La luz se disuelve
en reverberaciones azules,
llenando de transparencias
calles y viandantes.
Me siento seguro,
en una paz líquida.
Camino abrazado por el viento,
dejándome transportar
como una nube displicente.
Llego hasta un rincón silente
ajeno a rostros y pasos.
En lo alto, la luna gira
entre florestas de estrellas.
El viento, ahora sosiego,
se adormece a mis pies.
Hay santidad en el silencio.
Aspiro en plenitud
esta exuberancia de claridades
sintiendo con fuerza
el galopar de mi sangre.
Todo se torna azul
desde su más íntima dureza,
en dulce alquimia cósmica
de unción beatifica.
Pero nadie más lo nota
en esta jauría de quimeras.
Yo me entrego a la transfiguración
hasta que mi carne sea brazas.
Y me voy, argénteo,
a gravitar entre catervas de astros.