LA CARRETERA ERA solitaria, partía en dos el bosque de robles, música Country sonaba en el reproductor mientras Trevor golpeaba con sus dedos el volante siguiendo el ritmo.
Llevaban dos horas de viaje, luego de despedirse de Harold, Gretel y de todas las personas que conocieron durante su pequeña estadía en la Guarida Thunder Claw, Sean y Aria subieron a la camioneta de Trevor y permanecieron quietos y en un incómodo silencio que sólo era ofuscado por la música.
Aria permanecía atenta, mirando por el espejo retrovisor a la camioneta de carga blanca que iba detrás. Tenía el presentimiento de que los estaban siguiendo, después de todo lo que había pasado tenía todo el derecho de sentirse paranoica.
Por su parte Sean estaba más quieto y serio que de costumbre, era raro que no estuviese dando miradas furtivas. Pero eso era precisamente lo que Aria quería, alejarse de él ¿Por qué su comportamiento indiferente le parecía tan extraño? Las personas no cambiaban de la noche a la mañana.
— ¿Sucede algo? —ella le preguntó.
Trevor subió el volumen de la música aunque sabía que podría escucharlo todo.
—No, —Sean respondió— estoy bien.
Aria sabía que eso no era del todo cierto, su actitud rara lo delataba, pero si no quería hablar ella no podía hacer nada.
Retornó su mirada a la ventana, respiró profundo y todo lo que podía oler era el aroma a ceniza mezclada con una esencia dulce, el aroma de Sean. Todavía no entendía cómo podía reconocerlo con tanta facilidad, cómo su presencia podía sentirla con cada parte de su cuerpo. Tal vez era por todo el tiempo que habían pasado juntos, tal vez al estar encerrada sólo con el puma como su única compañía le había hecho acostumbrarse.
Sí, pensó, eso debía ser.
Una vez llegaran a sus territorios ambos tomarían caminos separados y volverían a sus deberes.
Las prioridades de Aria eran simples, servir a su clan, pero no olvidaba la promesa que les había hecho a los tres jóvenes antes de escapar del cubo. Jamás olvidaba sus promesas, ni sus deudas, así que hallaría la forma de liberarlos sin importar el costo.
—No se alarmen —la calmada voz de Trevor la puso en alerta—. Pero creo haber visto algo raro en la camioneta que viene detrás.
Sean volteó a ver por el vidrio trasero y luego regresó a su lugar.
—Está cada vez más cerca.
—Definitivamente nos están siguiendo. —El lince bajó el volumen y aceleró—. Debajo de sus asientos hay armas ¿Saben utilizarlas?
—Claro que sí —Aria respondió tomando una pistola.
—Sean, sé mis ojos no puedo quitar la vista del camino ¿A cuántos puedes ver?
El puma miró con discreción hacia atrás, de reojo, Aria vio el cambio de sus ojos, de ese marrón casi negro al dorado intenso como el fuego, resaltaba su piel apenas bronceada.
—Si no me falla la vista, son cuatro.
—Bien, eso es bueno, estamos casi igualados en números. —Trevor movió la palanca de cambio y aceleró aún más—. Ante cualquier movimiento extraño, me avisan.
Preparada, Aria mantuvo toda su atención en el espejo retrovisor, sólo alcanzaba a ver la parte lateral de la camioneta blanca. Sostuvo el arma con firmeza en su mano, el felino en su mente se encontraba ansioso por deshacerse de la amenaza.
No volvería a ser encerrada.
De pronto el sonido del cristal rompiéndose puso en marcha sus instintos.
— ¡Mierda! —Exclamó Trevor.
El aire se colaba por el orificio en donde impactó la bala, silbando a causa de la velocidad.
El sonido de los disparos era sofocado por la música y el aullido del viento, más impactos rompieron la ventana trasera.
—Sujétense bien, estos tipos ya me hicieron enojar.
Trevor, comenzó a zigzaguear por la carretera, Sean bajó su ventana y sacó la mitad de su cuerpo afuera, comenzó a disparar. Mientras, Aria apuntaba a las llantas de la camioneta, pero el manejo errático del lince le dificultaba su puntería.
El vehículo apenas seguía el vaivén de Trevor, Aria disparó pero ninguno de sus tiros llegó al conductor.
— ¡Maldición! —Exclamó Sean regresando al interior—. Es William.
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Editado: 23.02.2019