En calles taciturnas
extravié mi sombra
entre el hambre de los perros
y el descaro de los mendigos.
Camine hasta sentir
la luna sobre los hombros
y el sabor de un viento
de acritud maternal.
Y no regrese al punto
donde cambie mi piel
por nuevos barros
que me ungieron
con una muerte gozosa
en un edén calcinado
por humo de Sodoma.
Ahora soy uno y más
con ciudad y calles
pintando cada crepúsculo
con el rencor de mi sangre.