humano, en un par de segundos de dolor que se mezclaba con una sensación de placer. Con el frío pinchando su piel, se apresuró a ponerse la ropa, una vez vestida, emprendió el camino hacia el lugar por donde ella y Sean emergieron.

El silencio era algo inquietante, nadie se veía en el claro, al salir del bosque, todo lo que abarco su vista fue el muro de piedra gris que se elevaba por encima de las salidas. Grande e imponente, con marcas de garras antiguas, cicatrices que revelaban la desesperación por salir de ese lugar de cambiantes prisioneros. 
Con un suspiro de cansancio, intentó recordar la salida que la llevaría a la celda, pero con la oscuridad devorando todo pedazo de luz, no le hizo fácil. Lo único que guiaba sus pasos, era el inconfundible aroma de Sean que podía identificar por sobre todas las cosas, con una precisión y facilidad que le asombraba.

Ceniza mezclada con una esencia dulce. El aroma de Sean era raro, y curioso.

Bajó los seis escalones, hacia la luz que provenía desde el interior. Encontró al puma dormido en un rincón de la cama.

La sensación de confinamiento quedó ahogada al tenerlo cerca, tenía que admitir que Sean hacía más fácil sobrellevar ese horrible encierro. Por un lado, agradecía su presencia, él mantenía su cordura, de estar con otro ya habría enloquecido, pero por el otro, sabía que no debía bajar la guardia.

Sean tenía una paciencia formidable y una capacidad de perseverancia única, era demasiado tranquilo para ser un alfa, demasiado sereno.

Sabía muy bien que la palabra rendirse no formaba parte de su vocabulario y aunque eso lo convertía en un hombre tenaz, también lo convertía en una persona muy fastidiosa.

Sobre todo cuando quería acercarse a ella.

O como cuando recordaba esa absurda idea de intentar conquistarla.

Casi tres años conviviendo como vecinos la llevaron a tener que enfrentar innumerables intentos de acercamiento. Desde palabras bonitas hasta canciones, aquel hombre lo había intentado todo.

"—No tengo prisa —le había dicho una vez que lo encontró merodeando cerca de su cabaña, él le había regalado flores y ella le había arrojado ese ramo de rosas rojas a la cara—. A menos que tengas el aroma de otro en tu piel, no me detendré. Esperaré el tiempo que sea necesario."




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