La noche se hacía presente en aquel día de abril. Helena trotaba hacia su casa, pasando por aquellas veredas repletas de gente. Un mensaje de texto le llegó de repente en su móvil. "¿Dónde estás?". Maldita sea, que tarde se le había hecho, su madre seguramente la castigaría al llegar. Siguió con su camino, en cuanto notó que le faltaba poco. Se alivió al entrar a su querida calle, aquella que recordaba como la palma de su mano.
Caminó calmada por sus aceras, hasta que repentinamente la atraparon a tan sólo tres cuadras de su casa, llevándola a un oscuro y solitario callejón. ¿El asaltante? Desconocido. Ella peleaba por escaparse y por buscar ayuda, cero victoria. Una apuñalada se sintió en su abdomen, y después otra, y otra más. Dolor fuerte, agonía y desesperación. Un enorme sufrimiento se apoderaba de su cuerpo, a tal grado de no sentirlo más y caer rendida al suelo. Sangre y muerte cerraba la escena. ¿Y el asesino? Helena cerró sus ojos en un doloroso respiro.
Y despertó.
Lo primero en ver sus ojos fue un techo de color blanco. ¿De qué se trataba ahora? Se quedó unos segundos analizando su sueño, porque aquello había sido eso, un horrible sueño o más bien una terrible pesadilla. Se sentó lentamente, casi cayendo al suelo al notar que no tenía de donde sujetarse. Estaba acostada sobre un sofá de cuero y de color negro. Observó a su alrededor. Era una casa. A su frente se topó con una elegante mesa de madera oscura, con un enorme plasma en ella y unos parlantes a sus costados. Las paredes eran de un delicado color coral.
¿En dónde estaba? No era su hogar. ¿Había alguien más allí? La respuesta era que sí.
- ¡Ya se despertó!- se escuchó de repente. Se trataba de una voz chillona que parecía ser de una jovencita.
Helena decidió levantarse del sofá y ver lo que sucedía, pero fue sorprendida por una chica que apareció a su lado en cuestión de segundos, como si hubiese sido puesta allí por arte de magia.
- ¡Hola!- la saludo la jovencilla muy alegre, ahora cruzándose ante ella.
Se trataba de una jovencita "rellenita", cuya piel era delicadamente blanca y sus ojos eran de color avellana. Era más bajita que Helena y parecía ser menor que ella. Su cabello rubio y enrulado combinaba con el resto de sus características.
– Me llamo Sofía. ¿Y tú?- exclamó.
La chica castaña estuvo a punto de saludarla, bastante confundida y sin ninguna idea de lo que pasaba, pero alguien más llegó a la escena.
- ¿Qué tal?- la saludó un joven alto de piel morena, de cabello negro y que tenía puesta una remera blanca y un jean azul- Que bueno que hayas despertado, creí que jamás pasaría...
- ¡Ugh, David, no digas eso!- le retó la chica rubia enseguida, con un tono de preocupación- ¡La vas a asustar!
Helena los miraba bastante confundida. ¿Quiénes eran esos dos sujetos de ahí? Eran de su edad, o al menos parecían serlo. De todas formas ¿En dónde estaba ella y por qué estaba allí? No alcanzó a abrir la boca para preguntar ya que una persona más resultó llegar a ese lugar, entrando desde la puerta principal del hogar.
Se trataba de una muchacha de tez blanca como la nieve, pecas en sus mejillas, ojos intensamente verdes y una larga cabellera roja. A Helena enseguida se le hizo muy conocida. ¿En dónde la había visto antes?
- Yo creo que deberían presentarse en lugar de asustarla- sugirió esta muchacha al acercarse a los demás- Miren lo pálida que está.
En eso la chica no se equivocaba, Helena apenas había despertado y encontrarse en un lugar desconocido junto a tres personas nuevas era algo muy extraño. Pero más raro se le hacía ver a aquella pelirroja. Tan seria, tan bonita. Procedió a prestarle atención a su larga cabellera que le llegaba hasta la cintura y a un buzo gris que llevaba puesto.
- ¡Pero ya lo hice!- se quejó la tal Sofía mientras hacia un puchero de niña pequeña- Le dije que me llamo Sofía, pero justo llegó David a molestarnos.
- ¿Así que te crees la única que puede saludarla?- le preguntó el jovencito, con un enojo fingido y una leve pero simpática sonrisa- Aparte... ¿No tenían que explicarle algunas cosas? Digo, algo acerca de no irse con extraños, por ejemplo...
La muchacha de pelo rojo dio un fuerte suspiro, acto seguido observó a la confundida Helena, quien parecía a simple vista tener unas tremendas ganas de irse de allí.
- Helena ¿Verdad?- le dijo la pelirroja. La otra muchacha sintió un frío en su cuerpo al escuchar su nombre salir de la boca de aquella desconocida.
- Sí. Soy yo-respondió.
- Dime, por esas casualidades de la vida... ¿Alguna vez te han dicho que no tienes que hablar con extraños? ¿Ni que hagas relación alguna con ellos?
Helena quedó en silencio unos segundos. Miró como la niña rubia y el jovencito se sentaban en el sofá, mientras que la chica rojiza se encontraba cara a cara con ella.