— ¿ESTÁS SEGURO que es el plano real? —Aria le preguntó al arquitecto frente a ella.
—Sí, señora, lo acabo de finalizar ésta mañana ¿Hay algún problema?
Su constante distracción, pensó, en todo el día no había sido capaz de concentrarse en todas las cosas que tenía que hacer en el taller. Era como si en vez de haber desaparecido dos semanas, lo hubiese estado por años. La rapidez con la que avanzaron todos los proyectos era enorme.
—No, no veo ninguno —enrolló el plano y se lo entregó—. Pero antes de comenzar quiero la lista con los materiales.
—De la mejor calidad posible, lo tengo ¿Necesita algo más?
—Que dejes de tratarme como si tuviese setenta años, Richard te he dicho que tienes mi total confianza.
—Disculpa, Aria, es costumbre.
—Lo sé, no dudes en avisarme ante cualquier cosa y cuando tenga la lista de materiales, te llamaré para empezar a construir ¿Entendido?
—Entendido.
—Puedes retirarte.
Quedó sola en la quietud de su oficina, se sentó en su silla y comenzó a dar vueltas mientras revisaba unos papeles. Se detuvo al oír un par de golpes en su puerta, miró la hora en su reloj y luego vio su agenda. No tenía ninguna reunión programada a las cinco en punto de la tarde.
Por otro lado, Gabe le habría avisado por cualquier cambio inesperado.
El rechinar de la puerta la obligó a girar, una cabellera negra se asomó lentamente.
—Permiso, ¿puedo pasar?
Sean. Aunque no le había dado su permiso, el puma entró, quedándose apoyado sobre la puerta cerrada, sonriendo mientras ella veía la forma de no aventarle nada por entrar a su oficina. Sin avisar antes.
¿Cómo había eludido la seguridad del taller?
—Dime una razón válida para evitar que llame a seguridad y te saquen a rastras.
—Descuida, seré lo más breve que pueda.
Ágil como el depredador que era por dentro, avanzó hasta la silla libre del otro lado de su escritorio y se sentó.
—Tengo cosas que hacer —insistió.
Tenerlo cerca le incomodaba mucho, Sean comenzó a dar vueltas en su silla como niño pequeño.
—Sean.
—Lo siento, me encanta hacer esto cada vez que veo una de éstas cosas. —Se detuvo, acomodando su chaqueta marrón oscuro—. Es un asunto importante, por cierto, tienes una oficina muy bonita. Tu negocio es muy prospero.
— ¿Cómo entraste aquí? —ella preguntó con impaciencia.
—Creí que sería más difícil, tu sistema de seguridad tiene sus fallas y tu equipo de guardianes es completamente humano, ni hablar de tu dulce secretaria que es todo un encanto.
Sonrisa amplia iluminaba su rostro, sus ojos oscuros no paraban de mirarla.
—La última vez que nos vimos, dijiste que teníamos una promesa que cumplir.
—Sí, recuerdo eso.
—Ahora, quiero proponerte algo.
Aria mostró sus dientes, la palabra proposición siempre equivalía a problemas, físicos o emocionales, eran casi lo mismo.
—No es lo que crees. —Sean levantó sus palmas en señal de inocencia—. Es algo más importante, quiero que trabajemos juntos para destruir el Cubo de Kreiger.
Eso era suficiente para llamar su atención.
—Es curioso, he estado pensando en la forma de hacerlo.
— ¡Una maravillosa coincidencia! ¿Qué dices? ¿Aceptas o no?
Esos ojos oscuros se encontraron con los suyos, Aria controló el temblor en su estómago, se esforzó por mantener la fachada de mujer mortal de negocios que había mantenido al regresar al taller.
—Déjame pensar. —Se levantó y rodeó el escritorio, la mirada del puma seguía atenta a sus movimientos, de pronto su piel se volvió sensible—. Lo consultaré con mi clan y cuando tenga una respuesta te llamaré ¿De acuerdo?
Era una indirecta para que se fuera, le dio la espalda y observó la calle desde la ventana, la ciudad con su ajetreado movimiento de autos y personas. El ambiente de primavera que empezaba a traer nuevas hojas en los árboles y brotes de flores en los canteros de las tiendas.
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Editado: 23.02.2019