Alyssa Potter y El Cáliz de Fuego

CAPITULO TREINTA Y CINCO

Una extraña sensación recorrió mi cuerpo cuando caí de bruces, y el olor del césped me penetró por la nariz. Era como si mi mente se hubiera desconectado de lo que pasaba en mi alrededor  Había cerrado los ojos mientras el traslador me transportaba, y seguía sin abrirlos. No me moví. Parecía que me hubieran cortado el aire. La cabeza me daba vueltas sin parar, y me sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco. Para sujetarme, me aferré con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Cedric. Tenía la impresión de que si los soltaba me hundiría en las tinieblas que envolvían mi cerebro. El horror sufrido y el agotamiento me mantenían pegada al suelo, respirando el olor del césped, aguardando a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera... Notaba un dolor vago e incesante en la cicatriz de mi frente.  

El estrépito me ensordeció y me dejó más confundida: había voces por todas partes, pisadas, gritos... Permanecí donde estaba, con el rostro contraído, como si fuera una pesadilla que pasaría...  
Un par de manos me agarraron con fuerza y me volvieron boca arriba.  

—¡Allie!, ¡Allie!  

Abrí los ojos.  

Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a mi lado, agachado. Nos rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más.

Sentí el suelo, bajo mi cabeza, retumbaba con los pasos.  
Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de mi, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.  

Solté la Copa, pero agarré a Cedric aún con más fuerza. Levanté la mano que me quedaba libre y cogí la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos. 

—Ha regresado —susurré y me sorprendí lo débil que se escuchaba mi voz—. Ha regresado. Voldemort.  

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?  

El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre mi vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.  

—¡Dios... Dios mío, el chico Diggory! —exclamó—. ¡Está muerto, Dumbledore!  

Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que nos rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!».  

—Suéltalo, Allie —oí que me decía la voz de Fudge, y noté dedos que intentaban separarme del cuerpo sin vida de Cedric, pero no lo solté. —Está en shock. 

Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.  

—Ya no puedes hacer nada por él, Allie. Todo acabó. Suéltalo.  

—Quería que lo trajera —musité sollozando: me parecía importante explicarlo—. Quería que lo trajera con su familia... No podía dejarlo en ese lugar… No ahí… 

—De acuerdo, Allie... Ahora suéltalo.  

Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, me levantó del suelo y me puso en pie. Me tambaleé. Me iba a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de mi cuerpo. Alrededor de nosotros, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando contra mi sus oscuras siluetas.  

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? ¡Diggory está muerto!  

—¡Tendrán que llevarla a la enfermería! —dijo Fudge en voz alta—. Está enferma, está herida... Dumbledore, los padres de Diggory están aquí, en las gradas...  

—Yo llevaré a Allie, Dumbledore, yo la llevaré...  

—No, yo preferiría...  

—El señor Diggory viene corriendo, Dumbledore. Viene para acá... ¿No crees que tendrías que decirle, antes de que vea...?  

—Quédate aquí, Allie.                                       

Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante mis ojos… 

—Ya ha pasado, hija, vamos... Te llevaré a la enfermería.  

—Dumbledore me dijo que me quedara —objeté. La cicatriz de la frente me hacía sentirme a punto de vomitar. Las imágenes se me emborronaban aún más que antes.  

—Tienes que acostarte. Vamos, ven...  

Y alguien más alto y más fuerte que yo empezó a llevarme, tirando de mi por entre la aterrorizada multitud. Oía chillidos y gritos ahogados mientras el hombre se abría camino por entre ellos, llevándome al castillo. Cruzamos la explanada y dejamos atrás el lago con el barco de Durmstrang. Ya no oía más que la pesada respiración del hombre que me ayudaba a caminar.  

—¿Qué ha ocurrido, Allie? —me preguntó el hombre al fin, ayudándome a subir la pequeña escalinata de piedra.  

Bum, bum, bum. Era Ojoloco Moody.  

—La Copa era un traslador —expliqué aturdida, mientras atravesabamos el vestíbulo—. Nos dejó en un cementerio... y Voldemort estaba allí... Él regresó….  

Bum, bum, bum. Ibamos subiendo por la escalinata de mármol...  

—¿Que el Señor Tenebroso estaba allí? ¿Y qué ocurrió entonces?  

—Asesinó a Cedric... lo asesinaron...  

—¿Y luego?  

Bum, bum, bum. Avanzábamos por el corredor...  

—Con una poción... recuperó su cuerpo...  

—¿El Señor Tenebroso ha recuperado su cuerpo? ¿Ha retornado?  

—Y llegaron los mortífagos... y luego nos batimos...  

—¿Que te batiste con el Señor Tenebroso?  

—Me escapé... La varita... hizo algo sorprendente... Vi a mis padres... Salieron de su varita...  

—Pasa, Allie... Aquí, siéntate. Ahora estarás bien. Bébete esto...  

Oí que una llave hurgaba en la cerradura, y me encontré con una taza en las manos.  

—Bébetelo... Te sentirás mejor. Vamos a ver, Allie: quiero que me cuentes todo lo que ocurrió exactamente...  
Moody me ayudó a tragar la bebida. Tosí por el ardor que la pimienta me dejó en la garganta. El despacho de Moody y el propio Moody aparecieron entonces mucho más claros a mis ojos. Estaba tan pálido como Fudge, y tenía ambos ojos fijos, sin parpadear, en mi rostro.  



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En el texto hay: hogwarts, cáliz de fuego, potter

Editado: 15.04.2020

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